El Corte Inglés de Castellón repitió este año la iniciativa de una lectura continuada, a lo largo de todo el día, el pasado lunes, en que celebramos el Día del Libro. Yo fui uno más de los 120 que leímos desde las 10 de la mañana, en turnos bien organizados por Pablo Sebastià, “El principito”, de Antoine de Saint Exupéry. Entre los más de un centenar de lectores estaba toda la sociedad castellonense –autoridades, periodistas, empresarios, escritores, artistas, políticos, etcétera-, y pienso que es una iniciativa positiva de respaldo generalizado a cuanto suponga incentivar la lectura, objetivo que siempre ha sido encomiable, y desde luego también en la actualidad.
La obra elegida este año cumple 75 años. Es el libro francés más leído y más traducido, y es una de las obras más vendidas de todos los tiempos, más de 140 millones de ejemplares en todo el mundo. Es una novela infantil y, a la vez, filosófica. Me evocó recuerdos académicos y familiares, pues tuve que traducirlo en la asignatura de Francés y, por otra parte, mi hermana la mayor me animó a leerlo posteriormente: siendo hermana y la mayor, es obvio que lo leí. Me quedaron algunas ideas, pues contiene valores que, jugando con la imaginación, llegan a cabezas infantiles y no infantiles, sobre la vida o sobre la amistad. Es una prueba de que “literatura infantil” no es sinónimo de mero pasatiempo o superficialidad, sino también un modo de llegar a la cabeza y el corazón de los más jóvenes con habilidad literaria, fomentando el interés por la lectura desde edades tempranas.
Recuerdo de mi época universitaria a un compañero bromista que señalaba a otro porque “leía libros”, un ser raro, porque ya en aquellos años pocos se decidían a invertir un poco de tiempo en esta actividad cultural, al margen de los libros académicos. Ahora podemos pensar que se lee más, pero no se leen libros, sino mensajes de whatsapp o twitter, que con el pretexto de la rapidez y la confianza muchas veces abundan en errores ortográficos o monosílabos lacónicos. Probablemente hemos avanzado algo, pero poco: basta ver el modo de hablar de muchas personas, no sólo jóvenes, que por la calle o en cafeterías –¡y por supuesto hablando por el móvil mientras caminan!– siguen utilizando expresiones y vertiendo opiniones que denotan o apuntan a cierta pobreza de vocabulario.
Leer libros no es para intelectuales ni aburrido. Leer ayuda a pensar y a expresarse. Frente al frenesí actual, leer serena. Vale la pena.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.