…”Nadie puede copiar nuestro trabajo sin permiso”…
(Art. 27 de la Declaración Universal de Derechos Humanos)
“Hace bastantes años, el honor, la palabra dada y el juramento o promesa, tenían valor. Hoy en día parecen antiguallas”. (Germán Reguillo Simón - Prólogo del libro “Reflexiones de un viejo soldado”)
La misma sociedad ha cambiado, ya no es la misma, es diferente y nos encontramos que los principios, valores y preceptos, como las formas y procedimientos que nos enseñaron nuestros padres y maestros son distintas, unas para mejorar los avances tecnológicos y científicos, y otras a empeorar los principios morales, éticos o religiosos que relativizamos y adulteramos a nuestro a antojo. Así, algunos alteran el lenguaje o lo adulteran; copian, plagian y mienten con trabajos o parte de ellos pertenecientes a otros autores, robándoles su mérito y engañando a la sociedad, como ya expresaba Don Pio Baroja hace más de un siglo al decir: “A una colectividad se la engaña siempre mejor que a un hombre”. Aunque en la actualidad, con las redes sociales, cadenas de televisión, emisoras de radio y periódicos, es más difícil el engaño colectivo de entonces, y más fácil de descubrir al mentiroso con los avances informáticos actuales.
Los niños y jóvenes de nuestro tiempo, con demasiada frecuencia, multiplican o dividen los números y corrigen sus faltas de ortografía por el móvil u ordenador, pudiendo darse el caso, al graduarse como profesores en un futuro próximo, cometer errores en el cálculo o faltas ortográficas en la pizarra, al faltarles el ordenador. Me pregunto si es beneficioso para el desarrollo mental de la memoria del joven; pensamos que no, pues se les priva durante años de la necesaria “gimnasia” de la inteligencia. Recuerdo cuando niño el esfuerzo que hacíamos para aprender la ortografía y las tablas de multiplicar. De la primera, después de 70 años, todavía alguna palabra me hace pensar cuando escribo artículos de opinión en nuestra Revista. De las segundas, a pesar del tiempo transcurrido no las he olvidado, porque las sigo practicando a diario con la mente en la “cesta de la compra”. Me cabe la satisfacción de habérselas enseñado a mis seis nietos, ¡todo un martirio para ellos! pero me lo agradecen y gracias a ellas y por supuesto a su tesón, esfuerzo y sacrificio los cuatro mayores han terminado sus carreras con brillantez.
Del lenguaje sería un atrevimiento por mi parte dar lecciones a nadie. El que no escribe, nunca comete faltas de ortografía, ni plagia, ni copia citas sin reseñar. Los que escriben sin respetar las normas profesionales y éticas de la comunicación, pronto o tarde pueden tener problemas. Lo realmente difícil es ser un gran escritor, un buen columnista, un gran poeta o un extraordinario novelista que solo está al alcance de muy pocos. Al resto de “aficionados”, como el que suscribe, nos queda lo fácil, solo el deseo y satisfacción personal, que no es poco, de comunicarse con los demás, de invitarles a que escuchen o lean nuestras opiniones sobre la gran cantidad de noticias y problemas que se generan en nuestra sociedad -ofreciendo posibles sugerencias y soluciones- a instituciones y colectivos, a este mundo complejo que evoluciona demasiado deprisa, cada vez con más peligrosidad y falta de líderes. Por todo ello ¡vale la pena escribir! siempre con verdad y respeto, siempre con espíritu positivo y abierto a otras opiniones; destacando las buenas noticias que son mayoría y no salen en las portadas; condenando las que sí salen y no son ciertas o atentan contra los valores humanos o violentan, alarman y escandalizan a la sociedad.
Muchos piensan sobre estas últimas que sería ventajoso para todos, que se agruparan en exclusiva en medios especializados, sensacionalistas y gráficas, según demanda de mercado, que por supuesto también tienen derecho a publicarse, siempre que se ajusten a la Ley de Libertad de Expresión, como ocurre en la mayoría de los países de la Unión Europea a la que pertenecemos. Así, a quienes les interese tener más información y detalles de ese tipo de publicaciones, las puedan encontrar en donde se publiquen, respetando la elección y en definitiva la libertad de los que optamos por evitarlas en un “tótum revolútum” imperativo y desagradable, similar a la contaminación impuesta en nuestras grandes ciudades y que no queremos respirar.
El plagio, copiar total o parcial de un libro, de una tesis doctoral o de un trabajo, realizado sin autorización del autor original, tiene dos vertientes. Una explícita y de “trampa” que ampara y defiende el derecho del autor verdadero, previsto en la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) y otra implícita, más grave (Código Penal) por mentir a la sociedad, sobre todo si el plagiador es cargo público y hay evidencias de delito de corrupción, malversación, cohecho o engaño. Es un problema individual y personal de déficit de valores humanos, en concreto de ausencias de honor y honradez. Miserias humanas existentes en gentes de toda clase, condición y nacionalidad, tanto en países democráticos como no. La diferencia está en que en los primeros los que se descubren se corrigen, y en los otros no.
El honor, como decía en otra ocasión, sale de lo más profundo del espíritu humano, no tiene maldad, ni mentira, ni doblez, abriéndose por sí solo paso por la senda de la verdad. El honor es como un cristal que cuando se ensucia no deja pasar la luz de esa verdad, y cuando se rompe deja pasar el viento, las tormentas y tempestades que esperan al ser humano en su caminar. Así lo parece confirmar el Artículo 1º del Reglamento del Servicio de la Guardia Civil al decir: El Honor es la principal divisa del Guardia Civil. Debe, por consiguiente, conservarse sin mancha. Una vez perdido no se recobra jamás”. Por tanto, si hiciéramos caso a los razonamientos citados y a la ética que nos hemos dado, deberíamos exigir a los individuos que copian, plagian o engañan gravemente a la sociedad que representan, dimitan de sus cargos, porque han perdido para siempre su honor y su credibilidad.