EL ATRACTIVO de LA DICTADURA

La desafección con la política está llevando, dentro y fuera de nuestro país, a la deslegitimación de la democracia, siendo cada vez más los que abogan por la llegada del Hombre Fuerte.

 

La cadena británica Chanel4 adelantó algunos de los resultados de la encuesta a jóvenes de Reino Unido, de entre 13 y 27 años, hecha para su reportaje Gen Z: Trends, Truth and Trust (Generación Z: tendencias, verdad y confianza).

De entre tantas preguntas, sorprenden muchas respuestas, pero quizá la más llamativa sea que el 52% de los encuestados aseguren que “el Reino Unido sería un lugar mejor si estuviera al mando un líder fuerte que no tuviera que molestarse con el Parlamento y las elecciones”.

“Dicho en plata: un poco más de la mitad de los jóvenes del país insular abogan por una dictadura.”

No es un dato para tomarse a la ligera ni que excusar como algo propio de la edad, pues no estamos hablando de una supuesta dictadura perfecta del proletariado como se podía abogar desde la Sorbona cuando a finales de los sesenta mucho romantizaron el maoísmo. Tampoco pienso que tengan en mente un régimen fascista como los que perdieron la Segunda Guerra Mundial, y por si alguien se lo pregunta, dudo mucho también que los jóvenes ingleses tengan en la mente a Franco o Salazar, ni que vean con anhelo la Bielorrusia de Lukashenko.

Pero hay algo en ciernes en todo el mundo de canon político Occidental: el descrédito de la democracia, algo que hace apenas veinte años nos hubiese parecido imposible. Piensen en esto: no es que las sociedades estén dejando de creer en los políticos —algo tan antiguo como el mundo—, es que están dejando de creer en el sistema. He aquí el punto tenebroso de esta historia, pues si el lector lo piensa, tras la Segunda Guerra Mundial nuestro mundo ha luchado por conseguir una democracia plena, entendiendo que es el menos malo de los sistemas de organización para un país.

La tan renombrada polarización de la sociedad alcanza con esta idea quizá su punto álgido: no es que uno vea negro y otro blanco, no es que un ciudadano vote para que no salga el partido de enfrente; lo aquí reseñable es que la mitad de los jóvenes británicos creen mejor un sistema dictatorial que una democracia, y esto no es un simple cambio político: es una nueva —aunque antiquísima— forma de ver el mundo y de otear el horizonte de su país, lo que implica que ni siquiera la fe en el sistema político —que no de los políticos, pues son cosas distintas— está muriendo y por ende el aglutinante social, esas ideas comunes que aúnan a la gente que comparte la nacionalidad, su forma de comprender la vida y las ideas básicas de interpretar el mundo se está resquebrajando y creando un bloque de pensamiento tan diferente que puede acabar en un enfrentamiento.

“Y que esto suceda de forma común en Occidente, esto sí, es a causa de la política realizada.”

Francia y Alemania no han conseguido sacar adelante unos presupuestos generales, y en España ya sabemos lo que ha pasado estos días. En el caso patrio, hemos visto estos días discursos paralelos, unos diciendo que los otros abandonaban a los más necesitados, y los otros remarcando que aprovechaban aquellos puntos de lógico consenso para meter con calzador tropecientas cosas más, el ciudadano ve eso y piensa: ¿Qué tendrá que ver un palacete parisino [que ojo, personalmente no tengo nada en contra por que pase a manos vascas] con las ayudas para la Dana y el volcán de La Palma?

Además, asistimos impasibles al intento de controlar en toda Europa las fakenews por aquellos que nos mienten de forma generalizada, y que tan solo tirando un poco de hemeroteca deberían dejar sus cargos.

Y ante los tremendos esfuerzos de los que gobiernan para todos en defender aspectos privados o cosas que al conjunto del pueblo soberano poco importan, la sensación de que nuestras vidas van a peor se generaliza, vote uno a quién vote.

Sumemos también la crisis del periodismo, que entre tantas nuevas vías para estar “informados” y que ya casi nadie paga por estar “informado”, hace que los medios de comunicación clásicos vayan como pollo sin cabeza. Y esto no es solo culpa suya; hace veinte años, uno leía o escuchaba las noticias realizadas con cierta seriedad aunque siempre con un sesgo político, pero ahora uno escucha directamente lo que quiere oír, y en una época como la nuestra en que el pensamiento crítico, el raciocinio y el intento de comprender el mundo a través del saber ha sido sustituido por los sentimientos y la fe en que uno mismo es muy listo y el resto muy tontos, ideas básicas de nuestros sistemas políticos se repiten como mantras, haciendo que cada vez suenen más vacías. No creo que ni durante la Transición se dijera tanto la palabra democracia —que ahora es sinónimo de “yo por delante”—, nunca tanto se habló de consenso para maquillar el oportunismo, y la transparencia es apelada en una época de tremenda opacidad.

Y ahí sí que hay un problema, pues una mala política unida a la desconfianza hace emerger el “deseo del hombre fuerte”, ese político no tecnócrata capaz de solucionarlo todo de un plumazo.

“¿Cuántos ciudadanos de Méjico o Reino Unido querrían su propio Nayib Bukele?”

El epíteto de todo esto lo tenemos con la vuelta de Donald Trump. Tras el gobierno de Biden, los estadounidenses vieron las mismas imágenes que nosotros de Afganistán, como Rusia atacaba Ucrania e incluso emplea soldados norcoreanos, la destrucción de Gaza, y creen, sea un sentimiento infundado o no, que su vida es peor —incluso hay quienes realmente temen ser invadidos por sus vecinos del Sur. Y como el mesías del pueblo, reaparece un hombre condenado acompañado de multimillonarios diciendo que con él que Estados Unidos y el mundo a sus pies será mejor.

En este primer cuarto del siglo XXI, no hemos creado en Occidente ningún sistema político que mejore la democracia que conocemos, el estado del bienestar parece hundirse, y el paraguas social hace aguas. No se si debe sorprendernos entonces que los más jóvenes vean en algo para nosotros tan recalcitrante como es una dictadura la oportunidad de una vida mejor y esto es muy triste, porque no la tendrán y pueden perder algo que costó siglos conseguir.

 

Imagen: Desmotivaciones.es

  • Marc Borrás Espinosa es Licenciado en Historia del Arte por la Universidad de València, Master d'Estudis Avançants en Hª. de l'Art de la U. de Barcelona, Investigador del Centre d'Art d'Epoca Moderna de la Universidad de Lleida.