A un país, cualquier país, le conviene tener en el mundo tantos amigos como le sea posible, algunos aliados y ningún enemigo. Aplicada a España tal máxima, procuramos tener los amigos en Iberoamérica y el Mediterráneo, los socios y aliados en Europa y Norteamérica y las relaciones correctas en el esto del mundo.
Si preguntáramos en las calles de España cuáles son nuestros países vecinos, la respuesta más frecuente sería citar tan solo a dos: Francia y Portugal. Olvidarían mencionar a otros tres, dos e ellos los más conflictivos, Reino Unido en su colonia gibraltareña y Marruecos, lindando con Ceuta y Melilla.
El quinto vecino, Andorra, es ese hermoso microestado, al que tantas escapadas hacíamos para “estraperlear” en los tiempos en que sus precios eran sumamente competitivos. Por cierto, Andorra, miembro pleno de la ONU, pone los dientes largos a Cataluña al ser el único país que puede expresarse en catalán en la organización internacional.
Con los vecinos es especialmente importante mantener buenas relaciones ya que los conflictos se agravarían con ellos al volverse sumamente inmediatos.
Con Francia, desde los tiempos de Napoleón y de “Pepe Botella”, las relaciones son excelentes -problemas energéticos aparte-. Aunque no sólo por razones altruistas, su apoyo en la lucha contra el terrorismo etarra fue esencial. Desde el ingreso de España en la OTAN y especialmente en la UE, hemos coincidido en la mayoría de asuntos al encontrarse Francia entre nuestros tres mayores socios comerciales.
Otro tanto cabría decir de nuestras relaciones con Portugal, admirable país que, pese a sus moderadas dimensiones -es menor que Castilla León o Andalucía- fue capaz de expandirse en un imperio colonial que le llevó hasta tres continentes. El contencioso de Olivenza fue el único que empañó nuestras relaciones por algún tiempo aunque hoy esté congelado si no olvidado. Es importante señalar que nuestro comercio con Portugal es semejante al existente con todos los países de América Latina juntos.
Nuestros problemas y pesadillas empiezan con los dos restantes vecinos. Gibraltar es un residuo colosal que, centrado en la guerra de sucesión española y en el Tratado de Utrecht de 1704, no hemos podido recuperar ni por vía militar, ni política, económica o diplomática a pesar de los parabienes de la ONU que Londres desoye sobre la base del respeto a la decisión de los gibraltareños, muy cómodos en una situación en que tienen lo mejor de dos mundos, el británico y el del vecino español.
Gibraltar es una anomalía tan grande como si España hoy conservara Nápoles o Flandes o como si el Reino Unido siguiera poseyendo Malta, Chipre o el canal de Suez. Una gran vergüenza para España y aún mayor para el Reino Unido. Pero sin que haya perspectivas de que ni un país ni otro consigamos sacudírnosla de encima.
La vecindad más complicada la tenemos en Marruecos. Es bien conocida la españolidad de Ceuta y Melilla -de las Islas Canarias no hay ni que hablar-, décadas antes de que existiera el estado marroquí. Ello no impide que Rabat sienta como una espina el hecho de tener en su territorio dos espacios que escapan a su soberanía, y que, cuando se le complican las cosaspor una crisis económica o por el malestar popular, recurre a mover el espantajo reclamando la marroquinidad de las dos capitales.
Ello venía siendo tanto más así mientras España a su vez aireaba el compromiso onusiano de efectuar un referéndum que decidiera el futuro del Sahara. Veremos lo que ocurre ahora que nuestro gobierno, alineándose con los de Estados Unidos, Francia y Alemania, ha aceptado la teoría de la autonomía saharaui dentro del estado marroquí.
Es posible que por algún tiempo Rabat deje tranquilas a nuestras dos ciudades. También lo es que, por el contrario, Mohamed VI haya tomado buena nota de la “flexibilidad” de España y que del mismo modo que se dejó arrebatar el Sáhara, con tiempo y paciencia pueda lograr lo mismo con Ceuta y Melilla.
Más probabilidades tenemos de que ocurra esto último que de poder recuperar Gibraltar. No sería malo con esta perspectiva, revisar nuestra alianza con la OTAN para que la defensa de las dos ciudad africanas estuviera cubierta por el artículo 5 del Tratado Atlántico que, como es bien sabido, recoge que el ataque contra el territorio de uno de los aliados será considerado como agresión a todos. Y que, a día de hoy, Ceuta y Melilla quedan excluidas de esa protección.
Jorge Fuentes Monzonís-Vilallonga es Master en Ciencias Políticas y Económicas y Derecho.
Diploma de Altos Estudios Internacionales. Embajador de España en Bulgaria en 1993.
Primer Embajador de España en Macedonia en 1995.
Embajador de España en Bruselas WEU en 1997, entre otros cargos.