Nada tengo en contra de la monarquía. De las antiguas sería injusto juzgarlas ateniéndonos a los parámetros actuales. La nuestra se ha convertido en monarquía parlamentaria y bastante tiene con lidiar los desafueros que se le plantean casi a diario. Pero sucede que, en buena medida, España ha sido una monarquía y las vidas de sus reyes es legítimo que intentemos desbrozarlas, con mejor o peor fortuna.
Sin duda a lo largo de la historia de España son muchos los hijos a los que se podría aplicar el adjetivo de hijo natural o bastardo. Es verdad que actualmente está en desuso pues las nuevas formas, y normas sociales, de convivencia han cambiado sustancialmente. No era así en tiempos remotos. La condición de hijo natural o de bastardía cercenaba en gran medida la posibilidad de acceder a los derechos hereditarios. En el ámbito privado se podía recurrir a variadas figuras jurídicas para no desamparar al hijo, o hija, ilegítimo.
En cambio en el entorno oficial la cosa era drásticamente distinta. Las normas de derecho eclesiástico y civil marginaban por completo al hijo nacido fuera del matrimonio. Pensemos que la Iglesia tenía capacidad para anular matrimonios por muy diversos motivos. Una vez anulado el matrimonio los hijos nacidos de esa unión dejaban de ser legítimos. En derecho cuando un acto se anula es como si nunca hubiera existido. No hay posibilidad de subsanar el defecto al que ha dado origen la anulación. Otra cosa distinta se predica de la anulabilidad que esta si puede ser corregida.
Todos conocemos casos en los que se ha peleado lo indecible para restaurar la condición de legitimidad para un descendiente que la había perdido, o incluso para concederla ex novo al que nunca la había tenido. En el caso de los reyes es frecuente, como veremos, que tuvieran hijos, o hijas, naturales o bastardos y en este supuesto la herencia podía ser un trono o, por el contrario, la desaparición de la dinastía. Veamos algunos casos desde el punto de vista de los hijos habidos fuera del matrimonio.
Sancho III el Mayor de Pamplona, antes de contraer matrimonio, tuvo un hijo que reúne los requisitos imprescindibles para considerarlo hijo natural en aquellos lejanos tiempos. Ramiro se llamaba y tras la muerte de su padre recibió tierras, vinculadas al reino de Pamplona, en Navarra y en Aragón. A su medio hermano Gonzalo, este legítimo, se le asignaron los condados de Sobrarbe y Ribagorza. A la muerte de este último Ramiro se anexionó por la fuerza sus condados, aumentando sustancialmente su extensión territorial, lo que propició que naciera el reino de Aragón. La tradición sostiene que Ramiro I es el primer rey de Aragón. No será el último ilegítimo en hacerse con un trono e iniciar una nueva dinastía.
Alfonso VI de Castilla y León tuvo varias esposas pero ninguna le dio el deseado heredero. Lo cierto es que en esa frenética búsqueda el destino propició que conociera, ya veremos hasta qué punto, a una mujer llamada Zaida, cuya procedencia es un tanto oscura. Unos dicen que era nuera del rey moro de Córdoba y otros sostienen que provenía de Sevilla. Además de su belleza, la misteriosa mujer, aportaba un importante patrimonio, cosa nada baladí para las arcas reales siempre huérfanas del preciado metal. En cualquier caso mantuvieron una relación, no hay certeza de si se casaron, fruto de la cual nació el príncipe Sancho. Ya tenemos heredero.
Sancho, llamado a suceder a su ilustre padre, muere en la triste batalla de Uclés. Las tropas cristianas acudieron en socorro de la citada plaza que estaba siendo atacada por los musulmanes. Desgraciadamente en la contienda perecieron, en un intento desesperado por salvarle la vida al heredero, una parte significativa de la nobleza castellana. El trono pasa Urraca primera reina en estos lares.
Hubo una segunda concubina, Jimena Muñoz. Una hija llamada Teresa nace de esta relación. El rey no la olvida y le concede amplios territorios en lo que hoy es el norte de Portugal. Lo curioso del caso es que, al amparo de una inocente autonomía, Teresa se aprovecha y se convierte en la iniciadora de la independencia del actual Portugal. Una línea ilegítima cobra un protagonismo inesperado.
Alfonso XI mantuvo como amante a Leonor de Guzmán. De esta relación extramatrimonial nació, entre otros varios, Enrique que después de su personal participación en el regicidio de Montiel, donde murió Pedro I, rey legítimo, accedió al trono con el nombre de Enrique II, apodado el de las Mercedes. No me digan que no dan juego los hijos bastardos. De simple Conde de Trastámara a rey de Castilla y León mediante regicidio y por la gracia de Dios. Nunca un bastardo se había atrevido a tanto.
Fernando el Católico también tuvo sus escarceos amorosos fuera del matrimonio. A resultas de los cuales, hasta donde yo sé, tuvo un hijo y tres hijas extraconyugales. A todos ellos atendió de manera harto generosa.
El hijo, conocido como Alonso de Aragón, nace de su relación con Aldonza Ruiz. Debió de quererlo mucho pues le nombró arzobispo de Zaragoza a la temprana edad de 10 años. No destacó precisamente por sus aptitudes eclesiales. Se cuenta que en toda su vida solo celebró una misa pues parece ser que le aburría sobremanera. Sus esfuerzos se dirigieron a la política y a las señoras. Con varias de ellas tuvo numerosos hijos.
