Doctor en Filología por la Universidad de Heidelberg, la más prestigiosa y antigua de Alemania en 1921, al ario Goebbels no le impidió su formación literaria exterminar “ratas judías” y, a redoble de tambor, manejar el mundillo intelectual alemán. Era parte de la política de la Gran Alemania, cuya caricatura en versión idiomática está sucediendo ante los ojos de Europa con la pretensión de Cataluña de apropiarse del Reino hasta Orihuela. En realidad, el exterminio de un idioma para que ocupe su lugar otro invasivo es una constante de la Humanidad. El fenómeno no sólo es palpable en zonas indígenas de Papúa, Nuevas Hébridas o Namibia, sino también en la cadena de dialectos latinos surgidos tras la ruralización del Imperio Romano. Desde Rumanía a España, una serie de hablas caóticas se transformaría en idiomas como el valenciano, con Siglo de Oro, gramática y diccionarios independientes de las lenguas vecinas. Así, cuando Joan Esteve publicó en “latina et valentina lingua” el ‘Liber elegantiarum’, acabado en 1472 e impreso en 1489 (anterior al Nebrija, 1492), era el primer diccionario de una neolatina, y en él se ofrecía léxico, morfología y sintaxis propia. El incunable, aunque contiene abundantes arcaísmos del 1400, preconizaba lo que sería el valenciano moderno, hoy prohibido:
«en Capua, juhí, homens, termens, que yo faça, ixqué, vell e calvo, cendemá, reals del rey, espachar, empachar, clocha, chiqueta, fanch, la febra, molt fret que havía aplegat descubert, deffendre la patria, lo que ell volía, no poden fer lo que volen, cridaulo, que no sapien, enramar la carrera de murta, escorchat com Sent Berthomeu, farán lo contrari, en la vellea, despusdemá, pereós, plens de sanch, ací en Valencia tot lo contrari, traure aygua o fanch, suspirant, fi del any, la bellea, llaugerament, dents menudes e chiques, furtar, fer servici, maravellar, alqueríes, manches1, mentres que vixca, tempestat de vent, conversacions, chiquea, faré lo degut, colps, fesols, melich, granota, got de vidre, homens chics, ordenar o compondre, home afeminat…» (Esteve: Liber, 1489)
En el 1400, gracias a las raíces comunes, la inteligibilidad parcial existía entre hablantes del castellano, valenciano y catalán, especialmente en habitantes de zonas fronterizas, escribanos y clérigos que usaban el latín, lengua vehicular del Clero y Cancillerías. Las tres lenguas siguieron incrementando singularidad, sin que los préstamos recíprocos y la rémora del mantenimiento de arcaísmos por notarios y eclesiasticos anulara la fuerza creativa del pueblo en sus informales conversaciones diarias. En los siglos XVIII y XIX, con la tibia democratización de la sociedad y la aparición de la literatura de cordel de historias grotescas, insólitas, heroicas o ridículas que los ciegos cantaban en el mercado de Valencia o en fiestas de Alcoy o Burriana, con la lengua más espontánea, surgieron voces que permanecían soterradas por considerarse rústicas o alejadas del canon arcaizante; pero, al estar en manos de cajistas e impresores la arbitraria gestión ortográfica de los romances, que el ágrafo ciego les dictaba (no siempre, pues Carlos Ros también dedicó su ocio a esta actividad) hallamos erratas, errores, préstamos de otras lenguas y arcaísmos, pues los mismos impresores también se encargaban de editar escritos notariales, donde cristalizados arcaísmos transmitidos desde los Fueros se mantenian por razón leguleya. Las convulsiones lingüísticas que afectaban al valenciano no impidieron que un considerable caudal del usado en el Liber elegantiarum llegara incólume a nosotros, valencianos del siglo XXI. Por citar algún ejemplo, la sintaxis prepositiva que muestra el diccionario valenciano de 1472, “en Capua”, ahora lo normalitzan “a Capua”; pese a que era construcción clásica: “scorchá / en Assuer / a sa muller” (Roig: Espill, 1460), y así se mantuvo en valenciano moderno: “si la teua novia se enterara de lo que fas en Benalúa”(El Cullerot, Alacant, 26 de septembre 1897, p.3); “eixes coses… ya no se estilen en el Carche” (Martínez Ruiz, Amancio: Canyisaes, Monóver, 1907, p. 59), etc.
