“¿Qué mal ha hecho el cristianismo, para que lo desprecie Europa?”
(Juan Pablo II en Compostela)
En efecto, muchos europeos nos preguntamos en la actualidad si Europa es consciente de sus verdaderas raíces cristianas y si sus políticos -pasando de esa realidad histórica- miran hacia otro lado, olvidando sus orígenes cristianos, los de la Europa evangelizadora del mundo con el descubrimiento de América por España, de sus misioneros en los cinco continentes, de la Europa de sus innumerables mártires y santos como San Francisco de Asís, San Antonio de Padua, San Agustín, Santo Tomás Moro… de las numerosas y continuas peregrinaciones a Santiago, Roma y Jerusalén, capitales de la cristiandad. Como si viviéramos un cristianismo no practicante, distante, como si Belén, Fátima, Lourdes, el Pilar, Covadonga… los Santos Lugares y ciudades citadas estuvieran en la Patagonia.
Nos da la sensación que se practican unas políticas sí, respetuosas y afables, de buena educación y tolerancia con otras religiones y países que en principio están bien, pero a veces nuestros dirigentes hacen dejación y olvido, negando esas raíces cristianas en el Proyecto de nuestra Constitución Europea (su presidente el francés Giscard d´Estaing, como destacado masón, ignoró el cristianismo y luchó por suprimirlo en sus trámites y votaciones, hasta conseguirlo) no solo en su articulado, sino también en el preámbulo, al faltarle a la Comisión la sensibilidad y conciencia religiosa suficiente para pensar y decidir que desde hace veinte siglos los cristianos europeos todavía somos mayoría, y que sus comisionados dieron la espalda a la defensa de los Principios, Valores y Creencias de nuestra civilización cristiana. De ahí se comprende que el Papa Juan Pablo II se hiciera en Compostela la pregunta en cabecera.
Afortunadamente –aunque los 751 eurodiputados de nuestro Parlamento parecen no enterarse, al negarlas, pues las raíces de nuestra Europa son evidentemente cristianas- El cristianismo nada más nacer, hace más de 2000 años, se expandió por todo el Imperio Romano. Desde Palestina, el apóstol Pedro y sus discípulos llegaron a Corinto y Roma; Andrés a Escocia; Santiago a Compostela (España); Juan a Turquía y Grecia; Felipe a Armenia, Persia e India; Bartolomé a Mesopotamia; Tomas a Etiopía e India; Mateo a las naciones bárbaras; Santiago el Menor fue Obispo de Jerusalén…iniciando todos una rápida evangelización en el mundo conocido de entonces, es decir por la Europa naciente, en especial San Pablo con sus cartas y viajes.
Nos da la impresión que muchos europeos desconocen que San Benito nació en el año 480 en Nursia (Italia). Posteriormente junto con San Cirilo y San Metodio serían nombrados en 1980 Patronos de Europa por el Papa Juan Pablo II por su gran aportación, en su época, a la expansión y evangelización del cristianismo por nuestro continente. San Benito como fundador de la Orden Benedictina configuró la unidad religiosa (sin políticos, sin armas, solo con el eslogan de “orare et laborare”) desde el Mediterráneo a Escandinavia, desde Irlanda a Polonia, pueblo a pueblo, convento a convento. San Cirilo y San Metodio nacidos en Tesalónica en el s. IX fueron misioneros y apóstoles del cristianismo de oriente y de los pueblos eslavos, canonizados por el Papa Honorio III en 1220. Son innumerables, como decía anteriormente, el número de santos que todos los pueblos de Europa están dando a lo largo de la historia al cristianismo (San Agustín, San Francisco de Asís, Santa Teresa de Jesús de Ávila, Santo Tomas de Aquino, San Patricio, San Antonio de Padua, Santa Madre Teresa de Calcuta…) como la de mártires tan numerosos que derramaron su sangre pocos años después del nacimiento de Jesús de Nazaret, con San Esteban como primer mártir de la cristiandad, y posteriormente reinando los emperadores Nerón y Diocleciano en el coliseo de Roma y en otros del Imperio.
Si nos saltamos los hechos históricos durante la Invasión de los árabes en la Península Ibérica (711-1492), Lepanto y los turcos (Fin del intento de la I Islamización de Europa) llegaremos siglos después –entre otras causas- a la imposición de la razón sobre la fe del estado francés a sus ciudadanos (Revolución Francesa) que dio lugar también a numerosos mártires -aunque no tan sangrientos- como los ocasionados en las persecuciones religiosas al catolicismo un siglo después (I y II Republicas y Guerra civil española) Finalmente los nacismos, comunismos y nacionalismos de las dos guerras mundiales provocaron millones de muertos, mártires y holocaustos en los países, en especial judíos y japoneses, a los que ahora se unen las victimas de radicales, populistas, anti-sistemas, yihadistas… para llegar a la triste y heroica realidad actual de mártires de familias cristianas enteras asesinadas en Siria, Irán, Afganistán, Pakistán, Egipto… solo por defender nuestra fe ante los radicales e intransigentes de siempre, personalizados en el Estado Islámico y su Yihad, ante nuestro silencioso y conformista testimonio.
