En las ideas de la sociedad postmoderna que circulan en los medios de comunicación, existen muchas afirmaciones que poco tienen que ver con la realidad, sino que son mitologías de significado progresista aceptadas sin ningún discernimiento crítico.
Contrariamente a lo que se supone, las mitologías no son exclusivas de las edades antiguas, sino que también las encontramos en tiempos modernos. Es muy cierto que la humanidad ha avanzado portentosamente en los conocimientos científicos y técnicos, pero la ignorancia y los prejuicios están a la orden del día en las cuestiones de carácter humano, como son la historia, la política, la ética o la religión, tal como se puede poner de relieve fácilmente en múltiples aspectos.
La primera y más extendida mitología moderna es la mitología del progreso de la humanidad, proclamada como si fuese algo tan claro como la ley de la evolución, pero que no es así. Este mito surge en el siglo XVIII en la filosofía de la Ilustración, uno de cuyos dogmas es que la humanidad, liberada de los oscurantismos medievales y guiada por la luz de la razón, alcanzaría la libertad y la felicidad soñadas. Se olvida que lo humano puede retroceder a extremos de inmensa barbarie, como lo demuestran los genocidios de millones de personas en las dos guerras mundiales, las tiranías asesinas del comunismo, los miles de abortos cometidos cada día, o la manipulación genética, entre otras gravísimas atrocidades.
Pueden también mitificarse principios racionales cuando se convierten en algo absoluto, como ocurre con la mitología de la democracia. En el mundo occidental, el lenguaje de todos los políticos y agentes de la opinión pública, sean de la ideología que sean, utiliza la idea y palabra "democracia" como criterio absoluto de la verdad, del bien y de la justicia, hasta el punto de que ha borrado estos conceptos del sentir colectivo. Ya no oímos hablar de si algo es bueno o malo, justo o injusto, sino de si es democrático o antidemocrático, en el implícito convencimiento de que es el valor único y supremo para juzgar todas las cosas. Lo que es mera forma política, se ha convertido en lo absoluto, una clarísima mitología.
La que ocupa más espacio propagandístico en nuestra sociedad es, sin duda alguna, la mitología izquierdista, que se impone en numerosos países con la revolución comunista durante el siglo XX, y a pesar de su fracaso, todavía lleva la voz cantante en el discurso de los partidos políticos. El izquierdismo es como una ideología religiosa, pero al revés, porque presenta una visión del hombre, de la sociedad, y de la vida como dogmas en los que hay que creer; más aún: se ha convertido en agencia del bien universal, ya que se ha adueñado de las grandes palabras como justicia, libertad y fraternidad, a pesar de que el comunismo eliminó a más de cien millones de personas e implantó en el mundo las tiranías más crueles y terribles.
En el ámbito de las costumbres, asistimos hoy a la que se puede calificar como mitología de la liberación, ya que el progresismo no admite ninguna norma ética que regule el comportamiento humano, salvo en los temas socioeconómicos. La liberación ética que predica es la implantación del principio subjetivista: cada cual puede pensar, sentir y actuar como quiera, siempre que no se haga daño a los demás. No existen normas éticas propias de la naturaleza humana, y la humanidad se verá progresivamente liberada para divorciarse, abortar, realizar la eutanasia o ejercer su sexualidad sin limitación alguna. Una liberación, por supuesto, que conlleva la inevitable destrucción moral de las personas.
Las mitologías ignoran la realidad más evidente, y esto es lo que sucede con la mitología de la bondad natural del hombre, que el progresismo lleva implícito en sus programas sociales y políticos. La famosa y falsa tesis de Rousseau -el hombre es bueno por naturaleza, y es la sociedad injusta la que le hace malo- la hace suya el progresismo para demoler las instituciones cuyo fin natural es educar y formar al hombre desde su niñez, como son la familia, la escuela y la Iglesia. Al niño hay que dejarle expresar sus tendencias naturales, y toda educación autoritaria es, por definición, represión negativa que ha de desterrarse. Así se explica que hayan desaparecido la disciplina, el esfuerzo, y la virtud en el lenguaje ético de nuestra época.
Una de las manifestaciones características del progresismo ideológico y político es la mitología anticatólica, su gran obsesión. Para el progresismo, la Iglesia Católica, en su historia y en su presente, es la encarnación de lo más negativo en una cultura: el dogmatismo dictatorial, la inquisición, el conservadurismo reaccionario, el oscurantismo doctrinario, la manipulación de las conciencias; es decir, todo lo opuesto a lo auténticamente humano. Y es justamente todo lo contrario, porque es el cristianismo católico el origen de la dignidad de la persona, de su libertad, de la fraternidad humana, y en fin, de todos los grandes principios y valores de la cultura occidental de la que nos sentimos tan orgullosos.
Y no podemos finalizar esta reflexión sin aludir a la leyenda negra o mitología antiespañola, la gran mentira histórica de los países protestantes, del indigenismo hispanoamericano y del liberalismo europeo hasta nuestros días, incluyendo los mismos españoles de izquierdas. En contraste con los países protestantes que llevaron a la hoguera a miles y miles de personas por sus ideas religiosas, la inquisición española sólo ajustició a mil trescientas personas en cuatrocientos años de vigencia. Por otra parte, la civilización española en América fue modélica: los indígenas eran considerados españoles, se fundaron más de veinte universidades, y no hubo racismo alguno, sino total mestizaje. Pero la gran mentira histórica tiene una explicación: España era entonces profundamente católica.
Isaac Riera Fernández es sacerdote Misionero del Sagrado Corazón, licenciado en filosofía por la Univ. Gregoriana de Roma, doctor en filosofía por la Univ. de Valencia y escritor.