El castigo económico que está originando el independentismo catalán es inmenso, pero todavía no se puede cuantificar, hasta que la locura no acabe, y eso llevará décadas.
Décadas de fomento del independentismo no se resuelven con el artículo 155: con él, se restablecerá el Estado de Derecho, pero el precio económico y social tardará otras décadas en cuantificarse y reponerse, y eso que soy de los “optimistas” que piensan que el secesionismo catalán se irá difuminando, a fuerza de realismo de independentistas y no independentistas.
¿Cuál es el precio, a fecha de hoy, de la locura independentista? Se dan cifras, pero en mi opinión con frecuencia parciales. No sólo hay que contar la fuga de bancos y empresas a partir del 1-O, sino los miles de empresas que se han ido desde que empezó a despegar el independentismo en Cataluña, que podríamos situar en unos 7-10 años atrás.
A todo ello, habría que sumar la caída de la inversión extranjera, las empresas que han elegido otro lugar en estos años por la inseguridad que ha generado el independentismo, las que no han invertido más en Cataluña por el pánico generado, los puestos de trabajo que se han perdido y se están perdiendo.
Y en esa suma habrá que incluir, cuando finalice esa locura, los daños ocasionados en los próximos meses, años y décadas. Imposible fijar una cantidad ahora, y tampoco cuando se considere finiquitado el “procés”, esperemos que fundamentalmente porque la –hasta ahora– mayoría silenciosa en Cataluña gobierne en esa comunidad autónoma y se empiecen a rehacer desde las cenizas los mimbres de un tejido empresarial admirable como puede y se merece Cataluña.
Finalmente, también habría que sumar el coste de los gastos secesionistas, la desatención de los gobernantes catalanes en estos años hacia su propia economía, y lo que está costando a la economía española: desplazar miles de policías y guardias civiles, alojarlos, es sólo la punta del iceberg, un botón de muestra. Todos estamos perdiendo.
Le preguntaba a un amigo recientemente si los líderes independentistas catalanes sabían el daño económico que estaban ocasionando y preveían la fuga de empresas. Su respuesta, aunque viene de un intelectual que lleva cincuenta años en Barcelona, es aterradora: “lo sabían, pero les da igual: la independencia está por encima de la economía”.
Muchos lanzan esa pregunta, si Puigdemont, la CUP y demás independentistas eran conscientes del daño empresarial que su locura iba a provocar. Algunos opinan que lo tenían presente, pero no en tal cantidad como la que se está viviendo, y que confían en que esos bancos o empresas, en su mayoría, volverán a Cataluña: otro engaño más.
Sin obsesiones independentistas, me parece que era previsible lo que estamos viviendo. El dinero busca seguridad y “la pela es la pela”. Como Esther Puigdemont, la prima del presidente Puigdemont, que también se ha fugado de Cataluña con su empresa de material ortopédico.
Estoy seguro que una buena parte de los ciudadanos que votaron a los secesionistas no lo calculó: manipulados por todas partes, emocionalmente desorientados, reforzaron con sus votos el secesionismo y ahora reflexionan tardíamente haciendo cuentas. Muy tarde, pero tiene remedio.
¿Y entre los catalanes no independentistas, que se abstuvieron en sucesivas convocatorias electorales, había consciencia del precipicio que se avecinaba? La mayoría, probablemente, no.
Por desgracia, la teoría de las “masas” de Ortega y Gasset parece haberse hecho realidad. Nadie admite haberse comportado como “masa”, aunque sí lo reconocen muchos británicos que votaron a favor del Brexit.
En Cataluña –así lo espero– volverán las aguas a su cauce, pero a un precio muy alto, que pagaremos entre todos los españoles y durante dos generaciones más. Y ese diagnóstico lo califico como optimista.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.