Las consecuencias de la crisis sanitaria a causa de la epidemia son múltiples y dolorosas. La más grave, sin lugar a dudas, la pérdida de vidas humanas, sobre todo en residencias de mayores, cuyas causas duelen todavía más, porque no se actuó en algunas a tiempo y con los medios adecuados, pese a que era evidente que era el sector más vulnerable: si en algunas no ha habido contagios ni muertes no parece que se deba a la casualidad, sino a haber puesto los medios a tiempo. La sociedad, los familiares de los fallecidos, no deben pasar página, y es algo que se resolverá en los tribunales o a través de los cauces que cada uno quiera utilizar, en memoria y en honor de los fallecidos. Negligencias laborales o sanitarias, tardanzas reiteradas por parte de las autoridades, deben ser aclaradas, también para que no vuelvan a suceder, si hay nuevas emergencias en el futuro, sean del Covid-19 o de otro tipo. Nuestros mayores tienen derecho, se lo merecen, y las heridas de lo que ha pasado deben restañarse con rigor para no recaer en reincidencias.
Además de las vidas y el dolor de las familias, el confinamiento ha conducido a una situación de grave crisis laboral y económica, con la consecuencia de que han aumentado las familias que necesitan alimentos. Bien lo saben Cáritas, el Banco de Alimentos y Cruz Roja, por citar algunas entidades. Bien lo sabemos todos, por situaciones que conocemos de vecinos concretos o por situaciones que nos refieren amigos o conocidos. No consuela el hecho de que es un fenómeno que afecta a toda España, a todos los países que han sufrido –y sufren– esta pandemia, porque las colas para pedir alimentos básicos, las llamadas telefónicas solicitando ayuda, las penurias porque se demoran las ayudas económicas oficiales o las cantidades a que se tienen derecho por la situación de desempleo de familias enteras nos golpea a todos.
Ante la gravedad de la situación, la tentación es pensar que nos excede, que poco podemos hacer cada uno, o bien pensar que ya las instituciones hacen una gran tarea. Seguimos pensando que la Administración tenía que haber tomado algunas decisiones solidarias, porque no tenemos noticias de reducción de asesores o reducciones de jornada ajustándose a esta realidad dolorosa: esperamos poco, por desgracia. Pero no puede servir de excusa a nadie, pues cada uno debemos hacer lo que podamos, ya que la crisis no ha golpeado a todos, hay posibilidades de ayuda económica o de dedicación de tiempo a tareas de voluntariado para repartir alimentos. Todo, menos olvidarnos.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.