Hay recuerdos de la infancia que se nos quedan grabados a fuego, los recuerdos dolorosos, aunque en nuestra familia se hiciera todo lo posible para que pasaran casi inadvertidos a los niños, por el cariño de nuestros padres o familiares. Siendo niño, recuerdo algunos comentarios sobre las duras condiciones de trabajo que sufrían o habían sufrido algunos familiares y conocidos yendo a trabajar a Francia en la vendimia o en otras tareas. Sus privaciones, dónde malvivían, qué comían. Son recuerdos difusos, que incluían a un tío mío. Me quedaron grabados, porque habían sufrido seres queridos para que nosotros disfrutáramos de una vida sin especiales estrecheces, donde reinaban las risas y los juegos, aparentemente ajenos a sufrimientos pasados de otros familiares.
El trabajo de los temporeros, muchas veces en condiciones indignas y humillantes, ha vuelto por desgracia a la actualidad. Eleazar Benjamín Blandón Herrera murió el sábado tras un golpe de calor y abandonado en un centro de salud de Lorca: lo dejaron en una furgoneta y se marcharon. Trabajaba recogiendo sandías, a 44 grados, durante 11 horas al día, sin proporcionarle agua. Este nicaragüense llegó a España en 2019, para sacar adelante a su mujer y cuatro hijos (más otro en camino).
Mientras escuchamos a nuestro alrededor comentarios sobre el calor, ventiladores y aire acondicionado, esta realidad nos golpea de nuevo, porque existen preocupaciones superficiales o secundarias mientras convivimos con injusticias continuas gravísimas. En medio de la crisis económica y laboral desatada por la pandemia, millones de hogares en España sienten el zarpazo de las privaciones, la incertidumbre, el sufrimiento por el futuro. Millones de empleos en el aire o perdidos, hipotecas que ahora son inasumibles, y un largo etcétera que vivimos como podemos, anulando vacaciones, tirando de ahorros, pero casi siempre con el colchón que supone la familia y los amigos, que es un apoyo innegable. Es cierto que no las cometemos nosotros, pero la conciencia nos dice que algo podríamos hacer, algo más, para contribuir a que no se permitan explotaciones como la de este nicaragüense, que bien sabemos no es una excepción entre los temporeros, sobre todo entre los que vienen de otros países y no pueden evitar esos abusos denigrantes.
Duele esta muerte, y duele el silencio de sindicatos e inspectores de trabajo, año tras año, y de nuevo ahora. Muchos temporeros son humillados y explotados, con el silencio cómplice de muchos. Es inhumano, pero consentido.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.