En el 1900, considerando los expansionistas catalanes que la lengua es el vínculo que unificaría geopolíticamente la futura Cataluña hasta Orihuela, adoptaron la estrategia victimista del Espanya ens roba (val. Espanya mos furta) y, respecto al Reino de Valencia, se otorgaron el papel de paternalistas coloniales que pretendían ‘dignificarnos’ con la implantación de la lengua culta, el catalán. Con la complicidad de colaboracionistas a sueldo se hizo tabla rasa de lo que no era propicio al anexionismo; arrasando hasta lo que presentaba raíces en aquel diccionario de Esteve de 1472 que, a modo de ejemplo, mantenía el neutro lo o la clásica sorda final: sanc, fanc, fret…, característica morfológica del valenciano moderno: “herbeta de la sanc” (Tafalla, V.: Un defensor de Melilla, Alacant, 1893); “sinse derramar la sanc” (Urios, Elvira: Día de Pascua, c. 1925); “el forn de fanc” (Blasco Ibáñez: Colp doble, 1915); “¡Aneu a pastar fanc!” (Alcaraz, J.: Vullc besarte, 1931); “fret: frío” (B. Serrano Morales, ms. 6549, Diccionari valenciá, any 1825); “ya no tinc calor ni fret” (Soler, S.: ¡Mos quedem!, Castelló, 1907), etc. Ahora, mediante ruido y confusión mediática, los anexionistas han acomplejado a la población que, desorientada, sólo se le permite escribir, por ejemplo, los catalanes sang, fang, fred.
La letal literatura pedagógica del expansionismo amable
La amabilidad puede esconder fines malignos. El doctor en literatura Goebbels era desagradable, pero algunos médicos de las SS, como Bouhler y Brant, que participaron entre 1939 y 1945 en la Solución fInal que eliminaba de “la vida indigna” a niños deformes, débiles mentales, hijos de padres alcohólicos y judíos, fingían ser amables y paternales hasta instantes previos al sacrificio o experimento cruel. Detrás de su abyecto comportamiento existía el aval social otorgado por un poderoso núcleo de ideológos, jueces, médicos, religiosos e intelectuales nazis que legalizaban con mil argumentos el exterminio. En el caso de la anexión territorial de Valencia, previa aniquilación del valenciano e implantación del catalán, hay un formidable ejército de filólogos, psicólogos, historiadores, periodistas, animadores culturales y, en la cumbre de la fascista pirámide inmersora, políticos amorales y corruptos que justifican la Solución Final idiomática.
Prototipo de hipócritas filólogos ‘amables’ y ‘comprometidos’ con la defensa de los idiomas en peligro serían Carme Junyent (Vida i Mort de les llengües, Barcelona 1992), y Jesús Tusón (Històries naturals de la paraula, Barcelona, 1998). Ambos se muestran comprensivos, receptivos y progresistas, muy progresistas. No hay lengua para ellos que no merezca enarbolar la espada de la rebelión contra los retrogrados que las agreden; y todos los idiomas, lenguas, dialectos y jergas merecen el máximo respeto y defensa por parte de estos amables filólogos, sea el habla newang del Nepal, con 5.000 hablantes, o el cariyarí de Colombia, con 50 hablantes. En fin, la larguísima lista a defender sólo tiene un excepción curiosa, ¿sospechan cuál?, ¿lo intuyen? Sí, ése que piensan, el valenciano, aquel idioma que admiró Cervantes, Sebastián de Covarrubias, Pío Baroja o Unamuno. A juicio de la amable Carme Junyent, no merece ni un mísero párrafo su defensa; otra cosa sería si se tratara del dyrbal de Australia (40 hablantes), el apiaká de Brasil (2 hablantes), el wakhi de Afganistán o el tegali de Sudán, jergas que provocan profunda preocupación y desasosiego en la sensible Carme Junyent.
