“Todos tenemos el derecho de creer en lo que queramos creer, de tener una religión… (Art. 18 de la Declaración Universal de Derechos Humanos)
Decía en otra ocasión, al hablar de las libertades trascendentes, respecto a la fe y conciencia de las personas, que observaba entre las principales religiones del mundo más coincidencias que contradicciones, más cercanías que distanciamientos, como: amar a Dios, servir al prójimo, respetar a los padres, no matar, no violar, no robar, no mentir -común a todas ellas- mandatos o preceptos incluidos todos ellos en la Ley Natural que el Creador imprime en las conciencias del ser humano y le recuerda durante toda su vida lo que está bien y lo que no, marcándonos unas fronteras que no debemos atravesar en nuestros comportamientos con nosotros mismos y con los demás.
Es conocido por todas las civilizaciones que el hombre necesita creer para elegir ideas y propuestas, conocimientos y sabiduría, principios y valores de las normas universales para una buena convivencia, y en consecuencia tomar, en libertad, lo mejor para andar el camino más adecuado a sus vidas. Muchos entendidos en la materia insisten en la necesidad de recorrer esos posibles caminos materiales y espirituales dirigidos al cuerpo y alma de lo que estamos hechos (cuerpo y espíritu a imagen de Dios. Génesis I- 27) y oír las llamadas, creencias o fe que nos envía el Ser superior que fundamentan nuestras vidas. No se debe prescindir de ninguna de ellas, solo la muerte las puede separar.
Don Miguel de Cervantes escribe el Quijote, naciendo el ser humano de todos los tiempos al unir el cuerpo de Sancho, necesitado y mortal, con el espíritu de Don Quijote, soñador y eterno. La resultante nos hace pensar que el hombre es un ser trascendente con alma, existiendo un lugar en el más allá que lo puede alcanzar, y por tanto la muerte no es el final sino una puerta que atravesar. Todo ello nos conduce a pensar, por lógica deductiva, a poder entrar en un lugar maravilloso, después de la muerte, al que los creyentes llamamos cielo, luz o paraíso y a un responsable poderoso y fiable, omnipotente y bueno llamado Dios. Así decía hace más de 2000 años Cicerón al afirmar que “La naturaleza misma ha impreso en la mente de todos la idea de un Dios”.
Las llamadas creencias o fe no son exclusivas del Cristianismo. Todas las religiones –con sus variantes monoteístas o politeístas y dogmas o preceptos propios- las tienen, y son la base para practicarlas y en consecuencia amar y confiar en su Creador. Como decía en el primer párrafo, muchos de sus mandatos coinciden y otros aspectos se asemejan y acercan. Dan la impresión que muchos creyentes pensamos que todas ellas son benefactoras para el ser humano, pues nos hacen mejores, sirven mejor a nuestros semejantes y nos dan a todos los seres humanos más esperanza. De las coincidencias o semejanzas citadas al leer hace unos días, casualmente, una oración de acción de gracias, saqué unas estrofas que decían: “Enséñame a querer a la gente como a mí mismo y a no juzgarme como a los demás”-“Enséñame que perdonar es un signo de grandeza y que la venganza es una señal de bajeza”-¡“Señor… si yo me olvido de ti, nunca te olvides de mí”! Cuando las leí pensé (sin saber el autor) que podrían ser de San Agustín, de Santo Tomás de Aquino o de San Juan de la Cruz. Mi sorpresa fue que son de Mahatma Gandhi (hinduista, político y pacifista) mundialmente conocido por su humanismo, religiosidad y liderazgo.
Los seres humanos, desde niños, nos creemos todo lo que nos dicen, en especial de nuestros padres, ¡hasta los cuentos que nos contaban creíamos que eran de verdad! De jóvenes, empezamos a analizar y dudar lo que nos cuentan amigos, compañeros, profesores... y acudimos generalmente, de nuevo, a nuestros padres o a personas que también confiamos para discutir con ellas en aclaración de la verdad o negarla, imponiendo ya nuestros criterios. De adultos, el análisis y dudas sobre lo que nos cuentan, sobre lo que leemos en los medios o lo que tratan de convencernos los dirigentes a través de las televisiones, son un mar de dudas, unas razonables, otras interesadas y las menos radicales o falsas, legalmente rechazables que nos producen preocupación, malestar y alarma.
Comparando las principales religiones del mundo en cuanto a su número de fieles, descubrimos que tenemos la suerte de ser cristianos y pertenecer a la religión verdadera más numerosa del planeta con 2100 millones de personas que creen en ella, de los que 1100 millones son católicos; nos sigue el islamismo con 1200 millones, el hinduismo con 870 millones, el budismo con 378 millones y el judaísmo con 15 millones (Datos estadísticos 2018) Lógicamente no me atrevo a entrar en valoraciones cualitativas entre religiones debido a mis escasos conocimientos teológicos. Con nuestro cristianismo tampoco, y con nuestra Iglesia católica me acojo prudentemente al conocido principio de “Doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os sabrá responder”. El origen de esta famosa frase se encuentra en la Doctrina Cristiana del Catecismo del padre Astete, que tuve la suerte de estudiar hace 70 años al prepararme para la primera comunión y que además “viene de perlas” para no meterse en berenjenales dialecticos que además la línea editorial de nuestra Revista, no contempla.
No obstante, sí me atrevo a formular algunas preguntas que muchos cristianos nos hacemos. ¿Cómo es posible que después de años de escuchar a nuestras conciencias, de entender lo que dice la Ley Natural, de ver y observar lo que ocurre a nuestro alrededor, de la grandiosidad del universo y de la maravilla del ser humano hayan tantas personas que pasan de todo lo que huela a religión y espiritualidad ? ¿Cómo dicen desconocer o ignorar llamadas, evidencias y consejos que sin duda reciben en sus mentes o conciencias como señales de avisos o alarmas sobre la vida de relación con Dios? ¿Cómo niegan la existencia de un Dios patente y presente, que nos ayuda y nos llama por nuestro nombre?
Por último, ¿Cómo explican, qué razones dan los escépticos, indiferentes, agnósticos, ateos…en sus posturas negativas como personas frente a Dios? Al silencio por respuesta del maligno, les diría con afecto y respeto -si han tenido la paciencia de leerme hasta el final- que hagan caso al campanilleo de Dios que reciben en sus mentes, conciencias y oídos, que nuestro Creador ha existido siempre, que por serlo es infinitamente bueno, fiable, omnipotente y misericordioso, además de personal y amigo, que nos quiere y tiene su puerta siempre abierta de par en par, esperándonos para gozar con Él hasta el final de los tiempos en la eternidad.