La historia de España está plagada de hechos extraordinarios. Lo habitual es que cada una de esas acciones vaya vinculada a un nombre propio. Asociamos el hecho con la persona que lo protagonizó o viceversa. Sirvan como meros ejemplos el Gran Capitán, Hernán Cortes, Pizarro, Magallanes, Elcano, y tantos otros cuya enumeración sería prolija pero tan dignos de señalar como los anteriores. Todos ellos han tenido su sitio en la historia por méritos propios. Es de justicia tal reconocimiento.
No obstante, ninguno de ellos alcanzó la gloria solo. A su lado pasando tantas privaciones como sus protagonistas, sino más por no gozar quizás de algún privilegio propio del mando, estaban sus subordinados que coadyuvaron al éxito y sin los cuales el objetivo no se habría alcanzado. A estos últimos van dedicadas estas líneas si bien por cuestiones de espacio, y de escasez de conocimientos por parte del que escribe, no estarán todos. Solo una corta selección puramente subjetiva y limitada a una época concreta. Los ausentes sabrán disculparme.
Pedro Navarro
Sus orígenes son un tanto confusos. Se acepta que era navarro. En concreto del valle del Roncal. En sus inicios se dedicó al pastoreo pero sus ansias de conocer mundo le llevaron a abandonar dicha actividad a edad temprana. Luchó contra los turcos e incluso practicó la piratería en el Mediterráneo.
El motivo que me ha llevado a traerlo aquí es su relación con Gonzalo Fernández de Córdoba, El Gran Capitán. Fue un excelente colaborador y, a pesar de su carácter un tanto taciturno, Don Gonzalo le tenía en gran estima. Él le ascendió al grado de capitán y a sus órdenes llevó a cabo importantes misiones, incluso tuvo mando en plaza en Canosa.
Su especialidad, al margen de su buen hacer como capitán de infantería, era la construcción de minas cuya finalidad no era otra que volar murallas, torreones o cualquier otra defensa que impidiera el avance de la infantería. Podríamos decir que fue el precursor de los modernos ingenieros zapadores. Su participación en las batallas de Ceriñola, donde el Gran Capitán aprovechó el terreno en su favor infringiendo gran derrota a la caballería francesa, hasta entonces arma señera en las batallas, Garellano, donde el factor sorpresa decantó la victoria de las armas españolas, agrandan su hoja de servicios. La singularidad de Pedro Navarro se puso de manifiesto, con sus minas, en la destrucción de una parte de la muralla del castillo de San Jorge, en Cefalonia, en los asedios al castillo del´Ovo y al castillo Nuovo, en la bahía de Nápoles.
De regreso a España, y ante la rebelión de ciertos nobles castellanos encerrados en el castillo de Burgos, Fernando el Católico le ordenó presentarse ante sus murallas. Como su fama le precedía cuentan que bastó su presencia para que el castillo se rindiera. Algún que otro díscolo noble se lo pensó mejor y mudó sus iniciales pretensiones. Como puede apreciarse prestó buenos servicios a la corona.
No acaba aquí la cosa. Fue nombrado capitán general de una armada cuyo objetivo era atacar a los piratas berberiscos que, constantemente, asolaban las costas españolas. Bajo su mando se ocupó el peñón de Vélez de la Gomera. Una nueva armada, esta vez al mando del cardenal Cisneros, en la que Navarro iba como lugarteniente conquistó Mazalquivir y Oran. Mandó nueva expedición para conquistar Los Gelves después de socorrer a García de Toledo, primogénito del Duque de Alba.
De regreso a Italia participó en la guerra contra los franceses. Ante las murallas de Bolonia fracasó en su intento de destruirlas mediante sus peculiares minas. El siguiente enfrentamiento se produjo en Rávena. En esta ocasión la fortuna le dio la espalda y, a pesar de que combatió bravamente, fue hecho prisionero por los franceses.
