Eran las ocho horas y diez minutos de la tarde de aquel día del seis de octubre del año mil novecientos treinta y cuatro (dentro de pocos días hará ochenta y tres años). Lluis Companys, president de la Generalitat Catalana, desde el balcón de la presidencia proclama el Estat Catalá, dentro de la República Federal Española.
En la misma jornada, por la mañana, la Alianza Obrera organiza una manifestación multitudinaria que se disuelve pacíficamente, según cuentan las crónicas. La CNT se abstiene de participar porque recela del tufillo burgués de la misma.
A continuación, Companys se pone en contacto con el general Batet, jefe de la Cuarta División Orgánica, y le dice que se ponga a sus órdenes. Batet, un catalán moderado, de acuerdo con Lerroux en su condición de presidente del gobierno, como respuesta, proclama el Estado de Guerra.
A las once de la noche llega a la Plaza de Santa Mónica una compañía del Arma de Infantería y una batería de artillería. Muere un sargento y siete militares son heridos.
En la alocución anticonsitucional de Companys proclamando el Estat Catalá se guarda muy bien de nadar y guardar la ropa. Afirma el Estat Catalá pero dentro de la República Federal. Incluso ofrece Barcelona como sede provisional del gobierno de la República. Entonces como ahora, los catalanes sabían que era imposible una independencia total y absoluta. Aquel golpe de estado se colocaba a extramuros del régimen constitucional republicano.
Pequeñas fuerzas se adhieren al golpe de estado de Companys. El triste resultado de aquella noche fue cuarenta y seis personas muertas (38 militares y 8 civiles).
Al parecer, Lluis Companys, un hombre de buena fe, no era muy partidario del golpe, pero el radicalismo de algunos hombres de la Esquerra, entre ellos el fascista Dencás –admirador de Mussolini- le empujaron a tomar tan radical decisión. Por cierto, Dencás en estas circunstancias, apareció vestido muy al estilo fascista con botas y uniforme militar, y un brazalete con la cuatribarrada. (La estrellada todavía no estaba de moda). Dencás desapareció cuando sonaron los primeros cañonazos y una parte de los colaboradores de Companys huyeron heróicamente por las alcantarillas. Hecho histórico más que comprobado.
Los promotores del golpe de estado esperaban que los miles y miles de manifestantes que habían proclamado su inquebrantable fe catalanista esa misma mañana, se sumarían a la decisión del president de la Generalitat. Pero Companys se quedó solo. Allí no apareció nadie dispuesto a dar su vida por el Estat Catalá. Y el president y sus colaboradores tuvieron que comparecer ante los tribunales y condenados a la pena de treinta años de privación de libertad. Y como la historia se repite, en la actualidad también algunos consellers dimiten o son cesados porque se niegan a firmar ciertos documentos que puedan ser utilizados para inhabilitarlos judicialmente.
Puigdemont que no debe saber mucha historia, ha quedado atrapado en un juego muy peligroso víctima de sus propias falacias y de su cortedad intelectual. Nos dijo a todos los españoles que la manifestación a celebrar sería un homenaje a las víctimas del terrorismo. La realidad ha sido un insulto a las víctimas, una evidente apuesta por la independencia y un ultraje a las más altas magistraturas de la nación española. Allá él.
En estos momentos tan graves es de una enorme torpeza política pedir la ruptura de nuestra España. La historia se repite: Puigdemont que por lo visto desea inmolarse por la patria catalana, (salvando las distancias), intenta parecerse a Companys. Y el bestia de Joan Tardá en estos momentos es el émulo perfecto del fascista Dencás, y los anarquistas de la CUP nos recuerdan a los famosos escamots de la Esquerra . Espero de todo corazón que la sensatez de Rajoy llegue a buen puerto. Para muchos españoles, entre los que me encuentro, en este Rajoy tranquilo, un poco soso y sin carisma, como repiten algunos de sus detractores, pero muy inteligente y muy patriota y honrado, radica nuestra esperanza de poner fin con un poco de paciencia a tanta locura de un grupo de iluminados catalanes que ya se han olvidado del testamento del gran Tarradellas. Amen. Así sea.