He de reconocer que estas líneas están inspiradas en un viaje reciente de Valencia a Madrid, en el vagón de “Silencio” del AVE. En ese tiempo de 100 minutos, da tiempo para pensar, escribir, leer o, quien lo desea, descansar sin más.
Una cultura que se caracteriza por el ruido, la velocidad y la prisa parece pedir, cada vez más, un espacio mayor para el silencio. El éxito del vagón del AVE es una prueba.
Hace años, leí un pensamiento que me hizo mella: el ruido no hacen bien, y el bien no hace ruido. Pienso que no es una defensa del ostracismo ni el aislamiento social, sino una consideración que pide un espacio propio para el silencio en la vida de todas las personas, y no sólo de poetas o artistas que insisten en la necesidad de tener ocasión de disfrutar del silencio, para reflexionar e inspirarse, en casa, en la playa, en el monte o en cualquier lugar, porque el silencio puede estar… hasta en el AVE.
Un amigo escritor recordaba, hace unas semanas, lo que le ayudaba el silencio del mar, porque notaba que le venían recuerdos y sensaciones: el mar me habla, me sugiere. No hace falta ser escritor: el silencio puede ser elocuente, sugerir, dar paso a una intimidad con frecuencia maltratada por acumulación de ruidos, prisas y saturación informativa.
No pretendo propugnar el aislamiento de nadie, porque el hombre es sociable por naturaleza, y necesita la convivencia, el intercambio de opiniones, la conversación. Pero si el ritmo de vida impide el silencio, como a veces sucede, la persona puede empobrecerse por dentro, por no asimilar o cribar cuanto le viene de fuera, o simplemente cultivando la interioridad, que abarca todos los ámbitos: el trabajo, la familia, la religiosidad, la amistad, la reflexión o el mundo de las emociones. Tras el excesivo ruido puede crecer una gran pobreza interior personal.
Muchos amigos y conocidos han hecho el Camino de Santiago. Vuelven renovados, aunque muy cansados físicamente. Y destacan precisamente la ocasión que presenta de disfrutar de silencio, que habla mucho más de lo que puede parecer a quien no lo experimenta, en lo espiritual y en lo humano, que siempre van más unidos de lo que piensan algunos.
La canción de Simon&Garfunkel tan famosa de “Los sonidos del silencio” trata de lo que habla el silencio, y acaba con una frase elocuente: “Dios siempre habla en el silencio”. No sé si siempre, aunque es probable porque Dios interesa a todo el mundo o afecta a todo el mundo al menos, pero desde luego hace falta silencio para escucharle.
No pretenden ser estas líneas una crítica del mundanal ruido, aunque me cuento entre los que han sufrido durante años los ruidos nocturnos de pubs, por ejemplo. La vida es acción, relación, conversación, pero cada vez más oigo elogios del silencio, por parte de personas muy variadas. Puede ser bueno probarlo, a ver qué pasa, aunque me temo que algunos huyen del silencio para no comprobar su vacío, pero incluso en ese caso el silencio es necesario, más necesario, para reflexionar. No hace falta ir en el vagón “Silencio” del AVE, pero sí nos hace falta a todos la valentía del silencio.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.