Los franceses, siguiendo las costumbres de entonces, pidieron rescate por Pedro Navarro y, conociendo su valía, no fue poco lo que exigieron. Nuestro rey Fernando el Católico no tuvo a bien pagar su rescate, parece ser que era de la cofradía del “puño cerrado”, y aquel permaneció prisionero durante tres años. Los derechos de rescate pasaron por varias manos hasta que el rey Francisco I de Francia saldó la deuda y le hizo nombrar capitán general de sus ejércitos. Antes de aceptar el nombramiento Navarro pidió a su rey natural, Fernando el Católico, le liberara del juramento de fidelidad y en el mismo acto le devolvió los títulos que este le había concedido.
Al igual que hizo con España prestó a Francia numerosos y buenos servicios. Entre otros colaboró en el asedio a Nápoles, el mismo Nápoles en el que él tuvo tan señalada participación cuando estaba en el bando español. Fue precisamente en la retirada de este asedio cuando, de nuevo, cae prisionero. Es encarcelado en Castello Nuovo y allí muere. No está clara la causa de su muerte. Lo cierto es que parece ser que le dieron muerte en la propia celda. Unos dicen que para evitar una muerte deshonrosa, otros piensan que por venganza.
Soldados españoles escribieron en su tumba “Ilustre capitán español muerto al servicio de los franceses”. Con posterioridad el nieto de Gonzalo Fernández de Córdoba trasladó sus restos a la iglesia de Santa María.
Diego García de Paredes
Nacido en Trujillo. No sé qué tendrá esa noble villa extremeña para ser cuna de nacimientos tan ilustres. Procedía de buena familia, entiéndase acomodada, y sabía leer y escribir, cosa poco corriente en aquella época.
A Diego García de Paredes se le conoce como el “Sansón extremeño”. Intentaré justificar semejante apodo. Ya de adolescente, según parece, apuntaba maneras en las típicas peleas con sus compañeros. Como tantos otros impulsado por la dura vida en esas tierras y por las ansias de aventuras puso sus ojos en la milicia. Por aquel entonces el lugar más atractivo y con mayores posibilidades era Italia que, como todos sabemos, era el campo de batalla entre el Papa, Francia y España. El joven Diego decidió partir hacia tierra tan prometedora.
Su leyenda comienza con un encuentro fortuito con algunos miembros de la guardia vaticana. Roma, un callejón sucio y estrecho, los antedichos guardias, unos veinte, se cruzan con un español y le insultan. Este es García de Paredes quien, arrancando una barra de hierro de una de las ventanas cercanas, se revuelve contra los veinte matando a cinco, malhiriendo a otros diez y poniendo en fuga al resto. El Papa, Alejandro VI, de origen español, se entera del incidente y le contrata como miembro de su guardia personal.
Más tarde es nombrado capitán y acompaña a Cesar Borgia, hijo del Papa, en la toma de las plazas de Imola y Forli. En su afán de animar a las tropas no dejaba de mencionar el nombre de España por lo que otro capitán italiano lo tildó de traidor. Ya se puede imaginar el lector como reaccionó nuestro personaje. Le dio muerte en duelo lo que le enemistó con Cesar Borgia y con el Papa.
Huyó para salvar su vida y se alistó a las órdenes de Prospero Colonna, enemigo del Papa. Era la vida de los condotieros. Licenciado de Colonna fue perdonado por el Papa y nuevamente pasó a estar a su servicio. Esta vez, cumplido el contrato, se licencio con honores.
La republica de Venecia pidió ayuda al Pontífice y a los Reyes Católicos ante el avance de los turcos. Los enclaves que dicha republica tenía en Grecia cayeron en sus manos lo que dificultaba el comercio del que tanto dependían. El Gran Capitán, a cuyas órdenes ya estaba García de Paredes, partió en socorro de dichos plazas.
En una de ellas, en concreto en la de Cefalonia, nuestro hombre vuelve a escribir otra de sus hazañas. El asedio fue largo y duro. El escarpe, junto con las murallas, hacía el asalto imposible. Además los jenízaros, que eran quienes la defendían, habían ideado un ingenioso sistema a base de garfios, que permitían capturar a los asaltantes e izarlos hasta la muralla y matarlos o bien despeñarlos. Nuestro capitán, siempre en primera línea, fue así capturado e izado. Cuando puso los pies en las almenas se defendió con tal ahínco que los defensores no pudieron darle muerte como pretendían. En esta situación estuvo tres días hasta que el cansancio y el hambre lo rindieron. Fue encerrado en una celda a la espera de pedir rescate por tan bravo guerreo.
