El Pleno del ayuntamiento de Valencia el pasado 26 de enero, supuestamente para separar el ámbito civil del religioso, es un buen botón de muestra de algo que, cíclicamente, se repite en España: la fobia anticatólica. Ya lo dejó claro Jordi Peris, el concejal de Valencia en Comú -la marca de Podemos-, cuando afirmó que no vamos a destrozar iglesias ni quemar retablos ni impedir que se entre a las iglesias, sinagogas o mezquitas. Cualquiera que lea estas líneas, con un poco de sentido común y de respeto, podría contestar: ¡sólo faltaría!.
En Valencia lo que se quería sacar adelante, y se sacó, es aprobar que la ciudad se una a la Red de Ciudades por un Estado Laico, una red española a la que hasta ahora se han unido 15 ciudades: una de ellas, Santiago de Compostela, que siguiendo la lógica de algunos tendría que plantearse un cambio de nombre, porque eso de llevar el nombre de un Apóstol molesta a quien quiere arrinconar todo lo católico, pero de lo que estoy convencido es de que los compostelanos no lo permitirían. También se aprobó, con los únicos votos del tripartito y con el no del PP y Ciudadanos, que se retiren los símbolos religiosos de los edificios públicos: esto ya puede ser muy complejo.
Estuvo hábil Fernando Giner, concejal de Ciudadanos y portavoz del partido en la Comunidad Valenciana, además de miembro de la Ejecutiva nacional desde este fin de semana, no hay que perderle de vista a este político, al proponer que se cree un comité de expertos que diluciden qué manifestaciones religiosas y fiestas son un legado cultural o no, pues el concejal de Podemos dejó la puerta abierta a salvar las que tienen esa consideración. El tópico de si se quiere que algo no salga, nómbrese una comisión me parece que se va a cumplir, y la vida seguirá en el ámbito de la libertad y ocupándonos de cosas más importantes. Como dijo Giner, un debate muy confuso.
Lo católico molesta a algunos y, con sofismas es decir, argumentos falsos o caprichosos, se quiere arrinconarlo. Y se alude a separar lo religioso de lo civil, como si ahora fuera interdependiente. Si buscan votos, me parece que los pierden con esta táctica infantil, donde la sinrazón pretende abrirse camino, tornándose en auténtica fobia. Parece que lo hacen para contentar a sus votantes. Mientras, hacen el ridículo y, por reacción, pueden dar fuerza al catolicismo como opción libre, que también forma parte, y parte importante, de nuestra cultura. De paso, distraen a los ciudadanos de los problemas que realmente interesan a la mayoría. Una fobia polifacética.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.