El medio millar de personas que asistimos este lunes al funeral del Doctor Canós éramos conscientes de haber tratado a una persona excepcional. Nos unía la gratitud. José Jaime Canós ya tenía dedicada una calle en Nules desde 2017, como reconocimiento de los vecinos y de todos los partidos políticos a una vida de entrega ejemplar a los demás, sobre todo a través de su profesión como médico. Cuando vi en el tanatorio, encima del féretro, una fotografía de José Jaime con la bata de médico, tras reincorporarse a su trabajo después del tratamiento contra el cáncer, sonreí interiormente, y me alegró: la familia quiso reflejar de ese modo su abnegación profesional, con la que ayudó a miles de personas. Su vida no tenía como baremo el “cumplimiento”, sino darse por entero, sin medida. Ha muerto con fama de santidad.
Tras detectársele un cáncer en 2015, un colega médico le dijo: “¿Para qué te sirve rezar tanto, y mira, ahora tienes este cáncer?”. El Doctor Canós le contestó: “Pues para llevar con paz y alegría este sufrimiento”. El colega había destapado el secreto de la vida de José Jaime Canós, que explica su continuo y alegre servicio a los demás: su intensa vida cristiana. Una vida de servicio de este tipo solamente tiene una explicación sobrenatural, por otro lado compatible con una vida ordinaria llena de normalidad en la familia, en el trabajo, en las relaciones sociales. En la Misa diaria, en los ratos de oración, José Jaime encontraba la fuerza para darse con constancia y con buen humor.
Pertenecía al Opus Dei desde que era estudiante, residiendo en el Colegio Mayor de La Alameda, en Valencia. Hizo realidad en su vida lo que San Josemaría Escrivá de Balaguer, el fundador del Opus Dei, escribió: ”Darse sinceramente a los demás es de tal eficacia, que Dios lo premia con una humildad llena de alegría” (Forja, 591). Se volcaba en ayudar al vecino, a un pobre que se encontraba por la calle, a instituciones solidarias y educativas. Buscaba la salud física y espiritual de las personas. Logró multiplicar su tiempo para los demás. Enamorado. Humilde. Alegre. Con muchos amigos.
Cada día hacía docenas de llamadas telefónicas o visitas a enfermos, o personas necesitadas. Siempre respondía a las llamadas. Su mujer, Grisel, intentó que redujera tan agotadoras jornadas. No dejaba a nadie en la estacada. Solo un infarto podía acabar con un corazón tan grande. Ahora somos conscientes de que nos va a ayudar todavía más, no con llamadas telefónicas o visitas, sino intercediendo por nosotros desde el Cielo, llamando a nuestra conciencia y a nuestro corazón, sin cansarse. ¡Gracias, José Jaime!
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.