Desde hace una temporada, he escuchado a amigos y conocidos que están preocupados porque sus hijos, adolescentes o veinteañeros, no tienen amigos, y se pasan cada día horas con el ordenador o el móvil en casa. Preocupados los padres, preocupado yo porque empezaba a ver un fenómeno nuevo entre los jóvenes. Acabo de leer un estudio de la empresa demoscópica ‘YouGov’ a 1.254 jóvenes estadounidenses que arroja un dato preocupante: el 22% de los millenials no tiene ni un solo amigo. Jóvenes nacidos entre 1981 y 2001, con gran preparación muchas veces. Tres de cada diez no tienen un “mejor amigo” y el 25% reconoce que no tiene nadie con quien hacer planes. El mismo estudio refleja que esos jóvenes pasan una media de dos horas y media en las redes sociales, y este dato tal vez sea la causa de que no tengan amigos, de modo que en vez de relaciones personales se enganchan a crear una realidad virtual, individualista, que estamos comprobando que hasta puede ser patológica.
Las encuestas no son infalibles, pero dan pistas. Puede ser que en España no sea una cifra tan elevada como la de la encuesta norteamericana, pero también puede ser que sea similar, sin descartar que hasta sea mayor. El entorno que describo al principio arroja datos para reflexionar y para reaccionar. Son muchos los que se quejan de que su hijo está muchas horas encerrado en su habitación con videojuegos u otras actividades en la red, y no saben cómo actuar en calidad de padres. Se les ve desbordados.
Afrontemos el problema de los jóvenes y su aislamiento en torno a las redes sociales. Flaco servicio haremos si nos dedicamos a alabar sistemáticamente todo lo vinculado con la juventud o, por el contrario, atribuir a los jóvenes deficiencias como si nosotros no tuviéramos responsabilidad. Los adultos somos adultos, y pienso que se puede caer en extremos ridículos por parecer o comportarse como un joven, porque no lo somos: el esfuerzo por formar y comprender a los jóvenes no debe llevarnos a imitarles, a cambiar nuestro lenguaje o modo de vestir para aproximarnos a ellos. También me pregunto: ¿cuántos jóvenes leerán esta columna?
Seamos valientes: son las familias –y los centros educativos, donde existe un uso abusivo de los móviles por parte de los alumnos- quienes han de ver esta emergencia, y ayudarles a salir de sí mismos, trabando amistades y cultivándolas. El deporte, sobre todo el colectivo, suele ayudar, por ejemplo. Exigir a los jóvenes cuesta, como a todos, pero tiene que haber pautas con ellos. Sí, otra crisis: la de la amistad.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.