Quién ha pasado a la historia con este nombre, realmente se llamaba Ildefonso Graña Cortizo; nació en la aldea de Amiudal, parroquia del municipio de Avión, en la provincia de Orense, el 5 de marzo de 1878 y murió en Datem del Marañón, Perú, en el 1934.
Y ha pasado a la historia por ser protagonista de un hito inverosímil: Su suerte y sus habilidades lo convirtieron en Alfonso I, rey de los jíbaros.
La epopeya de Alfonso Graña tiene lugar en unos momentos concretos, principios del siglo XX, en los que la pobreza y las enfermedades que castigaban amplias zonas de Galicia forzaron una emigración masiva. Graña, contando dieciocho años, embarcó con destino a Brasil, de donde se trasladaría a Iquitos, en Perú, para ganarse la vida como cauchero. Mala decisión, porque en esos momentos la competencia del caucho asiático arruinó la industria en Iquitos.
Huyendo de la miseria, en 1922 se internó con un compañero en la selva amazónica en busca de oro o de un porvenir que intuían mejor. El compañero acabaría siendo muerto por los jíbaros, que no permitían la presencia de ningún hombre no jíbaro, y menos blanco.
¿Y cuál fue el motivo de que Alfonso sobreviviese?... Su estatura, que lo elevaba un metro ochenta centímetros del suelo, su incomprensible y fuera de lugar elegancia en el vestir, y su particular “baraca” que le permitía eludir todo tipo de peligros, fuese la picadura de una serpiente o de una araña… o de vadear ríos que los propios naturales estimaban como imposible… y el amor que enardeció el corazón de la hija del jefe de los jíbaros, con quién acabó casando.
Efectivamente, fue la hija del jefe jíbaro quién salvó la vida de Alfonso cuando él y su compañero cayeron en una celada. Sin duda quedó cautivada por el personaje, a quién las gafas que usaba le daban un porte intelectual que en mitad de la selva, y en aquellos momentos, debía resultar un tanto extraño.
Personaje extraordinario, a partir de ese momento fue “príncipe consorte”, cargo que se ganaría siendo capaz, con sus propios medios, en la selva, de perfeccionar de manera considerable las mínimas nociones que tenía de lectoescritura, lo que le facilitaría en el futuro la realización de su más que encomiable labor, que tomaría cuerpo en multitud de cuestiones; así, enseñó la confección de impermeables que serían usados tanto para protegerse personalmente de la lluvia como para recubrir las chozas; creó pequeños embalses y molinos de agua, lo que comportaba seguridad ante el ataque de caimanes; les enseñó a curtir pieles, a desecar y salar la carne… y para conseguir la sal construyó una salina aprovechando las aguas de un río salino.
A las virtudes iniciales que le habían salvado la vida, añadió un rosario de virtudes que lo encumbraron incluso más. Las primeras lo convirtieron en el primer hombre blanco al que no mataron los jíbaros; las segundas, a la muerte de su suegro, acabarían haciendo que fuese proclamado Rey con el nombre de «Alfonso I de la Amazonia», cargo que mantuvo durante doce años, consiguiendo pacificar y unir bajo su condición de “apu” (rey) a los jíbaros aguaruna y huambisa, ubicados en las márgenes de los ríos Nieva y Santiago del Alto Marañón, llegando a controlar un territorio de más de 250.000 kilómetros cuadrados.
Y hablamos de control territorial sin ambages. Tan es así que cuando en 1926 las petroleras se plantearon la explotación petrolífera del Alto Amazonas, se vieron en la obligación de negociar con Alfonso I de la Amazonía las condiciones. Varios organismos internacionales reconocieron su autoridad, y toda empresa extranjera debía negociar directamente con Alfonso su paso por sus dominios, siendo conocedores todos que en su mano tenía la ubicación de los lugares deseados, el suministro de alimentos y el control de la población y del territorio, extremo que demostró en 1932 cuando una expedición usense se perdió en la selva, y Alfonso I de la Amazonía la rescató.
Y en 1933 se estrelló en la selva un avión de la Fuerza Aérea del Perú. El cadáver del piloto, Alfredo Rodríguez Ballón fue embalsamado e introducido en un féretro que posteriormente fue transportado en balsas, junto a los restos del avión, a Iquitos, a través de ríos y selva, lo que le comportó que le fuese cedida la administración de los territorios que ocupaba.
Pero es que antes de estos hechos señeros había establecido una ruta comercial que, a través del río Marañón, y con balsas que él mismo construía, unía cada seis meses las profundidades de la jungla con Iquitos.
En Iquitos aparecía con un nutrido número de jíbaros que, adornados con cabezas reducidas, llamadas “tzantzas”, llegaban a venderpescado en salazón, carne curada y ahumada, macacos, tortugas, y otros productos de la selva.
Y es que esa era su residencia… la selva. Sin señalar lugar exacto.
Ahí moriría en 1934, a los 56 años, contando con la veneración de los indios jíbaros, que hicieron desaparecer su cadáver.
Hoy, su nieto, Kefren Graña, es el líder de la Federación Wampis del Rio Santiago, que vigilan y controlan la riqueza y los recursos naturales del Reino que una vez gobernó su abuelo.
BIBLIOGRAFÍA:
Arco da Vella, Xoan. ALFONSO GRAÑA "REY DE LOS JÍBAROS" En Internet http://www.xoanarcodavella.com/2017/04/alfonso-grana-rey-de-los-jibaros.html Visita 29-9-2023
Van den Brule, Álvaro. Alfonso Graña: el español que fue rey de los caníbales en el corazón de la Amazonia. En Internet https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2020/02/15/alfonso-grana-historia-espana-canibales_2454404/ Visita 29-9-2023
Imagen 2: Blog PUCP
Cesáreo Jarabo Jordán es Hispanista, Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación.
Publica en www.cesareojarabo.es y en YouTube como pensamiento hispánico.