Quienes nacimos y crecimos antes de 1975 sabemos muy bien cómo era aquella España y como se transformó en pocos años tras la restauración monárquica, el inicio del reinado de Don Juan Carlos I y la aprobación de la Constitución de 1978, la más longeva de nuestra Historia, aún vigente aunque no incuestionada, a día de hoy.
Sabemos todo ello particularmente bien quienes representamos a España en el exterior y tuvimos que hacerlo nadando contra la corriente de un mundo organizado en bloques -el Oeste, el Este, los Neutrales y los No Alineados- de todos los cuales estaba excluida España en una soledad en que solo encontraba, por la propia voluntad del Vaticano, con la compañía espiritual de la Santa Sede.
Sabemos cómo cambió todo de la noche a la mañana desde el momento en que Don Juan Carlos I que aquí ya le habíamos puesto el sobrenombre de “El breve” y que reinó durante casi cuatro décadas, recondujo la vida política de nuestro país.
Renunció a los poderes ilimitados que hubiera podido heredar del anterior régimen, propició la construcción de una de las Constituciones más modernas y democráticas del mundo que dejó vía libre a los partidos, a las autonomías, los sindicatos, a la prensa libre, permitiendo el acceso a la vida pública -y estamos en el derecho de cuestionarnos si aquí no se pasó de la raya- a un buen lote de las gentes que abundan en el Parlamento.
España ingresó en la OTAN, en la UE, se consolidó en la ONU, en la OSCE, en la OCDE, en el Consejo de Europa. Todos los bloques y las instituciones del mundo se nos rifaban y abrían sus puertas de par en par para facilitar nuestro acceso.
A lo largo de sus cuatro décadas en la Jefatura del Estado, Don Juan Carlos completó 224 viajes oficiales con los que consiguió abrir nuestras puertas económicas al mundo logrando unos beneficios para España cifrados en 65.000 millones de euros; que a su vez crearon dos millones de puestos de trabajo.
España se convirtió en uno de los países más prestigiosos del mundo, el noveno más próspero, el segundo en recepción de turismo, el segundo más longevo, uno de los cinco más preciados donde residir.
Pues bien, a ese Rey que tanto hizo por España, le tocó exiliarse por dos años, hacer las mil peripecias para volver a pisar su país, a prometer lo que no está escrito para lograr que se le diera acceso a un rincón del país -muy hermoso Sanxenxo, pero no menos rincón- con el pretexto de participar en unas regatas para que ese retorno, esa visita no tuviera en modo alguno visos de oficialidad. Aunque después criticaran tan lúdico programa.
Y de dormir en la Zarzuela ni hablar. Media jornada en familia, llamadas a la prudencia y zumbando rumbo a Abu Dabi entre el aplauso afectuoso de unas pocas voces políticas que representan a la inmensa mayoría de la población del país y la crítica y el insulto inaceptables de una chusma que habría que estudiar si no son susceptibles de juicio por difamación, después de que todos los tribunales habidos y por haber le hayan exonerado de sus posibles errores.
Don Juan Carlos nunca debió haberse ido de España y es de esperar que vuelva en junio y cada vez que le plazca y que el ambiente pueda enmendarse en este país sobrado de ingratos y de anti españoles para que el Rey Don Juan Carlos pueda asentarse donde y cuando le plazca.
Fue un gran Rey que tiene un puesto de honor garantizado en la Historia de España, por encima de casi todos nuestros Monarcas y que tuvo entre sus méritos el haber sabido educar, junto con Doña Sofía, a su hijo y actual monarca Don Felipe VI, quien ha sabido tomar buena nota de todas las virtudes a seguir y los contados errores en que un Monarca no debe incurrir.
Lo que Don Juan Carlos no pudo prever fue el ambiente político que dejaría en legado a su hijo, que ahora clama contra el mal llamado Rey Emérito, cuando a quien intentan derribar es al Rey a secas, a Don Felipe VI.
De todos nosotros depende que no lo consigan.
Jorge Fuentes Monzonís-Vilallonga es Master en Ciencias Políticas y Económicas y Derecho.
Diploma de Altos Estudios Internacionales. Embajador de España en Bulgaria en 1993.
Primer Embajador de España en Macedonia en 1995.
Embajador de España en Bruselas WEU en 1997, entre otros cargos.