“La peor decisión es la indecisión”. (Benjamín FRANKLIN).
En la sociedad actual, muchos piensan que no es correcto el querer expresar con firmeza y sinceridad nuestros pensamientos y convicciones; como si nos costara decir sí o no a respuestas y opiniones importantes y trascendentes de los demás. Con frecuencia, o somos excesivamente sumisos, guardando silencio ante hechos reales que nos imponen y que por respeto humano silenciamos nuestra opinión. Otras veces en cambio, admitimos distintas interpretaciones de un hecho para dar la sensación sin quererlo, de disimulación, incertidumbre o ambigüedad al ocultar nuestras verdaderas creencias.
Finalmente podemos adoptar la peor postura, la cómoda y más fácil del pasotismo o la indiferencia, la más grave cuando se trata de decidir sobre principios y valores o sobre nuestros deberes u obligaciones. En todo caso, debemos saber elegir y expresar nuestras respuestas, no dejando que otros lo hagan por nosotros, pues las decisiones vienen de dentro a fuera, de nuestro interior al exterior, y no al revés. Tenemos y debemos mostrar nuestra personalidad, postura y defensa tal cual es ante los problemas de nuestro tiempo; lo contrario es caer en la ambigüedad.
Los dirigentes nos legislan, enseñan y a veces nos intentan adoctrinar con leyes que son el resultado de la ideología del partido que representan. Para ellos, los intereses generales colectivos a veces cuentan poco o nada. Temas importantes como la educación, la economía, la justicia, las libertades o la soberanía y unidad de España pasan años y años sin dar soluciones serias, duraderas y consensuadas. Pensamos no obstante, que nuestros dirigentes paradójicamente son claros, concisos y concretos en todas sus decisiones, pocas veces ambiguos; sus determinaciones son coherentes con las consecuencias lógicas de su ideario político; es decir, para el buen entendedor: “el peral da peras, el manzano manzanas y no ciruelas. Otra cuestión es que a todos nos gusten las peras y las manzanas, sobre todo si son de baja calidad, o si algunas veces nos las venden podridas o robadas y nos obligan a comerlas.
La única y gran ventaja aparente que nos dejan al pueblo soberano es la capacidad relativa de elegir, seleccionar y comprar “las peras, las manzanas o las ciruelas”. De nosotros depende exclusivamente seguir ambiguos y sumisos -como las ovejas del rebaño ante su pastor- haciendo solo lo fácil, cómodo e intrascendente que nos mandan, o en su defecto dejarnos llevar por la corriente de moda del momento, de criticar todo lo que se nos ponga por delante, echando las culpas de todos nuestros males, sin argumentos, al Gobierno de turno, a la Oposición, a los Empresarios, a los Sindicatos, y por supuesto a los médicos y ¡cómo no a los curas¡…de la situación actual. Es decir ¿entrar en la amenaza del populismo o la demagogia que ya tenemos cerca de la puerta para que nos gobiernen como en Grecia o Venezuela?
No cabe duda que las críticas son necesarias, pero siempre que se correspondan con la legalidad vigente y que sean alternativas dinámicas, constructivas y positivas. Muchos nos preguntamos qué hacemos real, personal e individualmente ante los problemas que nos abruman sobre la crisis, el paro, la familia, la educación, la violencia de genero… ¿Indiferencia, sumisión, ambigüedad, silencio, nada? O, ¿seguimos esperando, como de costumbre, a que otros hagan nuestros deberes o nos lo impongan a la fuerza cómo hacerlos? al no tomar las decisiones que solo a nosotros exclusivamente compiten y corresponden a través de nuestros votos.
Somos un pueblo con una dilatada e importante historia, difícil de igualar. En ella, encontramos hechos que nos pueden servir de ejemplo para recuperar y reforzar nuestras decisiones, nuestros principios e ideales, que muchos no nos cansaremos de repetir; ideales muy necesarios e importantes para la sociedad actual; son como “faros” que iluminan nuestros caminos cuando estos se pierden en la oscuridad de la noche, o como “campanas” que se oyen en el silencio de nuestros pueblos, ya que en las grandes ciudades, con el ruido de los “estadios”, el bullicio de las calles, el tráfico, los cascos o los móviles, parece que nos impiden oírlas.
Alonso Pérez de Guzmán, nombrado alcalde de la ciudad de Tarifa por el rey Sancho IV en 1294, defendió la plaza fuerte frente al infante Don Juan, hermano del rey y aliado de los benimerines, el cual capturó a su hijo y le intimó a rendirse bajo amenaza de muerte. Guzmán prefirió la ejecución de su hijo a la entrega de la plaza, hecho que al ser conocido por el rey le valió el título de “el Bueno” por el que es conocido en la historia hasta nuestros días. Don Alonso Pérez de Guzmán, “el Bueno”, tenía las ideas muy claras, desconocía la ambigüedad, la indiferencia y la sumisión, defendió sus ideas con honor y decisión. Hizo también bueno –cuatrocientos años antes- aquel artículo de las Ordenanzas de Oficiales, aunque no era militar, de “quien recibiera la orden de conservar su puesto a toda costa lo hará”. Casi siete siglos después se repetiría la historia con el General Moscardó y su hijo en el Alcázar de Toledo, durante la Guerra Civil.
Todo hombre, por humilde que sea su trabajo, por pequeña e insignificante que parezca su responsabilidad, por la poca o nula trascendencia que piense que poco puedan afectar sus actos y sus silencios sobre los demás, tiene que saber que su personalidad y decisiones, por pequeñas que sean, inciden de forma muy directa e importante sobre su familia, sus amigos, sobre la sociedad en que vive. En los tiempos actuales y ante tantos problemas que afectan gravemente a nuestra convivencia, no podemos ni debemos ser sumisos con el poder, indiferentes ante la defensa de nuestros valores, y ambiguos ante nuestras raíces y creencias. Debemos salir, con urgencia, de la postura fácil y cómoda, de que ya habrá alguien que nos solucionará los problemas, que ya saldrá otro que nos defenderá los principios, que vendrá un tercero que nos devolverá los valores de nuestra civilización cristiana. Conseguirlo y alcanzar su defensa solo depende de nosotros. Muchos pensamos que nuestra sociedad necesita esa recuperación con urgencia, y vendrá si cada uno piensa y decide expresar su pensamiento con claridad, sin sumisiones y silencios, en definitiva sin ambigüedad.