La primera hija de nombre Juana es también hija de Aldonza Ruiz. En contra de la costumbre de aquella época de encaminarla hacia algún monasterio contrajo matrimonio con el Condestable de Castilla. Esta unión sirvió a Fernando para asegurase la lealtad de tan poderoso noble.
Hubo otras dos hijas del mismo nombre, las dos Marías. Estas si siguieron la norma no escrita de terminar en un cenobio. En concreto en el convento de Nuestra Señora de Gracia en Madrigal de las Altas Torres. Este convento con anterioridad fue la residencia del rey Juan II de Castilla, padre de Isabel la Católica. Se da la circunstancia que en esa casa nació la propia reina Isabel. Ambas hijas gozaron de situación preeminente en el convento.
El Emperador Carlos I no podía faltar a la cita. Su llegada a Castilla, en concreto a Valladolid, dio ocasión a que conociera a Germana de Foix, última esposa de su difunto abuelo Fernando el Católico. El emperador debía tener alrededor de 18 años. A esa edad hay necesidades que es vital satisfacer. Germana rondaba los veintisiete, debemos presumir que estaba de buen ver pues de lo contrario no se explica la atracción surgida entre ambos.
El resultado del experimento con la viuda de su abuelo fue una niña, cuya existencia fue guardada con celo, para evitar posibles conflictos. Solo recientemente, al encontrar la profesora Regina Pinilla Pérez de Tudela el testamento de la reina Germana, quedó al descubierto el secreto. En dicho testamento se hace mención a “un collar de 133 perlas gruesas, «a la serenísima Doña Isabel, Infanta de Castilla, hija de su majestad del Emperador, mi señor e hijo»”.[i]
Sin duda el bastardo más conocido es D. Juan de Austria, Jeromín. Ya en edad más madura el Emperador mantuvo estrecha relación con Bárbara de Blomberg a resultas de la cual nació D. Juan de Austria. También en este caso se guardó el secreto. No obstante en los últimos años de su vida el Emperador, de alguna manera, lo reconoció como hijo y encomendó su protección a su heredero, el rey Felipe II.
El nuevo rey le encargó importantes misiones, entre las más significativas ser gobernador de los díscolos Países Bajos y ostentar el mando de la flota en la batalla de Lepanto.
El más claro exponente de las relaciones extraconyugales es Felipe IV. Se han contabilizado hasta treinta hijos e hijas bastardos. Tuvo tiempo para posar y que el gran Velázquez lo inmortalizara y además frecuentar los sitios de más ambiente de Madrid. En ellos conoció a sus múltiplos amantes. La más significativa fue María Calderón, la Calderona como popularmente se la conocía. Con ella tuvo a Juan José de Austria.
Como siempre la monarquía se ponía nerviosa si no había heredero. Como este se demoraba aconsejaron al rey reconociera la legitimidad de Juan José. Así lo hizo el monarca y el hijo le correspondió prestándole notables servicios.
Al final casado con su sobrina carnal Mariana de Austria consiguió el deseado heredero. El príncipe Carlos, que reinaría con el ordinal segundo. Fue un ser débil y enfermizo que murió sin descendencia. Tanta “pólvora” gastó el rey en la conquista de plazas ajenas que cuando la necesitó para defender la suya tan solo tenía pólvora mojada.
Los primeros Borbones no dan mucho juego en este sentido. El primero en destacar es Carlos IV y no precisamente por tener hijos fuera del matrimonio. Más bien todo lo contrario. Era la reina, María Luisa de Parma, quien concebía pero sin la participación del monarca. Cuentan que en una discusión con su hijo y heredero Fernando VII la reina le espetó: No protestes tanto y piensa que la única sangre real que llevas en tus venas es la mía. Se comenta que la reina al final de sus días, suponemos que para aliviar su conciencia, hizo partícipe a su confesor de que ninguno de sus hijos lo era del rey.[ii] El fraile, desconozco si violó el secreto de confesión, lo dejó escrito y por ello pagó un alto precio pues fue encerrado de por vida en el castillo de Peñíscola.
No es hasta Alfonso XII cuando aparecen hijos concebidos fuera del matrimonio y ninguno es relevante. Jorge, Alfonso y Fernando se limitaron a derrochar los dineros que se le asignaron a su madre, Elena Sanz. Dineros que se le habían adjudicado a modo de compensación para cubrir los gastos de su real prole.
Alfonso XIII también está incluido por derecho propio en este club. Sus hijos extraconyugales no pueden considerarse ilustres. Tan solo Leandro de Borbón, que planteó ante los tribunales se reconociera su origen real, obtuvo por parte de la justicia el derecho a llevar tan ilustre apellido.
Más de uno se habrá quedado en el tintero pero los elegidos, creo, son lo suficientemente representativos para ilustrar la real saga bastarda.
[i] ABC Cesar Cervera. El amor obsesivo entre Carlos V y su abuela «obesa»
[ii] ABC Mari Pau Domínguez. María Luisa de Parma, la Reina que pudo acabar con los Borbones