Un profesor y amigo mío solía decir hace años lo siguiente: "Somos la generación perdida, porque nos mandaron nuestros padres y nos mandan nuestros hijos".
Aunque la frase suene a chanza, tiene sin embargo bastante miga. Efectivamente, hay hoy un buen número de padres que tienen la impresión o el sentimiento de ser “mandados” por sus hijos. Es decir, se dan cuenta de que los hijos hacen algunas cosas que ellos, sus padres, desaprueban, pero éstos no tienen ni la energía ni los argumentos suficientes para oponerse. A la perplejidad inicial –la pena que les causa el hecho les bloquea- puede suceder una actitud pasiva, de resignación, impotencia o de abierta claudicación.
Este tipo de actitudes y conductas se encuentran con cierta frecuencia cuando están en juego algunas cuestiones relacionadas con la conducta sexual. Por conducta sexual entendemos temas tales como el uso de los anticonceptivos, las relaciones pre o extramatrimoniales, el divorcio y el aborto. Para los bautizados se añade el matrimonio civil.
Con cierta frecuencia nos enteramos de historias de este tipo, bien en nuestra propia familia, bien en las familias de nuestros amigos. Aparecen hasta la saciedad en los medios de comunicación social, y dan temas de conversación a más de una tertulia.
¿Qué respuestas dan las personas que viven a nuestro alrededor cuando se les presenta un suceso como los descritos más arriba? Sin agotar todo el abanico de posibilidades, se me ocurre que podemos hacer una breve clasificación de estas respuestas, a partir de quienes las toman, en especial los padres.
En un extremo, están los que se dejan llevar por la corriente. Por poner un caso, cuando una hija soltera queda embarazada y quiere casarse, se le proporcionan los medios materiales, el ajuar, la vivienda –si los padres pueden– el festejo el viaje de novios. Si se trata de matrimonio civil, pasa lo mismo: ceremonia social, festejo, regalos, etc.
En el otro extremo están los padres que se disgustan si pasa en su casa algo así, y obran en consecuencia. La familia queda afectada, y se procura que los causantes del problema se arrepientan del hecho. No hay festejo, ni regalos, ni felicitaciones.
En el pasado, la mayoría de las familias se comportaban con este ultimo estilo. Hoy es más frecuente la aceptación, la acogida y la protección. Si el hecho les supone un disgusto a los padres, éstos “se lo tragan”, y ante los hijos se esfuerzan por aparentar alegría y satisfacción. Con lo cual termina cumpliéndose la afirmación de mi amigo profesor.
Actualmente los hijos pueden discutir el derecho de sus padres a mandar. Lo cuestionan de palabra o de hecho, con réplicas y protestas más o menos abiertas. Por otro lado, está la opinión publica, que ha hecho suya la idea de educar por la vía del disfrute. “Disfrute hoy y pague mañana”
Cuando se funciona buscando disfrutar a toda costa, lo que se produce en poco tiempo es una reducción de la capacidad para soportar las frustraciones o las contrariedades. Se puede uno ahogar en un dedal.
Hemos localizado un primer problema: La perplejidad o el desconcierto por razón de la novedad. Y la perplejidad nos lleva a un segundo problema o cuestión: Indagar qué respuestas son las correctas en los tiempos actuales, para que padres y educadores puedan calificarse de tales.
Para consentir, no hace falta ser ni padre ni madre, ni educador. Lo que define a padres y educadores es precisamente el deseo de bien del que está a su custodia. Y ya se sabe, alcanzar el bien cuesta. Para ir cuesta abajo, o dejarse llevar por la ley del mínimo esfuerzo, no hace falta ayuda. “Para las cuesta arriba quiero mi burro, que las cuestas abajo...”
¿Dónde encontraremos el modelo o los modelos de respuestas válidas, es decir, educativas, para los padres y educadores en las situaciones actuales y en el tema que he elegido para estudio? No es fácil dar cumplida respuesta a esta cuestión. Por un lado, los educandos son seres humanos, es decir, son libres. No hay recetas en educación.
- “¡A la cama!“, le manda la madre a Jorge, de dos años. Y Perico se va a la cama.
- “¡A dormir!”, le reitera su madre. Y Jorge, si hubiera sabido decirlo, hubiera contestado: “Eso será si quiero”
¿Qué hago, le dejo o no, le castigo o no, le compro la moto o no...? No valen las recetas, pero sí las reflexiones sobre la base de unos criterios correctos. Con lo cual, si las cosas salen mal, o salen distintas de lo que se pretendía al tomar la decisión de hacer o dejar de hacer tal o cual cosa, por lo menos queda la tranquilidad de haber obrado rectamente. “Que por mi no quede”. Muchas veces obrar así acompaña a una decisión incómoda, costosa.
¿Qué es una decisión?
Dejo para otra ocasión mi opinión .
Mª Ángeles Bou Escriche es madre de familia, Orientadora Familiar, Lda. en Ciencias Empresariales y profesora