La aparición de internet, la irrupción incesante de las nuevas tecnologías de la información y la multiplicación de las redes sociales han propiciado un cambio cultural y económica gigantesco, y eso que todavía estamos en el comienzo.
Afecta al ámbito laboral, lo comprobamos en la imparable venta o gestión “on line” de casi todo tipo de productos o bienes –en los bancos los empleados están muy nerviosos, al observar la disminución de clientes físicos y la necesidad de readaptar plantillas, a titulo de ejemplo-, en los medios de comunicación que llevan tiempo intentarse adaptarse con desigual éxito, en el ámbito familiar, educativo, administrativo: nada queda ajeno prácticamente a la revolución digital.
Tiene muchas ventajas internet, y desde luego hay que saber aprovecharlo. Por edad, ya contemplamos que hay jóvenes que podemos denominar “nativos digitales” y, en el otro extremo, personas que por edad se consideran “prehistóricos digitales”, renunciando a las ventajas que ofrece. También conozco abuelos y abuelas digitales con 85 y 90 años: depende de cada uno.
Ante internet y las redes sociales, caben muchas actitudes, pero desde luego es imprescindible tener un discurso positivo y animante, sin quedarnos en que es un mundo de superficialidad, pérdida de tiempo y aislamiento humano.
Entre las actitudes posibles, figura la aceptación acrítica e ingenua por parte de los padres, que hará de los hijos “náufragos tecnológicos”, navegando sin criterio por la resistencia obstinada y cerril de los padres –temerosos-, y acabando en ser “robinsones cibernéticos”. Así lo piensa Juan Martínez Otero, profesor de Derecho de la Comunicación, que hace poco me exponía que es preciso asumir unos “hijos surferos para el tsunami digital”.
La valoración de este profesor es interesante: la revolución es tan imponente que la asimila a un tsunami, y anima a “surfear” a todos, para poder aprovecharse y ayudar a los demás. Aunque tal vez lo del tsunami es sinónimo de catástrofe, y se podría buscar otra expresión. Surfear en las olas del mar digital es imprescindible, y aprovechar las aplicaciones móviles que van surgiendo sin parar.
No parece la mejor solución mirar hacia otro lado, ser un “llorón reactivo” ante internet, porque parezca que nos desborda y desborda a todos. En efecto, hay que ponerse el bañador, coger la tabla y surfear en internet, como propone el profesor Martínez Otero, y disfrutar de sus muchas ventajas, como disfruta un surfero del mar.
Los jóvenes no compran prensa desde hace tiempo –y los no tan jóvenes, como bien comprueban los propietarios y directores de prensa escrita-, porque leen lo que quieren en internet. Pero es que tampoco ven la televisión en casa con sus padres, pues prefieren descargarse películas, programas, vídeos “virales”, intercambiar mensajes por las redes sociales, y es cierto que llegan a ser adictos a internet.
Internet es apasionante, pero requiere afrontar el desafío para no quedarse fuera del mercado de trabajo ni favorecer el aislamiento familiar. No debe sustituir la plácida conversación familiar comiendo o de sobremesa, y –como ya sucede- se pacta incluso desconectar los móviles o dejarlos en la habitación, o no contestar de momento a los whatsapp. El “whatsapeo” ya produce situaciones cómicas, y también hay que calmar a los nerviosos que esperan que contestemos inmediatamente un whatsapp.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.