El pasado 12 de octubre, Virgen del Pilar, tenía muchos focos informativos de interés máximo, en Zaragoza y Madrid principalmente. Pero saltó una noticia que tenía los ingredientes de lo que solemos calificar como “noticia”, es decir algo infrecuente, incluso raro, llamativo. Era la dimisión del deán de la catedral de Toledo, por el polémico vídeo grabado en la catedral por el rapero Tangana, titulado “Ateo”.
Sea por ingenuidad o por aparentar “apertura” y “diálogo” con la cultura actual, que son términos equívocos o al menos incorrectamente utilizados en ocasiones, el deán había dado el permiso, y me pareció totalmente coherente que dimitiera. Inicialmente el deán había justificado su decisión en que la Iglesia debe “acoger” y “dialogar” con la cultura contemporánea.
No pocos se preguntaban qué es un “deán”, pero bastaba la percepción de que es el responsable de la actividad de la catedral, quien preside el cabildo de canónigos que tiene la misión de administrar la catedral.
Parece que la posición de otros canónigos, de muchos fieles y del propio arzobispo de Toledo –que ha convocado para un acto penitencial por esta actuación del deán– han influido decisivamente en que el deán dimita. Pero ha dimitido, algo casi insólito en nuestro país.
Me resulta llamativo que el deán cesaba en su cargo el próximo 5 de noviembre. Podía haberse demorado el relevo, y en vez de dimitir no volver a nombrarle. Sin embargo, ha optado por asumir inmediatamente su responsabilidad en una decisión fuera de lugar y muy inapropiada, o muy probablemente porque se lo han hecho saber con claridad, y ha dimitido. Así queda más clara la causa de que no siga como deán, con efecto fulminante.
Dimitir por cometer errores graves en un cargo o responsabilidad no es debilidad ni vergonzoso, sino que honra a quien es capaz de asumirlo y reconocer que no puede continuar en ese puesto. Todos cometemos errores, pero los hay de diverso grado. Y cuando los errores afectan a la línea esencial y socavan la confianza de quienes tienen que ayudarle en su tarea, lo ético es dimitir.
Una catedral, una iglesia, tiene una dignidad y una identidad. Abrirse a las personas y a la cultura no justifica que pierdan su esencia de creencias y culto: lo contrario es tener complejos. Tiene una identidad, no cabe todo. Se debe respetar y hacer respetar, de muy diversos modos, también con una dimisión necesaria como la del deán, pese a que ha intentado justificar su decisión de permitir la grabación del vídeo. Dimitir le honra.
La Iglesia, en concreto el arzobispo de Toledo y la diócesis de Toledo, han lanzado un mensaje nítido: no se toleran ni se transige con actuaciones que escandalizan, públicas y además que se pretenden justificar y hasta imponer en el ámbito eclesiástico, bajo el paraguar del “diálogo”. Por supuesto que se desea dialogar, pero respetando lo que cada lugar y cada persona es, sin tergiversaciones. Una catedral no puede ser ni parecer una pista de baile, y además provocador, ni una discoteca.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.