La moción presentada por Vox, desde el principio, me pareció inútil. Y presentar como candidato a Ramón Tamames me pareció incoherente, fuera de lugar.
Presentar una moción tiene que tener una posibilidad para gobernar, no ser un circo de exhibición y propaganda. Servirse de un mecanismo institucional tan groseramente no lo comparto. Además, si Santiago Abascal buscaba un rédito electoral, me parece que se ha producido lo contrario. El electoralismo desproporcionado aleja a los votantes. Y encima un candidato sordo, de chiste.
Por tanto, la moción me ha parecido inútil y, a la vez, sintomática del tipo de políticos que tenemos en España, que –como en el caso de Abascal– nos llamó a los periodistas enviados del Ibex 35 y títeres, por simplificar sus penosas palabras.
Si Abascal pretende que los periodistas traten con objetividad a Vox y su propio liderazgo, no ha calculado bien que los insultos y descalificaciones generan animadversiones –sobre todo si son injustos– y un “te espero en la campaña electoral”. Llámese venganza profesional o devolución de moneda, aunque también hay periodistas que no corresponden con barro ni basura, aunque no lo crea Abascal.
Ante las elecciones autonómicas y municipales del próximo 28 de mayo. Intentaré pedir en estas líneas lo que los periodistas y los votantes, en mi opinión, agradeceremos de sus discursos, entrevistas, debates o artículos –de “propaganda”, más que de opinión- en las próximas semanas.
Peticiones respecto al fondo y a la forma de cuanto expongan. Pienso que no son rebuscadas, sino razonables, aunque en algunos casos se tenga la sensación de pedir casi imposibles. Sin embargo, todo lo que contribuya a mejorar la calidad de nuestros políticos –ya sea de su actividad o de su profesión, porque de todo hay– nos interesa mucho, pues quien gobierna tiene muchos recursos económicos y humanos, y nos interesa elegir a los que nos parecen mejores o que pueden cumplir mejor con las carencias y necesidades. Mucho en juego.
En cuanto al fondo, suele haber un nivel muy bajo en lo que plantean. Algunos pueden presumir de haber cumplido el programa electoral de hace cuatro años, y si es cierto deben hacerlo: quien no lo haga es porque no lo ha cumplido sustancialmente. Silenciar este punto delata.
También respecto al fondo no es mucho pedir que, por favor, hagan promesas viables, creíbles, no fuegos artificiales, que las Fallas de Valencia ya han pasado. Eso exige cuantificar, analizar bien lo que se promete, prever plazo temporal. La política no debe ser engatusar, prometer, dar todo a todos: hay que fijar prioridades que la sociedad demanda –empleo de los jóvenes, alquiler asequible, calidad de la enseñanza, sanidad-, sin estirar el brazo más que la manga.
Así mismo, que no se recreen en el pasado, de un signo u otro, sino que miren al futuro básicamente. Si se critica la corrupción en un partido político o gobernante, medidas para evitarla en el futuro. Para ello, los políticos deben estudiar bien lo que proponen. No son expertos en todo, pero para eso tienen asesores y pueden solicitar análisis o estudios a profesionales prestigiosos.
Un buen político no tiene que saber de todo, pero debe saber acudir a quien sabe: con humildad y realismo, asesorarse bien, sin escuchar sistemáticamente a los que tiene cerca y que son poco dados a sugerirle mejoras, cambios, por temor a contrariar al líder. Un buen líder sabe rodearse de gente capaz y preparada, aunque ¿y los que impone el partido desde el ámbito provincial o autonómico, por no decir el nacional?
A cuanto a la forma, se rechazan los debates con mala educación, interrumpiéndose unos a otros sin respetar el final de un razonamiento o el tiempo previsto para cada uno. Que no den un penoso espectáculo de “gallinero”.
Para ello, los políticos y sus asesores no han de buscar hundir, destrozar, insultar, humillar ni rajar a otros líderes, sino hacer valer sus propias propuestas, y saber que hablar en exceso e interrumpir genera rechazo en los votantes indecisos. La serenidad puede atraer más votos que la cara y los gestos crispados. Gritar no suele ser buena opción.
Y creo que no es mucho pedir que los políticos cuiden la expresión oral y escrita. Abundan los “habían” (en vez de “había”), “desde el respeto” (en vez de “con respeto”, no es un espacio o tiempo para esa preposición), “decirles que” (¡horroroso empezar así un discurso!”).
Que expongan, que se preparen sus intervenciones, de modo que sean claras y no una suma de frases que se les indican para repetir como cacatúas –y se nota-, sino con personalidad. No hace falta ser un orador de primer nivel, sino saber que hablar o escribir tiene sus reglas. Tiempo habrá para analizar cómo han cumplido los políticos antes del 28-M con estos deseos o peticiones.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.