Debemos comprender, lúcidamente, que estamos implicados en un cambio rápido, amplio y profundo que se está llevando a cabo en diferentes ámbitos: científico, teológico, económico, social, cultural, religioso.
Basta enumerar simplemente algunas palabras como: biotecnologías (dan un poder inmenso sobre la vida vegetal, animal y humana); revolución informática (construye la sociedad de la comunicación y del conocimiento); globalización (implica interdependencia económica, transferencias de capitales y de empresas, movilidad de personas, exportación de ideas y de estilos de vida, el multiplicar de instituciones internacionales); pluralismo cultural, ético y religioso en un mismo territorio (conlleva la necesidad de aprender el difícil arte de la convivencia con la diversidad); relativismo (reduce la racionalidad únicamente a un ámbito científico y técnico; la antropología, la ética y la religión quedan a merced del subjetivismo de las opiniones libres); revolución sexual (incluye tanto las costumbres como la ideología); secularización (tiende a marginar a Dios de la vida, especialmente de la vida publica).
La revolución sexual se manifiesta a través de una serie de fenómenos culturales, sociales, éticos impresionantes y en ese ambiente, el matrimonio es considerado como algo anticuado y destinado a desaparecer (desgraciadamente, lo escucho a diario, por muchas personas jóvenes y menos jóvenes). La propuesta es de matrimonio como un contrato a tiempo parcial, posibilidad de poli-amor y poli-familia, ideología de género .
Y esta cultura dominante acusa a los que defienden la Familia con mayúscula de ser retrógrados, enemigos de la libertad y de la alegría de vivir, porque desaprueban las relaciones sexuales fuera del matrimonio, la contracepción, el aborto, el divorcio, las relaciones y la cultura homosexual. También aquellos matrimonios celebrados en la Iglesia, a menudo, corren el riesgo de no ser considerados válidos. En el libro-entrevista “La Luz del mundo” el Papa Benedicto XVI afirma que “Hasta ahora el derecho canónico presumía que alguien que contrae matrimonio sabe lo que éste es”. Presupuesto este saber, el matrimonio es válido e indisoluble. Pero, en la actual maraña de opiniones, lo que se “sabe” en medio de la actual constelación sociocultural totalmente modificada es más bien que es normal romper el matrimonio. Hay que preguntarse, por eso, cómo se reconoce la validez y dónde son posibles las curaciones (Benedicto XVI, Luz del mundo, p.69). En otras palabras, hoy día, la sociedad civil ya no comparte la visión cristiana del matrimonio, con sus valores de unicidad, fidelidad, indisolubilidad, apertura a la vida, y en la mentalidad actual ya no se puede dar por descontada la validez del matrimonio celebrado en la iglesia; en muchos casos, está en peligro no sólo la productividad, sino también su validez.
A los desafíos tan graves y peligrosos que emergen en la situación actual de cambio profundo, debe corresponder una IDEA CLARA sobre LA FAMILIA, pues no es un invento social. La familia en el diseño originario de la creación, y es unidad y fecundidad.
Miremos a la familia y como escribe S. Juan Pablo II, en Familiaris Consortio, 42) “En efecto, de la familia nacen los ciudadanos, y éstos encuentran en ella la primera escuela de esas virtudes sociales, que son el alma de la vida y del desarrollo de la sociedad misma”. La familia genera las personas; produce los bienes relacionales primarios que plasman la identidad personal, como el ser padre o madre, el ser hijo o hija, el ser hermano o hermana; alimenta las virtudes indispensables para la vida social como la gratuidad, la reciprocidad, la confianza, la solidaridad, la responsabilidad, la capacidad de sacrificio, la justicia, la laboriosidad, la cooperación, la elaboración de proyectos, la sobriedad, la propensión al ahorro, el respeto al medio ambiente. Aquel que ha experimentado las relaciones virtuosas en la familia, presta atención al bien común de la sociedad y al mismo tiempo es consciente de la dignidad personal, de la unicidad e irrepetibilidad, propia y ajena (FC 43)
Es necesario mirar a la familia no sólo como portadora de necesidades, sino también como un recurso para la sociedad, es decir, como un sujeto de humanización.
Mª Ángeles Bou Escriche es madre de familia, Orientadora Familiar, Lda. en Ciencias Empresariales y profesora