Suelo comentar con satisfacción las Navidades que pasé en Calamocha. Hay que reconocer que hacía más frío y nevaba más. Había un calor religioso y familiar que es imposible olvidar, y no digamos en familias numerosas como la mía. Reconozco que, al escribir estas líneas, disfruto con estos recuerdos, con la ilusión de ayudar a recordar a miles de familias turolenses y que sirvan de estímulo en algo a los más jóvenes.
Si nos esmeramos en conservar ese original y auténtico espíritu religioso y familiar de la Navidad, nos servirá ahora, y no reducirla a viajes, comidas y regalos, que incluso puede conducir a desear que pase pronto la Navidad.
Años 60. La Navidad era el momento más entrañable y esperado por los diez, mis padres y mis hermanos. No lo escribo con nostalgia, sino como recuerdo que es un tesoro. Las personas somos, también, lo que hemos vivido, la historia que tenemos, para bien y para mal, aunque casi siempre es posible rectificar las herencias negativas.
Como mi familia, percibía en las familias de Calamocha esa ilusión y calor navideño, en una auténtica fiesta de afecto familiar y vida religiosa. La calefacción “gloria” -que a algunos jóvenes hay que explicar en qué consistía– y el bullicio jovial nos acompañaban y nos sentíamos muy a gusto, La preparación del Belén, los adornos navideños, la Misa del Gallo, los “quintos” rondando.
Hacer el Belén aglutinaba a buena parte de la familia, probablemente más a los varones, porque las mujeres estaban muy ocupadas en preparar las comidas y cenas de esos días, de modo especial Nochebuena y Navidad. Que nadie vea tintes machistas, simplemente me parece que era la realidad. Más frecuente que ahora, el cardo o la borraja –esta segunda con menos partidarios ya entonces– salían de la cocina, y entre los turrones el guirlache no podía faltar.
Buscar algunas piedras, corchos, musgo, serrín o maderas era una tarea que invitaba a la creatividad, si se tenía la suerte de tener en casa algún artista, como mi hermano Justo ¡que hizo un Belén estupendo aprovechando una estufa vieja! Yo tenía otras aficiones, pero disfrutaba.
Ahora que en YouTube hay numerosos videos de cómo hacer un Belén ofreciendo muchas opciones –por supuesto con “facilidad”- , entonces nos fabricábamos nosotros las opciones: era otra cultura, más a pie de calle, más primaria, aunque puede que también con algunas ventajas respecto a la actual, que dejo para reflexión de cada uno. La escasez de recursos y la sencillez fomentan el ingenio y los proyectos: prefiero “hacer el Belén” que comprarlo hecho, he de ser sincero, pese a que no gustará esta afirmación a los comerciantes.
Todavía no me explico cómo había espacio para diez personas en el pequeño comedor, pero se obraba el milagro. Por encima de todo, el espíritu navideño impregnaba todo, se evitaban conversaciones incómodas o inoportunas para la fecha. Y cantábamos muchos villancicos: ahí sí que aportábamos todos, aunque era evidente que algunos no destacaríamos en el mundo musical por muchas ganas que poníamos.
Salvo error por mi parte, no tenemos fotografías de esas celebraciones. Ni nosotros ni casi nadie, pues habría que haber llamado al fotógrafo del pueblo, y era impensable.
No había muchas opciones consumistas, hay que reconocerlo, y los chavales esperábamos esta época como la época de los regalos de Reyes, porque el resto del año vivíamos con esos regalos: un balón, unos sencillos juegos, y no mucho más.
En mi familia, y en muchas, viviremos esta Navidad evocando –muchas veces sin decirlo– nuestra infancia y juventud. Y cantaremos villancicos como si formáramos un coro celestial y terrenal, integrado por mis padres, Maruja, Aurora y Pepe: cinco de ellos desde el Cielo. Les debemos mucho. Navidad, tiempo de corazón y de fe… además de regalos, fiestas y adornos. ¡Feliz Navidad 2024!
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.