El caldo de cultivo de la Solución Final del valenciano
La mayoría de lo que ahora hablamos, sea valenciano o español, nos viene del desmembrado Imperio Romano, territorio indefenso donde irrumpían oleadas migratorias e invasiones que zarandeaban las viejas morfologías de Virgilio y la fonética de Apuleyo. El parto de los idiomas sería lento, duró siglos; y fue el desorden lingüístico —con la casi interrupción de contactos entre antiguas regiones imperiales— la semilla que fecundó la diversidad creativa. Aquellas jergas híbridas, criticadas por los escasos gramáticos que quedaban en la Europa del siglo VI, la mayoría frailes, evolucionaron hasta convertirse en los actuales idiomas italiano, portugués, valenciano, etc. Sin imposiciones, los neologismos se estructuraban sintácticamente con las preposiciones que, progresivamente, sustituían a las clásicas declinaciones y, en ese mundo sin orden, comenzaron a documentarse morfologías que recuerdan vagamente las actuales.
Hacia el 1500, en paralelo al fortalecimiento de idiomas propios, una legión de humanistas, frailes, notarios, catedráticos de universidad y filósofos se encargaron de demostrar “científicamente” que la lengua hablada en su país era la más perfecta y, los más viscerales, hasta afirmaban que era la del Paraíso, la primigenia de Adán y Eva. Ahora, en el 2019, sólo encontramos este primitivismo irracional en los inmersores que aplican la Solución Final al valenciano, e introducen su lengua perfecta: el catalán de Pompeu Fabra. El fascismo filológico barcelonés del siglo XX enlazaba con aquellos iluminados barrocos catalanes que se consideraban pueblo singular desde la aparición del ser humano; es decir, que cuando hace 200.000 años los homínidos de Atapuerca se limitaban a perseguir bisontes y emitir gruñidos, la raza aria catalana poseía lengua y sentimiento de pueblo selecto, no africano. Hay un libro (que actualmente alcanza los 3.000 € entre nacionalistas profesionales y colaboracionistas), que nos ilustra sobre el complejo de superioridad congénito de nuestros vecinos norteños. Para situarnos en la época, a poco de la muerte del pintor Velázquez, en el citado libro se defendía la existencia de un Príncipado y Príncipes de Cataluña en el 200 a. C., enfrentados a Roma: “los catalanes Indibil y Mandonio, en tiempos de Scipión (…) los dos príncipes catalanes se levantan contra los romanos” (Cataluña ilustrada, 1678, pp. 201, 218). Los disparates del chovinismo barroco catalán eran asimilados por la sociedad, de ahí que en el 1700, los academicos de la Academia de Buenas letras de Barcelona defendieran que el catalán era la protolengua de España, madre del castellano, valenciano, asturiano, gallego, etc. En realidad, cada pensador europeo cocinaba historia y fantasia al gusto propio. Así, el calvinista La Peyrère, en 1665, defiende la existencia de una humanidad preadánica a la que no afectaría la confusio linguarum de Babel, que recaería sobre los descendientes de Adán en tierras judías. Otros, como Court, lanzaba la hipótesis céltica como origen del griego, latín, etc. Es cómico que argumentos similares a los empleados hace siglos por agresivas naciones para apabullar a los hablantes de lenguas vecinas y conquistar el territorio, hoy los esgrime el expansionismo catalán sobre el valenciano. La estrategia, aparentemente edulcorada y afable, busca y consigue marginar de la sociedad valenciana a quien no se somete a la catalanización idiomática, impuesta desde Barcelona por comisarios colaboracionistas de la Generalitat y la AVL.
El paradigma ‘formachet‘ y las pizarras visigodas
Cada idioma establece sus arbitrarias normas; así, el catalán añade artículo al nombre propio en la lengua culta: la Nuria, la Meritxell, el Manel…; una construcción sintáctica inexistente en valenciano, salvo en la lengua paródica o muy vulgar, generalmente en castellanismos: la Pantojilla, etc. De igual modo, en catalán consideran vulgarismo el diminutivo, mientras que en valenciano es lo contrario. Un sufijo diminutivo aporta matices semánticos para valorar sustantivos y adjetivos; así, en el paradigma ‘formachet’ nos informa sobre el tamaño y características de una determinada variedad de queso; que no equivale al castellano requesón, llamado en catalán mató y brullo en valenciano.