Decía en el párrafo anterior, ante la triste e indiferente realidad de Europa en la que muchos sí sentimos dolor pero nos da la sensación de que nos quedamos desarmados ante tantas impotencias; también ante este terrorismo islámico tan fácil de ejecutar y tan difícil de impedir: Madrid, Paris, Bruselas, Reino Unido… ante tanto “buenismo”, comprensión y tolerancia, ante la falta de decisiones políticas sobre inmigraciones y comportamientos equivocados –como el Tratado de Schengen, todavía en vigor, especialmente los artículos referidos a la supresión del control y seguridad de fronteras entre los países de la Unión, red que dificultaba el movimiento terrorista y hoy lo facilita- como a la ausencia de decisiones inteligentes y eficaces ante fenómenos que tendrían buenas y esperanzadoras soluciones económicas en los países de origen, invirtiendo en ellos más en infraestructuras, trabajo y riqueza, reduciendo el flujo de inmigrantes y por consiguiente la desaparición de las mafias.
Hago buenas las soluciones, escritas ya en otra ocasión, que escuché a un buen amigo al decirme: “el problema de los refugiados y de inmigración controlada, se solucionan con dinero y acogidas, y el de los radicales y asesinos de la Yihad con las armas”. El problema es doble, ya que Europa no está por la labor de invertir millones de euros necesarios en origen para el desarrollo de los países pobres de África (principal caudal de emigrantes) que huyen de la sed y del hambre, porque allí no hay nada que ganar (desarrollo, petróleo, oro, diamantes o uranio…) Es en apariencia más social y menos costoso para los gobernantes atender a inmigrantes de otras culturas sin control que a los de casa, ya que aquellos realizan trabajos baratos, de bajo perfil que los europeos no quieren realizar, pero con problemas graves a largo y medio plazo, de negativa integración y difícil convivencia, llegando al extremo del terrorismo islámico, pues la Yihad mata y no respeta nuestras creencias, costumbres y valores, en definitiva nuestra civilización.
Muchas veces cuando se habla o escribe de islamización damos la impresión que vamos contra el Corán. Totalmente falso. Los creyentes pensamos y creemos en el más allá, en la trascendencia de las acciones del ser humano en el mañana, en un Dios bueno, justo y misericordioso que nos espera al final del camino. Sentimos un gran respeto por todas las religiones, aunque algunos aspectos no los entendamos ni compartamos; por ejemplo al fanatismo y radicalismo religioso que erróneamente practican demasiadas minorías violentas del Islam, como la citada Yihad, bien organizados como en Paris, o como células durmientes en un camión, o lobos solitarios en un coche con un cuchillo o a pie con una pistola, odiando y asesinando a gente indiscriminada e inocente, ocurrido hace unos instantes en el Puente de Westminster y Jardines del Parlamento Británico de Londres, mientras escribía estas líneas. Lo que sí echamos de menos a toda la Comunidad musulmana es que cuando ocurran estos terribles asesinatos fueran más explícitos en condenarlos públicamente, mediante declaraciones de protesta por los hechos; con manifestaciones “multitudinarias” por las calles, con oraciones públicas en sus Mezquitas, en que la autoridad islámica pidiera perdón al Jefe del Gobierno respectivo y a sus víctimas y familiares por lo ocurrido. Si así lo hicieran sería el comienzo de un mejor entendimiento y convivencia entre ambas comunidades. Así lo ha iniciado tibiamente el Alcalde de Londres, el musulmán Sadiq Khan.
También se notarían con cierto alivio y esperanza los esfuerzos encaminados por nuestro Parlamento Europeo, de sus fuerzas económicas y financieras y sus Gobiernos si tomaran medidas y proyectos que dieran como resultante la esperada Unión Política y económica, soberana y de defensa, para llegar realmente a unos Estados Unidos de Europa, fuertes, seguros y poderosos que resolverían los problemas actuales, incluyendo por supuesto en nuestra Constitución los principios y valores, creencias y costumbres de nuestra civilización cristiana, que lamentablemente hemos marginado. De no hacerlo con urgencia, comenzaremos a sentir los efectos de la II Islamización de Europa, con más de veinte millones de musulmanes y más de diez mil mezquitas, ya presentes en nuestros pueblos y ciudades.