El pasado fin de semana estuve en Barcelona celebrando los 50 años del final de los estudios en el colegio Viaró. No voy a decir que parece que fue ayer, porque 50 años tienen su entidad, pero sí recuerdo con gran afecto esos años en el colegio y, por supuesto, el COU y final de los estudios. En 1974 dejábamos las aulas del colegio, para iniciar estudios universitarios: es imborrable. No es nostalgia, es gratitud.
Entre lectores habituales u ocasionales de una columna periodística se crea una sana curiosidad por conocer circunstancias del firmante. Brindo mi reciente experiencia.
Las celebraciones de aniversarios académicos, también a nivel universitario, suelen tener unas características habituales: una comida o cena, algunas fotografías y palabras emocionadas. Pienso que la mayoría guardamos buenos recuerdos de las etapas estudiantiles, porque son años de aprendizaje, amistades sólidas y forja de proyectos. Son años en que predomina la amistad desinteresada. Los hay que se apesadumbran ante un aniversario tan significativo, también con el temor de no reconocer a algunos, o convertir la celebración en una evocación de recuerdos infantiles o juveniles que parecen no tener conexión con nuestra vida actual.
Los compañeros que se encargaron de la organización del 50º aniversario lo hicieron con iniciativa, antelación, chispa y originalidad. Pidieron sugerencias a todos. Se concretó en una mañana de convivencia y descanso, facilitando hablar unos con otros sin prisa, paseando con sosiego, disfrutando de un paseo por el puerto de Barcelona en una “Golondrina”, de los preparativos de la Copa América y del Aquarium, para acabar con una sencilla comida. Además, quienes iban explicando lo que veíamos eran compañeros de curso que trabajan en esos lugares. Fantástico y sencillo a la vez.
No fue un día en exclusiva de recuerdos, sino de ponernos al día en nuestras familias, trabajos y proyectos. Y de comprobar que el colegio mantiene su identidad educativa: calidad, implicación de los padres, atención personalizada y formación cristiana. En absoluto fue un retroceso, sino un empalme entre el pasado y el presente, comprobando la fortaleza y el afecto perenne de esos años colegiales. Ahora, en la era digital, pienso que es más interesante cultivar el trato personal, por ejemplo con ese tipo de celebraciones, haciéndolas atractivas y amenas como fue en este caso. Así lo viví, lo vivimos, y brindo la experiencia. Agradecidos y orgullosos de aquellos años colegiales, y dispuestos a colaborar ahora de acuerdo con nuestras posibilidades. Animo a todos.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.