La conducción de la política exterior de un país es mucho más complicada de lo que parece. Hay ocasiones en que el requerido equilibrio entre dos opciones resulta difícil de encontrar.
Dos ejemplos:
En 2004, tras acceder al gobierno de España el PSOE de Zapatero, éste no solo tomó la decisión de retirar las tropas españolas de la operación aliada en Irak -cosa que estaba en su derecho a hacer- sino que recomendó a otros aliados que siguieran su ejemplo. La decisión de ZP cargó sobre los ejércitos de otros países amigos -en aquel caso concreto sobre el ejército polaco- el peso defensivo con las consiguientes bajas ocasionadas. El gobierno norteamericano nunca perdonó aquel gesto de nuestro gobierno sufriendo las consecuencias no solo el entonces presidente, que por añadidura había ofendido a la bandera estadounidense, sino que las sufrió la credibilidad y fiabilidad de nuestro país.
Segundo ejemplo: Como Presidente de la Unión Europea, Pedro Sánchez acaba de efectuar un viaje a Israel para dar a Netanyahu algunos consejos sobre cómo combatir el terrorismo, añadiendo a continuación que había llegado el momento de que la UE reconociera al estado palestino, añadiendo que si Bruselas no daba el paso, España tomaría su propia decisión. Una afirmación que fue muy aplaudida por Hamás, por Podemos y por Sumar.
Craso error en ambos casos que reflejan algunos tics nocivos en nuestra diplomacia. El primero de ellos es que en España ha habido desde siempre un cierto reflejo antinorteamericano, que quizá tenga sus orígenes en el surgir de una potencia naciente frente a la caída de otra potencia declinante, en la pérdida de Cuba y Filipinas o en el apoyo de los Estados Unidos prestó a Franco lo que permitió al régimen prolongarse hasta 1975.
Pero es que otro tic, querámoslo o no, es que nuestra política exterior se resiste a modular algunos de los rasgos del franquismo. La larga soledad de la dictadura española, que solo se vio apoyada por la amistad hispanoárabe y por la hermandad hispanoamericana, identificó a judíos, masones y liberales como los grandes enemigos de la patria.
Esos tics explican sobradamente la actitud de ZP en 2004 y todavía más, la equidistancia de Sánchez entre la política de Israel y el terrorismo de Hamas y por la enconada defensa de Palestina (y de Hamás) mostrada por Díaz y Belarra.
Sánchez sabía que tenía que ir a Oriente Medio puesto que todos los líderes de mayor rango ya habían ido. Tuvo que aguardar a resolver la investidura y la formación de nuevo gabinete para poder emprender el viaje. Para más oprobio lo hizo como presidente de la UE y se hizo acompañar por el Primer Ministro belga, Alexander de Croo, que le sucedería en el cargo. Ambos metieron una gran pata rompiendo el muy necesario equilibrio regional. Palestina y Hamas quedaron muy satisfechos pero se ha abierto una crisis diplomática con Israel, ha dividido a la UE en que Schulz y Macron se han precipitado a distanciarse de las palabras del dúo hispano-belga. Y naturalmente ha disgustado profundamente a Washington.
¿No les recuerda al “faux pas” del Sahara que nos acercó a Marruecos pero nos enfrentó con Argelia”
Jorge Fuentes Monzonís-Vilallonga es Master en Ciencias Políticas y Económicas y Derecho.
Diploma de Altos Estudios Internacionales. Embajador de España en Bulgaria en 1993.
Primer Embajador de España en Macedonia en 1995.
Embajador de España en Bruselas WEU en 1997, entre otros cargos.