El pasado sábado, 25 de junio, falleció Juan Urios. Una caída en una calle de Castellón. Vino desde Oropesa para resolver cuestiones ordinarias, como siempre activo. Su fallecimiento me produce una mezcla de lógico dolor, uniéndome a Paqui y a toda la familia, con una alta dosis de gratitud. Es de esas personas que, cuando les tratas, sabes que tienes la suerte de haberle conocido y tratado. Bromeando, y teniendo en cuenta la diferencia de edad, le decía: “Juan, de mayor quiero ser como tú”. Sonreía… y disentía.
La brevedad de estas líneas tiene la ventaja de que obliga a seleccionar mucho, pues la vida y actividad del coronel Juan Urios Ten han sido muy ricas y dilatadas. Se sentía orgulloso de su familia, y lo mostraba continuamente. Fruto de su gran corazón, con esa pasión por su familia, fue agrandándolo con los años, o al menos esa es mi impresión. Ya retirado desde hacía años, su jornada diaria estaba repleta de actividad, con sus compañeros militares, escribiendo y con diversas iniciativas de solidaridad. No pensaba en él. Se ocupaba, además y en primer lugar, de la familia, pero su dedicación era generosa a compañeros y familias que necesitaban ayuda, y se la daba con generosidad y señorío. Te dabas cuenta de que, como sucede con los iceberg, conocías una parte muy pequeña que afloraba de su abnegada dedicación a los demás.
En el tanatorio observé una de las coronas de flores. Era de la Residencia de la Tercera Edad El Pinar, en el Grao, expresando su gratitud por la dedicación al voluntariado que organizó e impulsó allí durante años. Con evidentes cualidades de mando y organización, lo hacía con profesionalidad, estableciendo horarios, sustituciones, ampliando actividades. Atento a las necesidades materiales y espirituales, ayudando al personal de la Residencia sin protagonismo ni pretender dar lecciones a nadie, fue muy eficaz, como me lo ha comentado el director de la Residencia con enorme gratitud. Vio conveniente que, entre los voluntarios, hubiera gente joven: estuvo en la UJI, organizó una mesa informativa y una veintena de universitarios colaboraron en ese voluntariado.
He dejado para el final lo que a mí me parece que dilató su corazón en estos años. Fiel en todos los aspectos de su vida, también lo fue como católico. Era muy rezador, sin rarezas y con espíritu deportivo. Recuerdo lo que él denominaba sus “rosarios acuáticos” en Oropesa, nadar rezando el Rosario. Con esas virtudes que tenía, hubo un momento que descubrió su vocación al Opus Dei, que siempre agradeció: fue un multiplicador de lo que ya quería y hacía desde siempre, servir sin tasa y con alegría.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.