Nos presentaron en 1994, por supuesto en Valencia, donde Francisco Camps nació y ha vivido toda su vida. Fue en la calle, con un saludo cordial y un breve intercambio de palabras, quedando para otras ocasiones, que seguro las habría. Yo no tenía especial interés profesional en cultivar el trato especialmente con Camps, entonces un joven concejal treintañero del Ayuntamiento de Valencia, tras ir en la lista con Rita Barberá y salir elegido en mayo de 1991.
No suele ser justo dejarse llevar por la primera impresión de una persona, o por las primeras impresiones de un trato más bien superficial. Como mero recuerdo, me quedé con la imagen de un político sonriente, observador y educado, y por lo tanto cordial. Hay políticos que, desde el primer saludo, se sienten en la obligación de no parar de hablar, con una locuacidad que parece envolver inseguridad o afán de que los demás no intervengamos, con miedo a que se les quite protagonismo: Camps no me lo pareció, ni entonces ni a lo largo de los años.
Nadie preveía que su carrera política iba a ser vertiginosa, y brillante hasta que se inició su persecución judicial, y también mediática. Conseller de Educación desde 1997 a 1999, secretario de Estado de Administraciones Territoriales gobernando José María Aznar, diputado y vicepresidente primero del Congreso de los Diputados, Delegado del Gobierno en la Comunidad Valenciana y presidente de la Generalitat Valenciana desde 2003 hasta el 20 de julio de 2011, día en que dimitió por la ‘causa de los trajes’.
Camps había sido elegido por Eduardo Zaplana como su sucesor. Zaplana se había ido de ministro y portavoz del Gobierno con Aznar y, muy probablemente, pensaba que con Camps podría seguir llevando a distancia las riendas del PP valenciano. No fue así, y los choques entre Zaplana y Camps sorprendieron a propios y extraños.
La ‘causa de los trajes’, dentro del caso Gürtel, llevó a Camps a ser imputado en 2009. Fue absuelto el 25 de enero de 2012 por parte de un jurado popular, considerando que no recibió regalo alguno en razón de su cargo. Camps dimitió porque desde Madrid le dijeron que debía dimitir ante la incesante campaña mediática por los trajes. Empezó la sorpresa y el desconcierto por el motivo de la dimisión, y en la opinión pública se afirmaba con ligereza que “algo más habrá que unos trajes”.
A la vez, muchos, incluso líderes políticos de la oposición, habían destacado siempre en privado la honradez de Francisco Camps, por formación, fortaleza personal y creencias religiosas conocidas públicamente. Simultáneamente, esos líderes de la oposición se frotaban las manos al ver cómo caía estrepitosamente alguien que había ganado por mayoría absoluta unas elecciones autonómicas unos meses antes.
Ese día del 20 de julio de 2011 Francisco Camps telefoneó a Alberto Fabra, entonces alcalde de Castellón, para decirle que quería que fuera su sucesor al frente de la Generalitat. Camps no pudo librarse de la dimisión, pero sí pudo elegir con libertad a su sucesor. Un sorprendido Alberto Fabra aceptó, consciente de que en Valencia alguien procedente de Castellón, la provincia pequeña de la autonomía, se encontraría con algunos rechazos, como así fue. Nada hacía presagiar el calvario judicial de Camps. En estos largos años de intenso sufrimiento, no tiene aquel rostro del concejal joven e ilusionado con la política, pero al quedar libre de todas las causas judiciales ha mostrado una renovada ilusión por volver a la arena política, en concreto al Ayuntamiento de Valencia, donde empezó.
Inocente, pero amortizado políticamente de un modo cruel y casi obsesivo, en el PP ahora prefieren pasar página, aun reconociendo que es el vivo reflejo de la injusticia, el linchamiento político, que en su caso se ha cebado hasta límites insospechados. Lo consideran tierra quemada y político amortizado. Ojalá tenga la serenidad y el sentido práctico de calibrar sus posibilidades reales, sin presentar batallas en el PP que parece tener perdidas de antemano. Injustamente calcinado, con un sufrimiento constante, yo en su lugar no intentaría el regreso político. Le ha de satisfacer su honradez permanente, su tarea en el pasado y su afán de servicio en la vida pública valenciana que puede ahora desempeñar sin regresar a la política activa.
Diez imputaciones judiciales, nueve ya archivadas o declarado absuelto. La última, en relación a la Fórmula 1, se acaba de conocer. Sólo le queda una causa por contratos menores con Gürtel, sin trascendencia económica y limitada a un presunto delito de prevaricación. El “calumnia que algo queda”, que la oposición política a Camps puso en marcha sistemática y tenazmente en estos años, es una vergüenza para todos, que sin embargo Camps ha de torear con la fortaleza y el señorío que ha mostrado siempre.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.