El presidente de Francia, Emmanuel Macron, tiene poco con haber promovido que el aborto sea un “libertad” protegida en la Constitución. En su más que sospechosa carrera por erigirse en líder mundial de “nuevos derechos”, ha anunciado que prepara un proyecto de ley para legalizar la eutanasia, que quiere presentar en abril.
Macron pretende que no se le llame ni ley de eutanasia ni ley de suicidio asistido, sino “ayuda para morir”. A la vez ha prometido 1.000 millones de euros a lo largo de 10 años para crear unidades de cuidados paliativos en los 21 departamentos franceses que no las tienen. Muy hábil: libertad, igualdad y fraternidad… nos resuenan en los oídos.
El pasado sábado, 16 de marzo, asistí en Castellón a una charla-coloquio del psiquiatra Ramón Palmer sobre la eutanasia. Entre el público, médicos, psicólogos y trabajadores sociales. Analizó con profundidad y amenidad esta cultura de la muerte que supone la eutanasia, en España ya aprobada –sin debate médico ni social, ¡asombroso!-, y que en otros países se comprueba que supone una “pendiente resbaladiza”, para matar a más personas de las que en teoría tienen “derecho”, como sucede en Holanda.
Ramón Palmer aportó datos, y también soluciones para una cultura de la vida. Me interesó su análisis de porqué los Estados promueven la eutanasia. Citó el envejecimiento de la población, que complica el cuidado médico de pacientes dementes, en coma y terminales. La mayoría queremos mejorar los cuidados paliativos, pero es mucho más “barata” la eutanasia. También aludió a la “cultura del narcisismo”, que está en auge: un egocentrismo placentero, en el que el envejecimiento y la muerte son difíciles de llevar ¡también de los familiares!
Palmer subrayó que el narcisismo lleva a muchos a creer que todo vale si es elegido libremente. La invocación a la autonomía para justificar la eutanasia es un eufemismo narcisista, no es un valor nuevo, afirmó, y me parece que acierta. De este modo, la sociedad narcisista no es capaz de justificar una existencia dependiente, haciendo que el enfermo terminal sienta que es una carga: una opinión socialmente aprobada llega a ser una presión sutil para solicitar la muerte. Sentirse querido es clave para querer vivir.
Un diagnóstico profundo y certero el del psiquiatra Ramón Palmer, y a la vez de enorme dificultad para afrontar, porque la aceptación social de la eutanasia señala una gran enfermedad de la civilización, una raíz cultural que requiere valentía y lucidez para afrontarla, mientras otros la promueven ante la pasividad de la mayoría.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.