Facebook acaba de reconocer que, en la campaña electoral para elegir presidente de los Estados Unidos, difundió mentiras e insidias. Influyó en que saliera elegido Donald Trump.
Facebook lo ha reconocido, y reconoce que es un riesgo para la democracia, que puede contribuir, y mucho, en los resultados electorales. También puede influir en muchos otros aspectos, en casi todos, pero el caso de Facebook no es único, sino que todas las redes sociales y el mundo digital deben reflexionar, y los que somos usuarios.
Escribir estas líneas, precisamente un 24 de enero, en el que celebramos los periodistas a nuestro patrón, San Francisco de Sales, me produce una sensación compleja. Compleja es la situación siempre de los medios de comunicación, pero más todavía ahora con la revolución digital y la proliferación de las redes sociales.
Se acusa a Rusia de intoxicar en el “procés” catalán, para debilitar a la Unión Europea. Ahora Facebook entona un “mea culpa”, que casi era innecesario por la convicción que tenemos todos de ser manipulados con noticias falsas en las redes sociales –con más facilidad que en otros cauces de comunicación-, aunque añade un grado de gravedad, incertidumbre y responsabilidad.
Es muy fácil difundir noticias falsas. Los periodistas hemos de hacer una criba continua de lo que nos llega, porque bien sabemos que podemos ser cómplices de la mala fe, los intereses económicos o militares, la superficialidad o el afán de notoriedad.
Como a mí, seguro que otros podrían poner ejemplos de noticias falsas, de reproducciones manipuladas de palabras de líderes políticos o sociales, de rumores con años de antigüedad que se reiteran con fines inconfesables. Todo ello abona la tesis de quienes consideran que internet es un “océano de basura”, o de que el mundo virtual es un mundo de ficción y engaño.
No soy tan radical como quienes defienden estas posturas anti-internet. Sin embargo, Facebook, por ejemplo, no puede quedarse en lo que acaba de reconocer: ha de establecer –y hacerlo saber a los usuarios– qué piensa hacer para no seguir contribuyendo a la difusión de noticias falsas, qué garantías puede fijar para que evitar que cualquiera mienta en la red social, haga montajes de textos y fotografías o vídeos para intoxicar. Y no sólo Facebook. En la medida que sea posible, claro.
Es una tarea ingente la que le corresponde a las redes sociales. Habrá que definir lo que se les puede exigir y reclamar –jurídica y económicamente, si es el caso-, y lo que se escapa al control profesional, respetuoso y cauce de la libertad de expresión. Delimitar insultos, amenazas y engaños no sólo es tarea de la Policía o Guardia Civil, sino que las plataformas digitales deben evitarlos y, si es preciso, borrarlos, para que el daño no se propague con casi total impunidad.
También se exige una educación para que los usuarios detectemos más esas mentiras, y no contribuyamos a la calumnia, difamación o intromisión en la intimidad de las personas. Y que el mundo virtual no sustituya al mundo real, del trato personal, de la información contrastada por parte, sobre todo, de los periodistas.
Muchos colegas periodistas, al leer estas líneas, pensarán: “encima de la grave situación empresarial de los medios de comunicación, con EREs y cierres a la orden del día, con reducción de salarios, se nos pide contrastar la información que nos llega a través de las redes sociales y por mail –por no hablar de lo que llega por whatsapp– cuando no tenemos tiempo ni para leer lo que nos llega cada día”.
En buena parte lo entiendo, pero no podemos renunciar a la esencia de nuestro trabajo: o al difundir noticias, citar la fuente, para que el emisor o la plataforma se ande con cuidado.
Lo del “cuarto poder” aplicado a los periodistas podría dar para un debate irónico. Que se lo digan a los periodistas que no cobran ni 1.000 euros, por jornadas por encima de lo legal y a horas que impiden una normal vida familiar, tras haber cursado una carrera universitaria. Los periodistas nos enfrentamos a una situación de desprestigio profesional y social, y no siempre el mucho trabajo y la calidad son sinónimos de reconocimiento.
Como alguien escribió en estas páginas hace unos meses, a la profesión periodística “hay que llegar llorado”. Lo dije hace poco: la valentía es más necesaria que nunca en esta profesión.
Prometo continuar con estas reflexiones sobre el periodismo actual. Sin visiones derrotistas ni idílicos cuentos de hadas, ni cantos pueriles hacia un periodismo irreal. Y a la vez alentarnos entre todos a un trabajo exigente y, pese a todo, apasionante.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.