La palabra procedía del latín forma > formatĭcus; aunque hasta llegar al moderno formachet (prohibido por tirios y troyanos, catalanistas y valencianistas), tuvo larga vida de mutante morfológico, incluida la enigmática etapa del reino español visigodo, que muchos asocian a La venganza de Don Mendo (el autor, Muñoz Seca, fue progresistamente fusilado en Paracuellos en 1936, ¿no gustó la comedia a los republicanos?). En fin, entre los recuerdos numismáticos, arquitectónicos o eruditos (Etimologías de Isidoro de Sevilla), tenemos las pizarras visigodas, donde pugna el decadente latín con los primeros balbuceos de las románicas hispánicas. Las 163 pizarras conservadas muestran conjuros contra el granizo, textos litúrgicos, pagos de censos, etc. En 1904 ya las estudió Gómez Moreno, pero hubo cierto desprecio y silencio hacia ellas. Han sido investigadores actuales, como Isabel Velázquez Soriano, quienes analizaron con más rigor los textos epigráficos que, nítidamente, mostraron su riqueza precursora de las neolatinas hispanicas; p. ej., en las pizarras hallamos porco, que daría el valenciano porc y castellano puerco; y fonten, origen del val. font y cast. fuente; además de bonhomen, camisias, galina, caballos, caballu (frente a ‘equus’), pluvia, lana, nubus, vila, terra, etc. Es en territorio alejado del valenciano, en el Yacimiento de Galinduste (Salamanca), donde una pizarra de 158 x 110 mm, mostraba las dos variables de caseus y forma > *formatĭcus, étimos del cast. queso y el val. formache, formachet. La inscripción trata sobre dos labradores hispano-visigodos, Maurelus y Ioannes, que se distribuyen un queso cada uno:
«Notit<i>a de casios… Maurelus fromas una, Ioannes… froma un(a)».2
Por tanto, hacia el 550 d. C. tenemos entre Salamanca y Ávila las morfologías que evolucionarían al cast. queso y val. formachet. Algo más moderno, del año 980, es el pergamino llamado ‘Nodicia de kesos‘ (sic), donde el fraile Semeno, cillero de un monasterio leonés3 detallaba los quesos que había adquirido; pero en la ‘nodicia‘ sólo hallamos la grafía “keso”, pues quizá ya se había decantado esta zona de España por el derivado de caseus. No obstante, la grafía ‘fromas‘ de la pizarra salmantina estaría extendida por gran parte del fragmentado Imperio Romano; así, en francés daría ‘fromage’, parecido el mozárabe castellano “formaje”4. La grafía “formatgets” aparece en el Thesaurus Puerilis de Onofre Pou, publicado en Valencia en 1575, pero los etimologos suelen olvidar que este humanista era catalán de Gerona y, aunque residió algún tiempo en Valencia, su diccionario era trilingüe en catalán, valenciano y latín. Es significativo que Corominas, que conocía perfectamente de dónde era Pou (y así lo recuerda en otras entradas), confunda al lector al cambiarle el origen: “el valenciano Onofre Pou” (DCECH, IV, p.721). El antiguo occitano ‘formatge‘, con la -t- epentética, triunfó en catalán y, por inercia, muchos valencianos que usaron el Thesaurus del catalán Pou siguieron copiando esta grafía, aunque en la propia Barcelona medieval se usaron las variables “formaticis, fortmage, fromatge”5. La convivencia de corrupciones del latín pulularon en la España visigoda con el lógico caos morfológico, desde el visigodo froma al galorromance y mozárabe castellano formaje (DCECH, IV, p.721), que persistía en el castellano del 1450: «e prestamente començo a cantar, e el formaje cayole del pico» (BNM, Ms. Cancionero de Juan Fernández de Íxar, c. 1450).
