La Navidad es el mejor momento del año, al menos para mí y para muchos otros. El período que va desde Navidad hasta Reyes ofrece –además de días festivos y de descanso, que no es poca cosa– ocasiones variadas para reforzar lazos, reflexionar un poco en medio del ambiente festivo. Por eso, son días de luz, que no son espejismos respecto a la vida del resto del año, sino iluminación para ver de otra manera aspectos esenciales de nuestra vida, tales como la familia, las creencias o los amigos.
La inmensidad de whatsapps, llamadas telefónicas, felicitaciones por las diversas redes sociales, ofrecen un prisma cariñoso y, a la vez, interesante. Hay quienes felicitan a todos sus contactos con el mismo texto, vídeo o imagen; yo valoro mucho más los que personalizan la felicitación. Tanto unos como otros, brindan reflexiones, deseos o menciones que, si tuviéramos tiempo, sería interesante recoger y agrupar, para sacar conclusiones. Desvirtuar estas fiestas y dejarse llevar por el frenesí consumista agota.
En medio de las felicitaciones y deseos de una feliz Navidad, paz, alegría, salud, incluido el Año Nuevo 2024, algunos felicitan una “feliz y santa Navidad”. Interesante no perder de vista el sentido de esta fiesta, de estas fiestas, para ir a la raíz religiosa: participar de ella admite muchas formas, que van desde asistir a Misa, reflexionar mirando el belén de la sala de estar o de una iglesia, escuchar la bendición “urbi et orbi” del Papa Francisco y su previo mensaje navideño, y así un largo etcétera. Cada uno puede aprovechar lo que le quiera, atraiga o interese: somos distintos, y lo que a uno remueve a otro le puede dejar indiferente.
Las Navidades no son un oasis, se redescubren manantiales. O mejor dicho, pueden no ser un oasis. Uno de ellos es la familia, pues con las reuniones familiares se pulen roces grandes o pequeños de meses pasados, se refuerzan los vínculos, aunque también se corre el riesgo de recordarlos o reabrirlos en estas fechas. Vale la pena aprovechar estos días para reforzar la familia, ya que todos reconocemos que es lo que nos da seguridad, estabilidad, felicidad. Nosotros somos, a veces, la causa de esos roces, no los demás.
Por otro lado, en nuestra cultura va disminuyendo la práctica religiosa. Algunos lo justifican como síntoma de progreso y desarrollo, con una mezcla de escepticismo integral. Siento discrepar: la dimensión religiosa es la más elevada del hombre, y desde la antigüedad nuestros antepasados vislumbraban esa dimensión, la pintaban, la respetaban. Religión, familia, amigos: la Navidad es tiempo de luces, o puede serlo.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.