Paciente esperó el momento del asalto final de sus compatriotas y, echando abajo la puerta de la celda, atacó desde dentro a sus captores llevando a cabo una gran matanza de ellos.
Nuevamente en territorio italiano destacó en las batallas de Ceriñola, en la recuperación de Canosa y en la defensa de Barletta. Precisamente en esta última tuvo lugar el famoso desafío, en el que por supuesto participó nuestro trujillano. Ante el desafío, por parte de los franceses, diciendo que los españoles no sabían combatir a caballo, se acordó, por ambas partes, que salieran al campo once caballeros por bando a combatir. Garcia de Paredes, a pesar de estar herido, no lo dudó. Arremetió con tal furia contra los franceses que partió su lanza, descabalgó de su montura y, habiendo perdido la espada, la emprendió a pedradas contra siete franceses que abandonaron el campo.
En la batalla del Garellano otra hazaña. Los franceses en una orilla del rio. Los españoles en la otra. Aquellos intentaron forzar el paso por una estrecha pasarela. Nuestro capitán, con otros cuantos valientes, se enfrentaron a un enemigo mucho más numeroso causando numerosas bajas al enemigo entre heridos y ahogados.
En su corta vida cortesana en una ocasión alguien habló mal del Gran Capitán y García de Paredes lanzó su guante sobre la mesa en claro gesto de desafío a todos los presentes, entre los que se encontraba el rey Fernando. Nadie se atrevió a recogerlo salvo el rey que le dijo que lo guardara para mejor ocasión. Prueba evidente de su admiración y lealtad hacia quien había sido su jefe.
Su espíritu inquieto no le permitió gozar de un retiro apacible. Estuvo cortas temporadas en su Trujillo natal para volver nuevamente a Italia y participar en varias expediciones contra los berberiscos. Oran Mazalquivir, Trípoli entre otras. En Rávena se enfrentó con otro de nuestros protagonistas Pedro Navarro, que ahora militaba en el bando francés.
Un hombre que había desafiado, y vencido, a la muerte en numerosas ocasiones se topó con ella de la forma más inocente. En Bolonia viendo a unos jóvenes que practicaba un juego de salto no tuvo otra idea que emularlos. Una mala caída le causó la muerte. ¿El Sansón extremeño murió no por escasez de fuerzas sino por falta de habilidad?
Alonso de Ojeda
Como tantos otros que fueron a las Américas dio sus primeros pasos en la milicia entorno a la conquista de Granada. Parece ser que entabló cierta amistad con el obispo Fonseca, hombre fuerte de los Reyes Católicos en todo lo referente a las Indias. Esta relación, probablemente, le facilitó el conseguir pasaje para el Nuevo Mundo. El primer viaje, pues llevó a cabo dos, lo hizo a las órdenes de Colón. En la Española desempeñó cargos de importancia. Colón lo puso al frente de una expedición para explorar y conquistar una parte de la isla que permanecía bajo el dominio de los indios.
Una vez establecido contacto con los indios se dedicó a ganarse su confianza. En una de las reuniones con el cacique de turno le obsequió con unas pulseras metálicas muy llamativas. Ojeda insistió en ponérselas el mismo y así lo hizo. En realidad las pulseras resultaron ser unos grilletes que Ojeda cerró sobre las inocentes manos del jefe tribal. A continuación lo subió a su caballo y con el resto de los hombres se lo llevó cautivo.
Posteriormente regresó a España y sus conocimientos, junto con sus contactos, le permitieron obtener autorización para realizar su propia expedición. Creo que es la primera expedición enteramente privada que cruzó el Atlántico. Después vendrían otras muchas pues la corona descubrió que era muy rentable que el capital y el riesgo lo pusieran otros, limitándose ella a conceder la autorización y a cobrar el quinto real. Esto de los impuestos como se ve viene de lejos.
