La política todo lo aguanta, y se comprueba de nuevo. Si siempre hemos entendido la democracia como “un ciudadano, un voto”, Puigdemont ha pronunciado la falacia de que él quiere ser fiel al pueblo catalán. Mayor demagogia no cabe, pues él es infiel.
Carles Puigdemont, nuevo presidente de la Generalitat de Cataluña, parece habituado al juego de palabras, y también a vaciarlas de sentido. Su afán secesionista, y el de los partidos que propugnan la independencia catalana respecto a España, puede llamarse de muchas maneras, pero en ningún caso como reivindicación democrática a la que ser fiel como gobernante.
También recuerdan las palabras de Puigdemont el adagio “dime de qué alardeas, y te diré de qué careces”. Presumir de fidelidad democrática en su caso es bochornoso, cuando en las elecciones autonómicas catalanas ha quedado patente que la mayoría de los ciudadanos no quieren la independencia.
De lo que se ha aprovechado Carles Puigdemont es de la mecánica electoral y de reparto de escaños, para poder ser presidente y llevar la cabo la “hoja de ruta” que una minoría democrática catalana pretende, y no lo conseguirá.
Puigdemont no ha prometido fidelidad al Rey ni a la Constitución, y por eso la Abogacía del Estado está estudiando si se puede impugnar su elección. A la vez, Puigdemont sí que ha agradecido a Artur Mas los servicios prestados – ¿servicios? – y ha acusado al Gobierno de humillar reiteradamente a Cataluña.
Lo que está ocurriendo en Cataluña se puede calificar de muchas maneras, como locura, circo, espectáculo, malabarismos con los escaños y con los datos electorales, pero la palabra “fidelidad” no es precisamente la más presente, porque la mayoría de los catalanes se sienten defraudados, engañados y utilizados.
El proceso por el que Puigdemont ha llegado a ser presidente es una prueba más de cómo los partidos políticos se alejan de la fidelidad a sus votantes. Que la CUP haya cedido dos parlamentarios no tiene nombre, pero es una prueba más de lo que algunos entienden por fidelidad… a sus propios intereses, no de quienes les han votado.
El pueblo catalán debe seguir hablando, expresando su posición, porque ya ha habido muchas pruebas de que algunos “iluminados” se aprovechan de la voluntad soberana de los ciudadanos, la instrumentalizan y deforman.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.