De la multitudinaria manifestación en Barcelona el pasado domingo día 8, queda la conclusión de que los catalanes anti-independentistas, por fin, se han quitado el miedo a manifestar en las calles su postura. Es la primera gran manifestación, ya en una fase muy crítica del proceso independentista. Más de un millón según Sociedad Civil Catalana, organizadora de la manifestación, y entre los manifestantes euforia, menospreciando la cifra de los 350.000 que aportó la policía local.
Hace falta una Cataluña sin miedo, aunque en la convivencia diaria los catalanes no independentistas –que son la mayoría– han sufrido, sufren y sufrirán insultos, amenazas e intentos continuados de vulnerar sus derechos. Tengo familiares en Cataluña, amigos y colegas, que sí han sido y son valientes en esa convivencia diaria, y algunos que son independentistas no utilizan amenazas ni violencia: tendríamos que ver cómo actuaríamos quienes vivimos en otras zonas de España.
Pero, en efecto, es un “día histórico”, porque la mayoría silenciosa ha dejado de serlo. Esta gran manifestación debía haberse celebrado antes, sin esperar que la locura de Puigdemont siguiera avanzando, dejando todo en manos de los tribunales y de Rajoy: debían haberse lanzado a la calle mucho antes. Fácil decirlo para mi, muy difícil para ellos. Ya no es la Cataluña que yo viví durante nueve años, pero por eso mismo duele más, no es algo ajeno.
Comparto las palabras de Josep Borrell el 8-O: ¿por qué no han dicho en público antes los bancos y empresas que trasladarían su sede si se celebraba el referéndum y se enfilaba la independencia? No es suficiente con que lo hicieran en privado. Cabe argumentar que son bancos o empresas que, hasta el último momento, han esperado ¿pero a costa de alimentar las dos opciones, sin posicionarse en contra, y provocando el pánico en ahorradores e inversores, para perjuicio de toda Cataluña?
Sin miedo a TV3, digámoslo claro, pagada por todos los españoles. De los cinco canales públicos de la televisión autonómica catalana, sólo el de noticias 24 horas hizo un “hueco” para esta histórica manifestación, aludiendo a que la organizaba la Falange, evitando planos generales y centrándose en imágenes de ancianos y “personas feas”. Había muchos jóvenes, pero no lo mostró. Ya se ha encargado la prestigiosa CNN de desmontar tal manipulación, exhibiendo planos aéreos y volcándose. “¿Dónde está TV3?”, coreaban los manifestantes.
TVE debía haber cubierto mejor el referéndum, y protestaron los periodistas de la propia TVE. Además, hay que tener en cuenta que es muy distinto informar de un referéndum ilegal que de una manifestación legal ¿Nadie de TV3 va a protestar? Si callan, pierden toda legitimación para criticar faltas de objetividad de otros medios. Es utópico reclamar dimisiones o ceses en TV3, aunque alguna dimisión sería buena señal de salud en la profesión periodística.
Los periodistas no debemos quedarnos en criticar la pasividad de los catalanes, sino denunciar la flagrante manipulación a través de las diversas Asociaciones de Prensa, Academia de Televisión y Colegios Profesionales, así como Facultades de Comunicación Audiovisual, Periodismo y un largo etcétera.
Los periodistas que trabajan en Cataluña no sólo tienen miedo a criticar a TV3, sino pánico: su puesto de trabajo peligra, o los ingresos por publicidad institucional o de empresas que se han declarado independentistas. Pero ¿y los periodistas que no trabajamos en Cataluña no caemos con frecuencia en la cobardía que achacamos a la mayoría silenciosa, a los bancos y empresas que no han hablado en público? Es muy fácil criticar a otros, pero un plus de autocrítica periodística es necesaria en estos momentos.
Hace tiempo que el “procés” es incuestionable en TV3, en aras de la libertad para imponer, curiosa libertad. Si no actúan los televidentes contra TV3 –hay muchas fórmulas-, seguirán alimentando el sectarismo. Si las empresas no toman medidas retirando la publicidad, también son y serán cómplices.
Pasaron los tiempos en que todo se atribuye a Madrid, el Gobierno y los partidos políticos, y Sociedad Civil Catalana ha dado un buen ejemplo. Pero queda mucho por hacer, en Cataluña y fuera, para recuperar una normal convivencia en Cataluña, superando el lógico miedo.
Seamos coherentes los periodistas: si Cataluña es España y eso nos lo creemos, por deontología profesional denunciemos el sectarismo informativo de TV3. Y aunque se tratara de un país distinto, no deberíamos callar, pero con más motivo tratándose de nuestro propio país. No dejemos, por miedo, que lo haga sólo la CNN.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.