Con ser importante esta aventura por sí sola, lo más significativo es la participación, como socio, de Juan de la Cosa. Este insigne cartógrafo fue el que materializó el primer mapa de las costas del entonces desconocido continente. La navegación por los mares de las actuales Venezuela y Colombia le permitió la elaboración del famoso mapa.
Por si esto no fuera suficiente le cabe el honor de haber llevado con él a Américo Vespucio. No es preciso pararse a explicar el porqué es famoso el italiano. No sé si es su único viaje al Nuevo Mundo pero lo cierto es que le cundió pues su relato le ha servido para que un continente, en el que no hizo nada significativo, lleve su nombre.
Otro de los personajes participantes, que por aquel entonces daba sus primeros pasos en tierras americanas, es Francisco Pizarro. Ojeda construyó un fuerte, el fuerte San Sebastián, a cuyo mando puso al trujillano. Esta rudimentaria construcción se cree es el primer asentamiento en el continente, o tierra firme como decían ellos. Hubo de abandonarse por lo precario de la situación y la belicosidad de los indios. Ojeda fue en busca de refuerzos y Pizarro se quedó como jefe de la colonia. Pasado un tiempo sin tener noticias de los refuerzos se tomó la decisión, como se ha dicho anteriormente, de abandonar la posición y trasladarse en dirección norte. Tras recorrer buena parte de la costa atlántica de la actual Colombia se encontraron con un grupo de españoles, que habían fundado Nuestra Señora de la Antigua del Darién, primera población como tal que se constituyó por los españoles en América, cuyo jefe era Vasco Núñez de Balboa, futuro descubridor del Mar del Sur. El fuerte de San Sebastián no llegó a tener la consideración de ciudad.
Como se ve Ojeda se rodeaba de lo mejor. No obstante su buen criterio se le acusó de sobrepasarse en sus atribuciones y hubo de regresar a España. Fue sometido a juicio pero como se demostró que había respetado el quinto real, vamos que había pagado a Hacienda, se le absolvió.
Pedro de Alvarado
Este extremeño bien podía no estar en estas páginas pues mandó su propia hueste para la exploración de buena parte de Centroamérica. De hecho fue gobernador de Guatemala. La razón de incluirle no es otra que su participación en la conquista de Méjico. En esta ocasión participó como hombre de confianza de Cortés. Era un gran jinete, bravo, aguerrido y un tanto impetuoso, como veremos. Su aspecto físico no pasaba desapercibido. Era de buena estatura, hermoso y rubio como el Sol. Así lo conocían los indígenas “el hijo del Sol”.
Cuando Cortés tuvo que acudir apresuradamente a Veracruz para enfrentarse a Pánfilo de Narváez, que tenía instrucciones del gobernador de Cuba Diego Velázquez de apresarlo, aquel dejó en la capital mexica a Alvarado, con unos ochenta españoles, para custodiar a Moctezuma y mantener la posesión pacifica de la ciudad. Pues bien, ante una celebración de los aztecas, Alvarado entendió que se trataba de una estratagema para cercarlos y tomando la iniciativa rompió las hostilidades. Los aztecas, muy numerosos, atacaron a los españoles. Enterado Cortés regresó rápido a Tenochtitlán en ayuda de los españoles cercados en una suerte de acuartelamiento. A los tres días de su llegada y viendo lo delicado de la situación tomó la decisión de retirarse y huir de noche. Fue una noche larga y trágica pues murieron entre seiscientos y ochocientos españoles. Es la que se conoce como Noche Triste. Es comúnmente aceptada la fecha de treinta de junio de 1520 como en la que acaecieron tan nefastos hechos.
En esa noche tuvieron lugar acontecimientos de toda índole. Soldados que se ahogaron por el peso del oro que atesoraban. Otros perdieron la vida por salvar a un compañero. El propio Alvarado, cuentan las crónicas, realizó un prodigioso salto con su lanza, en una suerte de salto con pértiga, para salvar un foso que dejó atónitos a todos los que lo presenciaron. Se conoce como el Salto de Alvarado. Es evidente que no era un hombre corriente.
