El exministro Carlos Solchaga, pilar fundamental de los gobiernos de Felipe González, ha calificado al gobierno de Pedro Sánchez como de “extremada fragilidad”, a la vez que sobre los 100 días de gobierno octopartito tiene claro que no ha tomado decisiones particularmente brillantes.
Pedro Sánchez está herido, una vez más, en estos días por su famosa tesis doctoral. Las amenazas al diario “ABC”, que sigue cada día desgranando el plagio de la tesis de Sánchez, no amedrentan. Se ha demostrado que la mentira para él no es algo aislado. Evocar su promesa de que convocaría elecciones pronto es inevitable. Por algo entre los propios socialistas se reconoce que es un personaje del que no te puedes fiar.
Es tal el cúmulo de medidas que lanza improvisadamente al ruedo político que ya apenas se le presta atención. El impuesto a la banca, la penalización de las viviendas vacías, las reformas constitucionales…
Un presidente que cuenta con 84 diputados no debe acometer ninguna reforma constitucional. Toda reforma constitucional debe contar con un amplio apoyo, pero no con el “gallinero” que es que nos gobiernen 8 partidos políticos, porque cada uno le ha pedido su cuota innegociable ante posibles reformas constitucionales.
Lo cruel de esta etapa política es que sólo le importa a Pedro Sánchez, de verdad, continuar siendo presidente del Gobierno el mayor tiempo posible. Sabe que pende de un hilo, de los presupuestos para 2019, y de todo lo que suponga algo de enjundia en el gobierno del país, y utilizará todas las argucias posibles para continuar viviendo feliz en La Moncloa, donde quiere disfrutar de las mejoras que su mujer introdujo por la nada insignificante cifra de 500.000 euros, y alguna vez más ir a un concierto musical en avión oficial.
Su fragilidad le ha llevado a que Podemos controle TVE, y ya hemos visto la rapidez con que su presidenta provisional, Rosa María Mateo, ha hecho limpieza generalizada en un tiempo récord.
De la extremada fragilidad de Pedro Sánchez y de su extrema ambición política, nace el gran temor mayoritario, porque es frívolo. No le importa que hayan tenido que dimitir dos de sus ministros: lo único que le importa es que no se cumpla lo de “no hay dos sin tres”, y que él no sea el tercero. ¿Su gran receta? Subir los impuestos, que siendo economista –y “doctor” además– debería pensárselo más de una vez.
Pablo Casado reiteró ayer que debe convocar elecciones ya, ante el lastre que supone para el país. Yo pienso que convocará elecciones pronto, pero no porque se lo pidan líderes socialistas –que lo están pidiendo–, Pablo Casado o Albert Rivera, sino porque no tiene más remedio para intentar sobrevivir: convocar elecciones generales y jugársela a posteriores pactos electorales.
Mientras tanto, Pablo Casado sigue avanzando en la tarea de intentar revitalizar el PP. Ha repescado a Aznar, con un gesto que ha sido llamativo: esperarle el martes en el Congreso para recibirle y acompañarle en su comparecencia. Su juventud y empatía va llegando a la gente joven. Habrá que ver si los votos que, según las encuestas, se iban marchando a Ciudadanos –y a Vox– logra recuperarlos Casado en las próximas elecciones generales, que ya he dicho que espero que sean pronto, por el bien del país.
Es sano que los españoles estemos más pendientes del aumento considerable del recibo de la luz que de la exhumación de Franco. Que paguemos el 21% de IVA en el consumo de luz es una barbaridad. No compensa vivir mirando al pasado, sino atender el presente y el futuro. Y que haya un gobierno que se centre en los problemas reales, como son el desempleo y el empleo de calidad, o Cataluña con sus intentos de deriva independentista.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.