Una serie de alarmas están saltando en torno a la familia, y ya hace años. No acabamos de ser consecuentes cuando subrayamos la importancia de la familia y, sin embargo, en la práctica parecemos desbordados, superados, por un deterioro familiar creciente. Me parece que no es cargar las tintas ni dibujar un panorama negro. Aceptamos que, por encima del trabajo y de las amistades, lo que de verdad importa es la familia, ámbito en el que se nos quiere por lo que somos –marido, mujer, hijo, hermano, abuelo, sobrino– y no por lo que tenemos. El auténtico colchón ante el paro es la familia: nos echará una mano, incluso en lo económico, aunque el paro sea largo y se acaben los subsidios.
Varios datos o fenómenos abonan esta situación sobre la familia que requiere asumir retos entre todos. Los profesores lamentan que se les pida educar a los alumnos –según dicen, bastante indisciplinados y poco laboriosos, en general-, cuando es la familia quien tiene que educarlos, con horarios, actividades, tareas domésticas y un largo etcétera. Salta la alarma con el uso de los teléfonos móviles: se quiere difundir que hasta los 16 años no tengan móvil los jóvenes ¿y no acudirán a otros jóvenes que sí lo tienen? Siguen las rupturas matrimoniales como algo que todos reconocen que tienen graves consecuencias en los hijos, y la opción que se extiende es no casarse, convivir: es una falta de compromiso que contribuye a evitar los hijos, con unas cifras preocupantes de caída de la natalidad. Más que “controlar” hay que educar y formarse.
El matrimonio es muy importante, la familia es decisiva, pero apenas nos preocupamos de recibir una formación en consonancia con esa relevancia. Se ansía un matrimonio o una familia estables, pero falta invertir tiempo. Muchos problemas surgen de las familias desestructuradas: no se generan por casualidad, sino por falta de preparación, compromiso personal y asumir en la vida diaria que la convivencia es más importante que la tablet, que el trato está por encima del uso compulsivo del whatsapp, que el perro es importante pero menos que el cónyuge, los hijos o los abuelos.
La calle y el trato con nuestros parientes, amigos y conocidos son el mejor termómetro. La familia está herida, maltratada con frecuencia, considerando casi utópica una familia y un matrimonio estables, conviviendo con las diferencias y el pluralismo, aprendiendo cada día a querer y a darse. Me arriesgo a simplificar, pero pienso que el egoísmo se disfraza de muchas maneras para no cuidar la familia, y luego viene el dolor y el arrepentimiento por haber descuidado lo que decimos que es más importante. Paradoja.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.