Se están produciendo en España algunos hechos que revelan un rebrote de fobia hacia los católicos, y hasta entre los no católicos o los católicos que no practican surge la pregunta de los motivos. Observo indignación y perplejidad en muchos ante este rebrote.
A los millones de españoles que en la Declaración de la Renta señalamos cada año la casilla de la Iglesia Católica nos mueve el deseo de que nuestros impuestos vayan, en una parte, a la Iglesia Católica. Por tanto, hay un fenómeno arraigado de aceptación y apoyo.
Algunos políticos vienen insistiendo en que hay que separar lo civil de lo religioso, y apuntan que ahora hay rasgos de “confesionalismo” en nuestro país. Basta recordar el artículo 16 de la Constitución para darse cuenta que no hay confesionalismo, sino que se garantiza la libertad religiosa y de culto, y que se puede llegar a acuerdos de cooperación con la Iglesia Católica y otras confesiones. Como hay unos Acuerdos de España con la Santa Sede de 1979, un senador ha propuesto que se eliminen o revisen. Tal vez si no se hubiera puesto “Iglesia Católica” molestaría menos a algunos, pero no parece que sean mayoría.
Como botón de muestra, el ayuntamiento de Valencia sirve como ejemplo. El alcalde, Joan Ribó (Compromís) sigue empeñado en suprimir la fiesta del patrón local, San Vicente Mártir, argumentando que cae muy cerca -es el 22 de enero- de Navidades, y que este año cayó en domingo, pero que sigue empeñado en suprimirla. Es el mismo alcalde que se ha inventado el desfile de las Reinas Magas, para quitar protagonismo a la cabalgata de Reyes. Y es el mismo alcalde que acaba de prohibir que suenen las campanas de diversas iglesias de Valencia porque molestan a los vecinos.
¿Molestar a los vecinos unas campañas? ¿Les ha preguntado? Entiendo que si sonaran por la noche, habría que estudiarlo, pero no es el caso. A mí sí que me ha molestado, y mucho, durante años el ruido y la música de un pub, justo debajo de mi dormitorio, y me costó años y varias denuncias que cerraran el local, tras varias sanciones por superar holgadamente los decibelios permitidos. No lo deseo a nadie.
Parece que Valencia es un “laboratorio” de anticatolicismo, un “banco de pruebas”, promovido por Compromís y Podemos, ahí denominado Valencia en Comú, y consentido por los socialistas. Hace unos días, a iniciativa de Valencia en Comú, el consistorio aprobó que Valencia se una a la Red de Ciudades por un Estado Laico, y se retiren los símbolos religiosos de edificios públicos, a la vez que se impulsará que la Iglesia Católica pague por sus inmuebles el IBI, salvo los lugares de culto o de uso social. Un debate que resultó muy confuso, no se cerró y que una concejala socialista que votó a favor calificó como “inútil”, pero se prestó al juego demagógico.
Yo lanzo una pregunta: ¿es lógico que pague IBI una universidad católica o un hospital católico, y no lo paguen una universidad estatal o un hospital público? Sin pretensiones de excesiva precisión ni de cerrar el debate, las universidades públicas no lo pagan, y las privadas crean miles de puestos de trabajo con fondos privados –también podríamos llamarlos “sociales” para distinguirlos de “estatales”-, por lo que hay que sopesar lo que se pretende.
Se suele matizar que se respetarán las fiestas que sean un legado cultural. ¿No lo es la del patrón de Valencia, San Vicente Mártir? Ribó tiene que hacer una reflexión.
El catolicismo forma parte importante de nuestra historia, tradiciones y costumbres, desde luego mucho más que otras confesiones religiosas. Por lo tanto, no hay que caer en el engaño de ciertas propuestas, que tienen en el punto de mira exclusivo a la Iglesia Católica.
La religión es una dimensión racional, digna y libre de toda persona, también en sus manifestaciones públicas, a las que tiene todo el derecho. Pero molesta, estorba a algunos políticos de un modo más que sospechoso.
Con estas fobias anticatólicas, esos políticos buscan a veces distraer de los auténticos problemas ciudadanos, dar la sensación de que gobiernan un “cambio” que ya nos gustaría ver en materias sanitarias, laborales o sociales. Buscan contentar a sus votantes, fidelizarlos, pero tengo mis dudas de que logren ese objetivo, y desde luego no pienso que ganen votos con estas fobias.
Otra clave puede ser que hay instancias superiores a esos partidos que han decidido acelerar la fobia anticatólica, en estos momentos de supuesto “cambio” y ante la real disminución de la práctica religiosa entre los católicos, que se ve en las iglesias, en el número de bodas por la Iglesia y en muchos otros datos. Pero llama la atención que la participación ciudadana en procesiones y actos religiosos de pueblos y ciudades ha ido en aumento, probablemente porque lo festivo atrae con facilidad, y también porque los factores emocionales se reavivan. Y porque la religión católica forma parte importante de nuestra cultura, aunque moleste a algunos, en el arte, en la literatura, en la historia, en las tradiciones.
Hay fobia anticatólica. Puede provocar el efecto contrario de lo que pretende, muy típico entre los españoles: llevar la contraria al dirigismo político cuando se gobierna autoritariamente y con prohibiciones, la atracción por saltarse lo prohibido.
La religión aporta solidez a las personas, equilibrio. Lo decía el periodista Andrés Aberásturi recientemente, aduciendo que no tiene fe, pero le gustaría tenerla al comprobar la paz y la felicidad activas que llevan consigo. Precisamente quien quiere “cambios” busca ciudadanos manejables, sin fuerza, con tendencia a la superficialidad o los tópicos, y puede ser lo que pretenda el alcalde de Valencia, con argumentos que hacen reír, de patio de colegio.
Respeto total a la religión, a toda religión, mientras no sea excusa para atentar contra derechos humanos. No hay que agarrarse a errores de la Iglesia en el pasado o en el presente, pues es está gobernada por hombres, y todos somos capaces de lo mejor y de lo peor. Pero de ahí a estigmatizar a la Iglesia, hay un trecho tan largo que constituye un abuso. Y los católicos son humanos, no dioses: otros parecen querer ser “dioses” decidiendo el sexo o queriendo borrar señales católicas, con una actitud que más bien apela al orgullo más que al diálogo y al respeto. Se puede ser ateo, pero no antireligioso.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.