A pesar de esta mancha en su historial Cortés lo mantuvo a su lado y le encomendó importantes misiones. Ya se ha apuntado con anterioridad su exploración de parte de Centroamérica. Aparejó por su cuenta una pequeña flota que le permitió llegar a las costas del actual Ecuador. Los rumores sobre las riquezas del imperio Inca fueron su acicate, pero ese territorio ya pertenecía a Pizarro. Almagro, socio de Pizarro, le salió al encuentro con títulos bastantes y con dinero. Negociaron y Alvarado regreso a Guatemala.
Doña Marina o La Malinche
No está claro su origen pero lo cierto es que fue entregada a Cortés, junto a otras diecinueve jóvenes, como obsequio por los caciques de Tabasco. La importancia de La Malinche radica en que conocía, al menos, dos lenguas autóctonas lo que le permitió a los españoles entablar negociaciones con los indios. En aquellos tiempos a los traductores se les conocía como “lenguas”. Con antelación a la aparición de La Malinche, Cortés se las había arreglado con Jerónimo de Aguilar, un español que había permanecido entre cautivo y libre con los indios de la costa durante años. Esto le había permitido aprender su idioma. Nuestra protagonista cobra importancia cuando, en su avance hacia el interior, surgen nuevas lenguas que Jerónimo no entiende. En ese momento se recurre a una triple traducción. La Malinche escucha a sus paisanos y lo traduce a la lengua que entiende Jerónimo y este, a su vez, lo traduce al castellano para que lo entienda Cortés. La cuestión es vital para solicitar, y obtener, de las tribus sometidas por los mexicas las alianzas que le permitieron al conquistador llevar a término su hazaña con poco más de mil españoles. Cuando Doña Marina aprende el castellano el procedimiento se hizo más ágil.
Inicialmente La Malinche fue adjudicada como sirviente a Puertocarrero, hombre de confianza de Cortés, pero cuando aquel fue comisionado para viajar a España, para defender los intereses del conquistador, Cortés inicio una relación más personal con La Malinche hasta el punto que tuvieron un hijo en común: Martin Cortés. Posteriormente nuestra traductora casó con Juan Jaramillo, veterano capitán de su hueste. Fue generosamente dotada por Cortés con dos importantes encomiendas que le permitieron vivir holgadamente.
Hasta no hace mucho tiempo en Méjico se la tildaba de traidora por haber ayudado a los españoles. Seguramente sus detractores desconocían que ella pertenecida a un pueblo que era periódicamente masacrado por los mexicas. Como tantos otros indígenas, vio en los españoles a sus libertadores.
García López de Cárdenas
Participó, como capitán, en la expedición de Vázquez de Coronado cuyo objetivo era explorar un vasto territorio en lo que hoy es el sur de Estados Unidos. El incentivo, siempre había alguno, era establecer ciudades y puntos fuertes a medida que iban consolidando la conquista. Con posterioridad apareció otro objetivo más atractivo pero, como veremos, menos tangible: las Siete Ciudades de Cíbola. Una vez más el espejismo del oro pues las citadas ciudades, supuestamente, eran ricas en el preciado metal.
Nuestro hombre desempeñaba labores de vanguardia. Era el que primero sufría la decepción. Los pequeños poblados de indios que iban encontrando no nadaban precisamente en la abundancia. Ni oro ni prácticamente comida. Las tribus vivían en una suerte de supervivencia permanente hasta el punto que se resistían a suministrar a los españoles lo más imprescindible para vivir.
Su parte de gloria estriba en que en una de esas descubiertas que hacía por orden de Coronado, basándose en informaciones proporcionadas por los indios, descubrió, junto con la reducida tropa que le acompañaba, el Gran Cañón del Colorado. Fueron los primeros europeos en ver esa maravilla de la naturaleza.
Permanecieron tres días recorriendo sus bordes buscando un acceso al cauce, con el fin de aprovisionarse de agua. Hubieron de desistir. Las verticales paredes y la profundidad del cañón les obligaron a regresar a sus bases antes de morir de sed.