Los antiguos dialectos convertidos en idiomas modernos aceptaron gustosamente su propia corrupción del latín, algo necesario para independizarse de la materna lengua madre; y si era necesario el uso de sufijos no existía problema. En Italia nadie rechaza la formaggetta; pero aquí, en el Reino, nos han avergonzado por la creación de la morfología singular para el queso, formache, formachet. La vieja historia de este vocablo se originó antes de la llegada de Jaime I en 1238: “pertenecía al vocabulario mozárabe de nuestros musulmanes, y Abenbeklaris ya registraba formage por el año 1100” (DECLLC, IV, p.126). En fin, como los catalanistas nos critican por usar el español, aquí les dejo documentación, tomada del DHIVAM 2019, sobre la preferencia de la morfología formache, formachet en valenciano moderno, que no quiere decir que sea frivolidad inventada hace cuatro días. De hecho, en textos oficiales del 1607 ya figuraba nuestro sustantivo:
formache –el lletí forma, junt al vulgar *formatĭcus, donaren a lo llarc dels sigles un fum de derivats en les neolletines, incluit el mosárap “formage” per l’any 1100 (DECLLC, 4, 126). Cada neolletina tingué sa particular corrupció: it. ‘formaggio’, cat. ‘formatge’, fr. ‘fromage’, val. antiu ‘formage‘ y modern ‘formache’, etc. En tots els idiomes, els filólecs aceptaren el vocable própit, exceptuant els de la terra dels sanch d’horchata, ahon desde Barcelona digueren que’l valenciá ‘formache’ era pecat lléxic y, per tant, heu prohibiren. No obstant, tenim documentació en tots els nivells, siga cult, administratiu, eclesiástic, popular:
“formache” (Vilarig, Bernat: Memorial de les mercaderíes, any 1607)
“el formache de troncho” (Morlá: Hipocresíes de les ames dels capellans, c. 1650)
“formache” (Bib. Nac. Mulet: Ms. Infanta Tellina, c. 1660)
“formache” (Tarifa dels preus y pesos de les mercaduríes, 1671)
“dos dinés de formache” (Mercader: V. f. Pere Esteve de Denia, 1677)
“llonganisetes, formache de troncho” (Bib. S. Morales, Ms. 6563, 1745)
Carlos Ros, com a notari que treballava consultant Furs y documentació migeval, arreplegá morfologíes com la del antiu mosárap formage; model arcaic que, encabant, copiaríen els pereosos:
“formage ben picadet” (Ros, Carlos: Romans dels peixcadors, 1752)
“formache / de diferents calitats” (Romans… pera riures en Carnistoltes, 1756)
“ya he caigut en lo formache” (Relació… entre Sento y Tito, 1784)
“pareix mentira, / no cauen en lo formache” (La Donsayna, 1845, p. 169)
“una pesa de formache” (Baldoví: El virgo de Visanteta, 1845)
“el formache” (Liern: La mona de Pascua, 1862)
“com la rata en lo formache” (G. Albán: Un ball de convit, 1863)
“tramusos, formache, coca” (Vercher: En la velá d’un albat, 1865)
“un tros de formache” (Bellver: La creu del matrimoni, Xátiva, 1866)
“demanant un rollo y una bola de formache” (Semanari El Campaner, nº1, Alacant, 1886)
“Fill meu… respongué ella, sense caure en lo formache” (Gadea: Ensisam, 1891)
“formache de bola” (Millá, Manuel: Cascarrabies, 1889)
“en els formaches” (Semanari El Blua, Castelló, 21 febrer 1892)
“el formache es…” (Caps y senteners, 1892, p.157)
“la rata busca el formache” (Barreda: Honor valensiá, 1896)
“home gros que ven olives y formache en la…” (El Cullerot, Alacant, 31 joliol 1897)
“p´al formache ningú es tonto” (Rubert Mollá: Colahuet y sa cosina, Alacant, 1897)
“Mira no sigues tramposa y no en dones el formache”(El Cullerot, Alacant, 4 d’abril 1897)
“formache” (Semanari El Cullerot, Alacant, 17 abril 1898)
“¿Quí vol formache manchego?” (Thous, M.: Portfolio de Valencia, 1898)
“formache, rosquilletes, all y oli” (Don Juan Treneta, 1899, p. 3)
