Recuerdo muy bien aquellos años ochenta, en que tras la muerte de Franco y de la mano del Rey Juan Carlos, España deambuló desde Arias Navarro y Suárez, en un claro proceso democratizador y con una transición impecable, camino del acceso de la izquierda al Gobierno.
La mayoría de los españoles temían las consecuencias de un desmesurado crecimiento del Partido Comunista animado por Carrillo y La Pasionaria. Muchos desconfiaban también de la llegada de un socialismo que en un primer momento incluía en sus siglas la fidelidad al marxismo.
Pero aun quienes no les votáramos, éramos conscientes de que pronto o tarde, aquel carismático vaquero andaluz se iba a imponer. Y lo hizo más bien pronto, con una mayoría arrolladora que le mantuvo en el poder durante 14 largos años, hasta que Aznar lo desalojó.
Durante aquellos años España ingresó en la CEE que luego se convirtió en UE. Y pese al "OTAN de entrada No" se mantuvo en la Alianza Atlántica en la que Calvo Sotelo nos había integrado.
Los años de González (y Guerra) tuvieron muchos pros y no menos contras. Creció el Estado de bienestar, pero lo hizo a costa de arruinar al Estado económico, un perfil éste que nos acostumbramos a asumir hasta el día de hoy cada vez que el PSOE entra y sale del Gobierno, por cierto cada vez con menos resistencia: 14 años de González, 7 de ZP, 4 de Sánchez.
Con el paso del tiempo, González (y Guerra) reforzaron su prestigio en especial por el mal recuerdo que dejaron sus sucesores. Pasaron a ser aquellos colosales hombres de Estado con sabias y concienzudas reflexiones en favor de la Constitución, las Instituciones y las Leyes. Con frecuencia críticos con los pactos y decisiones tomadas por sus correligionarios, particularmente respecto a Podemos y Bildu que les habían llamado todo menos bonitos.
Se cumplen 40 años de la primera victoria del PSOE y González no se resistió a ser homenajeado aunque ello conllevara hacer campaña en favor de su discutible y discutido sucesor, el actual inquilino de la Moncloa, al que había criticado no poco, a él y a sus socios. Guerra también lo había hecho pero ha sido más consecuente y -de la misma forma en que lo hicieron otros muchos colegas de aquellos y de estos tiempos- se abstuvo de participar.
González dijo echar de menos aquella mano que le aupaba en la ventana del Hotel Palace en 1982, pero lo cierto es que Guerra, que no había sido invitado, no acudió. No estaba de acuerdo en tener que elogiar, no a González sino a Sánchez. Para él era demasiado tener que aplaudir tantos desatinos como Pedro Sánchez ha logrado acumular en estos cuatro años, los últimos de los cuales -la suavización de las penas por sedición, la ley Trans entre otros-, vienen inspiradas por Podemos.
González quizá pensaba que aireando las glorias y los 220 escaños alcanzados por su partido en aquellos tiempos, estaba resucitando a su PSOE. No es así. Esta apoyando al Sanchismo que poco tiene que ver con el PSOE. Y lo útimo que España necesita en este momento es árnica para este líder que Perez Reverte califica de pistolero capaz de liquidar con trampas a quien se le ponga por delante y de escudarse tras lo cadáveres.
Ahora anda empeñado en desacreditar a Feijóo por haberse dado cuenta a tiempo de que intentaba engañarle en la renovación del Tribunal Constitucional y del CGPJ para contentar a ERC suavizando el delito de sedición. Y cada Ministro anda repitiendo la consigna "Feijóo no es un interlocutor válido". No debe serlo para según quien con que se negocie.
González se ha equivocado. No estaba justificado el gran festival que se organizó para decir cuatro banalidades del género de "Quien no recuerda el pasado no tiene futuro" o "Las leyes pueden cambiarse pero no incumplirse" o para ensalzar a vivos y difuntos de su partido. Debía haber puesto condiciones a la forma en que se enfocó el aniversario.
Y si las cosas no se hacían bien, haber seguido el ejemplo de Guerra.
Jorge Fuentes Monzonís-Vilallonga es Master en Ciencias Políticas y Económicas y Derecho.
Diploma de Altos Estudios Internacionales. Embajador de España en Bulgaria en 1993.
Primer Embajador de España en Macedonia en 1995.
Embajador de España en Bruselas WEU en 1997, entre otros cargos.