El 14 de diciembre de 1990 la Asamblea General de Naciones Unidas designó el 1 de octubre como Día Internacional de las Personas de Edad para responder a las oportunidades y los desafíos del envejecimiento de la población en el siglo XXI y para promover el desarrollo de una sociedad para todas las edades.
Desde entonces se viene celebrando ese día internacional el 1 de octubre, con diversas denominaciones, tales como “Tercera Edad” o “Personas Mayores”. Me parece una buena iniciativa para subrayar y reconocer la importancia de las personas mayores, pues se corre el riesgo de que se aparquen o los aparquemos sin darnos cuenta, porque ya no están –según el criterio de algunos, a veces en la propia familia– para aportar mucho, por una disminución de energías físicas o psíquicas, ¡ni para celebraciones familiares!
Sin embargo, al igual que hay un Día de la Madre o un Día del Padre, para reconocerles, y somos conscientes de que todos los días del año han de estar en el centro de nuestra vida nuestras madres y nuestros padres, lo mismo ha de servirnos este día de las Personas Mayores: los 365 días del año hemos de tenerles presentes, con medidas y avances concretos. Reflexionemos con corazón: ¿cómo queremos que nos traten cuando lleguemos a esa edad o situación? No nos quedemos en palabras huecas ni buenismos.
Hay discrepancias sobre lo que entendemos por personas mayores o tercera edad. La OMS entiende que es a partir de los 60 años, pero atención porque habla de la Cuarta Edad a partir de los 80. Personas mayores engloba la cuarta edad, no lo olvidemos.
Pienso que hay ancianos de planteamientos y actividad a los 55 años, y profesionales con gran energía a los 70, y no digamos entre los que son emprendedores y tienen un negocio que depende de ellos, por no llamarles “empresarios”, porque a veces hablamos de un comercio o un bar que llevan sacando décadas: estoy pensando en un amigo y su mujer, ambos con 67 años, que siguen sacando un bar, ¡su bar!, con las piernas arqueadas y dolientes por los miles de horas que llevan trabajando de pie.
La tercera edad es objetiva y, también, subjetiva, o relativa en función de la persona. No me parece bien jubilar a un profesor universitario a la fuerza, cuando puede estar en plenitud de facultades e ilusionado en su tarea, tanto o más que un joven profesor: lo haría flexible, más flexible, en función de la persona. Y no digamos el caso de los médicos, que se les obliga a jubilarse, y a los 65 años pueden rendir muchísimo por su gran experiencia: establecería criterios de flexibilidad.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.