El distanciamiento entre Ximo Puig y Mónica Oltra ha ido a más. Para muchos, es asombroso que lleven seis años repartiéndose el poder en la Comunidad Valenciana, reconociéndole a Ximo Puig una habilidad fuera de lo común, porque Oltra desde 2015 ha pretendido gobernar sin ser la presidenta, y en ocasiones lo ha conseguido.
Todo empezó en 2015, cuando Pablo Iglesias apostó por Mónica Oltra para presidir la Generalitat Valenciana, con el argumento de que los escaños de Compromís y Podemos sumaban más que los socialistas. Puig no cedió, alegando que era la formación más votada. A regañadientes, Oltra pidió diversas áreas de gobierno, algunas de las cuales no ha soltado, como es Educación y Cultura, para dirigir un pancatalanismo creciente de la mano de Vicent Marzà, conseller de Educación.
El distanciamiento entre Puig y Oltra ha sido progresivo, hasta el punto de que Puig adelantó las elecciones autonómicas, para rezagar a Compromís, y la jugada le salió bien: el PSPV logró más diputados, y Compromís menos. Cuando Ciudadanos era una opción de gobierno –ya no lo es-, los rumores de que Ximo Puig podía buscarle como aliado, en perjuicio de Compromís y Podemos, fueron en aumento.
Cuando hace mes y medio Ximo Puig anunció las medidas contra el coronavirus antes de que se aprobaran, Mónica Oltra lo dijo en público: se enteró por la prensa. En tono irónico, publicó un tuit en que decía que, como hay tanto trabajo, las reuniones inútiles mejor ni convocarlas.
No solamente hay un distanciamiento personal entre Ximo Puig y Mónica Oltra, sino que lo hay entre el PSPV y Compromís. La ambición política en ambos políticos es considerable, aunque se manifieste de modos distintos.
Ximo Puig es más estratégico; Oltra ve disminuir sus expectativas, y por eso es más agresiva, aunque de forma casi siempre amable y hasta sonriente, lo cual indigna a muchos sectores valencianos, por ejemplo el de las residencias de la tercera edad y las de menores, por su pésima gestión, por no decir inexistente, torticera y negando la transparencia.
Ayer intervino Ximo Puig en los ‘Desayunos Informativos’ de Europa Press, para exigir una financiación justa, medidas contra la despoblación, corregir centralismo –parece estar copiando la copla catalana de que, en todo y siempre, “la culpa es de Madrid”– y ofrecer la Comunidad Valenciana como espejo de consenso y trabajo conjunto entre los partidos.
Para sorpresa de algunos, no acudieron ni Mónica Oltra ni dos consellers más de Compromís (sí estuvo uno, Rafael Climent, de Economía Sostenible), de los 12 que componen el Gobierno valenciano. La imagen de un gobierno tripartito armónico y ejemplar para el resto de España saltó por los aires. Y si alguien dice que Oltra y Compromís boicotearon a Ximo Puig, siempre cabe alegar que estuvo uno de los cuatro consellers de Compromís. Sin embargo, la ausencia llamativa de Oltra es toda una venganza: vicepresidenta primera, portavoz y consellera de Igualdad y Políticas Inclusivas.
Y si Ximo Puig tiene motivos para no perder de vista las maniobras de Mónica Oltra, tampoco ha de pasar inadvertida la presencia en esos Desayunos de cuatro ministros, pero de segunda o tercera división, no de los primeros espadas del Gobierno. Entre ellos, la nueva ministra de Ciencia, Diana Morant, cuyo pase de alcaldesa de Gandía a ministra es, para algunos, un aviso de una futura apuesta para relevar a Ximo Puig.
La supervivencia política de Ximo Puig es a prueba de bomba. Arriba y al lado, tiene minas. Apoyando a Pedro Sánchez en cuestiones importantes como en el caso de los indultos por el ‘procés’, sabe que puede contenerle, por ahora. La partida de ajedrez continúa.
Mientras tanto, ayer la electricidad alcanzó su máximo anual y su segunda cota más alta de la historia. Ha subido el butano. Son los problemas reales de los españoles, que nada quieren saber de ambiciones personales de supervivencia política ni apegos a poltronas.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.