AZORIN y su Lengua Valenciana

Hace años, el prologuista de ‘Rondalla de Rondalles‘ (edición catalana de la Universidad de Valencia, 1986) reproducía un texto azoriniano: “El valenciano tiene su medida y sabor; la concisión del valenciano se ve cuando se compara, texto con texto, con otro idioma: el sabor se gusta cuando se lee la ‘Rondalla de Rondalles‘; y añadía: “Esto decía Azorín, en 1949, en su libro Valencia”; remitiendo erróneamente a la cuarta edición de esta obra, publicada en Buenos Aires.

El prologuista quería desactivar el concepto que Azorín ofrece sobre el valenciano, usando los habituales enredos sobre nostra llengua; pero cometió un traspiés freudiano. Si la referencia fuera correcta se remontaría a 1940, cuando Azorín escribió ‘Valencia’, no en 1949; y la cita, además, no pertenece a esta obra. No es normal pifiarla en el primer párrafo de la primera página, aunque quizá no le gustaba al prologuista (conocido catedrático sardanero de la Universidad de Valencia) el título de “Ejercicios en castellano” (Madrid, 1960) libro donde Azorín da su parecer sobre el idioma del Reino.

En 1960 finalizaba Azorín su ensayo ‘Ejercicios en castellano’, donde razonaba sobre las lenguas de Castilla y Cataluña. No quedó satisfecho, así que a las cuatro de la madrugada de la noche de Reyes de 1960, el insomne anciano escribía los folios que cerrarían su última gran obra prosística con un homenaje al idioma valenciano; sería en las páginas 210 y 211 del epílogo. Aquel octogenario descrito por Vargas Llosa como “viejecillo traslúcido”, legó la cita anterior precedida de esta consideración:

“Un idioma se beneficia con el roce de otro idioma. El castellano se corroborado y acendrado en mí, primero con el valenciano, luego con el francés. He necesitado la construcción del valenciano y del francés” (Azorín: Ejercicios en castellano, 1960, p.210).

La distinción entre valenciano y catalán es significativa en un intelectual que tuvo intensa relación con Cataluña, colaboró en la prensa de Barcelona y estableció amistad con el grupo L’Avenç (Alexandro de Riquer le dedicó en 1897 “Quan jo era noi”). Los catalanistas le tentaron desde 1900, incluso el grupo catalán de Verges i Matas que seguía al General Franco (fundadores de la revista “Destino” en Burgos, año 1937) cuando “Destino” se instaló en Barcelona tras la entrada franquista. En ella colaboraría Azorín con artículos como ‘Forta ha sigut la tempesta’ donde manifiesta su conocimiento de la lengua catalana: ‘De la boscuria, jo com tu so anyoradis’ (Destino, 14-IV-1945). Azorín admiraba a Verdaguer, Verlaine y Fray Luis de León, y no por ello renunció a los autores en idioma valenciano como Ausias March o Escalante, cuya ironía la consideraba similar a la de Courteline y Tristán Bernard.

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En 1940 decide ir al Reino: “La Valencia que voy es la mía, la que llevo en el fondo del alma desde 1890” (‘Valencia’, p.175). Instalado Azorín en la barraca de Senta y Blanes -joven matrimonio de labradores- se considera transportado a la Grecia clásica. Atraido por la bella Senta de ojos azules y perfil helénico, entabla conversaciones intranscendentes. La labradora, sonriente, dice: ‘Mire, ¿qué vol que li diga?’; divertido, Azorín contesta en valenciano: “¡Diga lo que vullga, Senta! (p.188). El diminutivo de arreu, que Blanes repite tópicamente, es glosado por Azorín: “Arreuet es diminutivo. El valenciano es tan maleable que admite diminutivos donde la lengua castellana no los sufriría” (p.187).

Azorín es incómodo para la inmersión. Su obra es diseccionada por investigadores como el decano de la Universidad de Pau, Dr. Christian, o el catedrático Inman Fox de la Universidad de Northwestern, y literatos como Camilo José Cela. Todos pueden comprobar que Azorín no admite la catalanización del valenciano ni en léxico, ortografía y sintaxis; defiende, por ejemplo, la palatal africada CH, “la chaquera vella es solemne” (p.154); y -recordando el mesón de la Lonja- escribe “arrós en fesols y nabs”. Mantiene la Y griega y la preposición en, rechazando la amb catalana y la i latina como conjunción copulativa. El catalán lo utilizó en la prensa franquista de Barcelona, sitio idóneo.

Calles como Cadirers y Taronchers (p.154) hacen soñar a Azorín con “aquella escalerita empinada y lóbrega, La escaleta del dimoni, tal vez” (p.116). Azorín revive sainetes en valenciano moderno, un personaje pide “sofrechit en fabes” (p.79), respondiendo otro: “Ademés, tú saps molt be qu’ell está seguint la carrera d’abogat”. Recorre plazuelas de los medievales barrios del Pilar (cambiado por Velluters bajo el franquismo) y Carmen, se recrea con los “milacres” (escrito correctamente con la -l- del valenciano moderno) de Sant Vicent (p.101).

Azorín no necesitó subvenciones para vivir ni prostituyó conceptos. Cuando escribe en valenciano abogat, chaquera vella, sofrechit en fabes, arrós en fesols, ademés, taronchers, etc., lo hace conscientemente y desafiando a la presión catalanista que intentó captarlo desde 1900 para su expansionismo. El testimonio del máximo estilista de la Generación del 98 (miembro de la Real Academia Española, admirado por Baroja, Unamuno, etc.) ridiculiza las agresiones de los que, como Raimon, viven de la catalanización.

He visitado Monóver y he hablado la lengua valenciana con la gente normal, pero el Ayuntamiento ya está contaminado con los foráneos servei y amb de marras. Incluso en su casa-museo suena el chapurreado barceloní junto a la mesa camilla donde, ¡a las 4 de la madrugada!, escribió su defensa del idioma valenciano.

(Las Provincias, 19 de septiembre 1997)

imagen: trianarts.com

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  • Ricart Garcia Moya es Llicenciat en Belles Arts, historiador i Catedràtic d'Institut de Bachillerat en Alacant.