“esta rata va buscant el formache” (Montero: Madrid, Barcelona y Valencia, 1900)
“un tros de pa y formache” (Vidal y Roig: La ovella descarriá, 1902)
“formaches de Canembert, Supreme bríe, Gousnay…” (Canyisaes, Monóver, 1914, p. 237)
“a vore si el ratolí mosega el formache” (Civera: Els baches, 1912)
“dos boles de formache” (La Traca, 9 de mars 1912, p.2)
“el cap com un formache de bola” (García, J. Mª: Melenut, ripiero y mártir, 1914)
“el formache que han repartit” (El Tío Cuc, nº125, Alacant, 1917, p.1)
“¡Che, quina aulor de formache!” (Mollá Ripoll, Enrique: El punt, 1920)
“ven formache en lo Saler” (C. Jaunzarás, G.: Una vara de Real Orde, 1921)
“demaná… formache d’Italia” (Almanac La Traca, 1920)
“¡Ma mare, y qué dos formaches de bola!” (Barchino: El drama de La Bolsería, 1921)
“la pesa de formache de bola que oferíen com a prémit” (El Fallero, març, 1921)
“més pelá qu’una bola de formache” (Barchino: Els envenenats, 1923)
“com una bola de formache” (Buil, F.: La indigna farsa, 1927)
“dos kilos de formache” (Martí, Lluis: Yo no soc yo, 1927)
“una pesa de formache” (La Chala, 29 de giner 1927)
“el seu cap pareix una bola de formache” (Soler, J.: El solo de flauta, 1927)
“formache, un troset de carabasat” (Sallés, S.: Sense caraseta, 1927, p.22)
“als músics… / fabes y formache blanc” (Adam y Ferrer: No’s pot dir la veritat, 1928)
“molt redó ¿El del formache de bola?” (Beltrán: Les glándules del mono, 1929)
“¿Vols pa y formache?” (Colomer, E.: ¡Me cason…!, Alcoy, 1931, p. 15)
“te pa y formache” (Calpe de Sabino: La creu del matrimoni, 1932, p.17)
El nom d’ofici de qui fa formaches, també ix documentat:
“pasá un formacher” (BUV. Morlá: Ms. 666, c. 1649)
“formachers o lleteros” (Relació entre Tito y Sento,1784)
“la farsa del formacher” (Baile de Torrente, por el Col. del Arte Mayor de la Seda, 1838)
“el meló y els formachets” (Morlá: Del torn de les Monches, c. 1650)
“pera parar formachets, les figes y repicar” (Martínez, P.: Nelo el Tripero, 1792)
“formachet” (Lamarca: Dicc. val., 1839)
“formachets” (Rosanes: Voc. 1864)
“¡formachets! a huit la…” (Thous, M.: Portfolio de Valencia, 1898)
“y tot eren formachets” (De dalt a baix, 1920)
“per la esquerra, y el Formachets” (Barchino, P.: ¡La Caraba!, 1926)
“armosar formachets” (Barchino, P.: El cuquet del carinyo, 1932)
“almorsaret…aspencaet, formachet” (Llibret Filá Llana, Alcoy, any 1972)
En todo el territorio de lengua valenciana: Alcoy, Alacant, Elig, Monóver, Gandía, Castelló…, estaba impuesta la familia léxico-morfológica descendiente del latín forma, pero la implacable erosión del fascismo expansionista catalán, que dispone de todos los medios —lo mismo que Goebbels en la Alemania de 1935— ha logrado que los valencianos se avergüencen del idioma que heredaron. El destino es la Solución Final idiomátiva: el exterminio científicamente programado.
1 Del latín mantĭca; cast. fuelle: “mancha bufant orgue fals” (March, A.: Obra, c. 1445); “manches: follis” (Esteve: Liber, 1472) “mes vent la pancha que una mancha de ferrer” (Mulet: Poesíes a Maciana, c. 1640, v. 84).
2 La pizarra, conservada en el Museo de Ávila (nº inv. 68/24), fue estudiada por Isabel Velázquez, Catedrática de Filología Latina de la Complutense.
3Conservado en el archivo de la catedral leonesa, fue estudiado por José R. Morala, catedrático de Filología Hispánica en la Univ. de León, y miembro de la RAE.
4La forma castellana “formaje” la recoge Corominas en su DCECH, IV, p.721.
5La antigua grafía “fortmages”, recogida en DECLLC, IV, p.125.
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Ricart Garcia Moya es Llicenciat en Belles Arts, historiador i Catedràtic d'Institut de Bachillerat en Alacant.