El uso de los teléfonos móviles en los centros escolares se ha puesto en primera línea estos días de comienzo de curso. Cada instituto o colegio puede regular el uso que los alumnos pueden hacer del móvil, desde prohibir su uso hasta reducirlo a las horas de recreo. Nuevas tecnologías, nuevos retos educativos, con un fundamento más que razonable, que es el uso moderado o imprescindible. Salta a la vista, es evidente y todos comprendemos la tendencia a esas edades de dispersarse, curiosear, despistarse. Nos hubiera pasado a nosotros lo mismo.
Educar en el uso del móvil es el reto, pero no exclusivamente en el ámbito escolar, sino en el familiar y social. Resulta muy cómodo achacar a los jóvenes de ciertas carencias o faltas de un uso moderado del móvil, de internet, de las nuevas tecnologías, atribuyéndolo a una inmadurez y unos hábitos de los que casi nadie asume la responsabilidad.
Los centros educativos están poniendo, y deben hacerlo, unas normas. Sin embargo, hay que poner el acento en que es la familia la principal institución para educar, siendo el colegio un actor secundario, aunque en lo académico puede ser el primer responsable.
Recibimos abundantes whatsapps, a veces con vídeos de larga duración, llamadas telefónicas, con el matiz añadido de que algunos adultos que envían un whatsapp se extrañan de que no se le conteste casi inmediatamente, como si todos debiéramos estar permanentemente con el móvil en la mano o en la mesa. Hay una ansiedad de chiste en muchos adultos. Cada uno de nosotros sabemos el uso que hacemos, que tal vez no es tan adecuado como debiera ser, si se tienen en cuenta unas pautas: es un medio de comunicación, no pasatiempo para jubilados o “desfaenados” –como me decía un amigo-, transmisor de felicitaciones o recordatorios, o de alguna noticia que merece de verdad la atención para alguno de nuestros contactos.
Me llama la atención que algunos envíen un whatsapp a todos sus contactos: rara vez está justificado. Reconozco que tengo muchos contactos, y en un solo día puede suponer una notable inversión de tiempo –por afecto o respeto– mirarlos o leerlos. Voy por la calle y veo multitud de adultos hablando por el móvil, algunos con riesgo de chocar contra una farola, arrollar a una señora mayor o cruzar un semáforo en rojo. Alegra comer en familia sin usar el móvil, o con amigos o colegas. Ver cuatro adultos tomando un café y usando todos el móvil es real y así no educamos a los jóvenes.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.