Se movieron por las grandes praderas americanas contemplando las manadas de bisontes, entonces prácticamente intactas, solo acosadas por algunas tribus indias con elementales medios de caza.
Cárdenas regresó, junto con los restos de la expedición, a Méjico después de dos años de privaciones y sufrimientos sin haber alcanzado ninguno de los objetivos. Una vez más la decepción es la compañera inseparable y fiel de estos abnegados españoles que pusieron su vida al servicio de un sueño.
Bernal Díaz del Castillo
Nacido en Medina del Campo, este soldado participó en numerosas expediciones en el Nuevo Mundo. A pesar de ello, casi con certeza, hubiera pasado desapercibido para la posteridad. No han sido sus hechos militares los que le han proporcionado reconocimiento. Su fama le viene dada por la elaboración de la crónica de la conquista del imperio Azteca: Historia verdadera de la conquista de Nueva España. Una parte importante de su vida la pasó al lado de Cortés lo que le dio pie a escribir esta importante crónica, que pasa por ser la más detallada y fidedigna de la conquista. Este documento, junto con las Cartas de Relación que escribió el propio Cortés, son, básicamente, la fuente de la que se ha nutrido la historia para investigar los hechos acaecidos en torno a la conquista.
Recientemente se ha puesto en cuestión la verdadera autoría de la Historia verdadera de la conquista de Nueva España. Algún estudioso, entre ellos Christian Duvergiere, sostiene que hay serias dudas de que Bernal Díaz del Castillo escribiera tal crónica. En defensa de su postura alega errores de fechas, firmas dudosas y, sobretodo, la falta de preparación intelectual del Bernal para llevar a cabo una obra tan bien escrita. Christian Duvergiere piensa que el autor material e intelectual de la repetida crónica es el propio Hernán Cortés y que debió elaborarla durante los últimos años de su vida en Valladolid. Si esto es así la posible causa para no apropiársela Cortés es que había una prohibición, por parte de la corona, para no publicar hechos referidos a la conquista. El Emperador no quería que nadie le hiciera sombra. Para que no se perdiera le hizo entrega de los legajos a Bernal Díaz quien los llevó consigo hasta Guatemala donde los dató y firmó.
Al margen de polémicas la Historia Verdadera está escrita con mucha corrección y su redacción es amena y fácil de leer, según dicen quienes la han leído. Lo cierto es que es una excelente fuente para el estudio de ese periodo tan controvertido de la historia de España.
Diego de Almagro
He tenido serias dudas sobre si incluir a Almagro en esta breve relación de segundones pues, en un momento de la historia, compartió rango y honores con Pizarro. Fue el primer español que se aventuró por el actual Chile con su propia hueste y ostentó el rango de Adelantado. Atravesó el desierto de Atacama, uno de los lugares más inhóspitos de la Tierra. Su aventura fue un fracaso pues no encontró las ansiadas riquezas y hubo de regresar en condiciones muy penosas. De hecho, a los que consiguieron sobrevivir, aun se les conoce como los “pobres del sur”.
En esta vida las circunstancias, en muchos casos, nos marcan para siempre. Su circunstancia fue coincidir con Pizarro, para bien y para mal. Para bien porque participó como socio en una de las más importantes hazañas de la historia: La conquista del Imperio Inca. Así es pues, inicialmente, fue participe de una sociedad fundada por él mismo, por Pizarro y por el clérigo Hernando de Luque que aportaba el capital mediante intermediarios y cuyo objetivo era explorar lo que hoy es Perú.
Almagro era el responsable de la cuestión logística. Tal es así que sin su aportación Pizarro y sus hombres habrían muerto de hambre en más de una ocasión. Me permito recordar los episodios de Puerto del Hambre, la Isla del Gallo y los Trece de la Fama, situaciones todas ellas en las que Pizarro estaba al límite de sus fuerzas.
El final de sus días tuvo poco de épico desgraciadamente. Las disputas con el propio Pizarro sobre la ciudad de Cuzco le llevaron a continuos enfrentamientos. Finalmente en un encuentro con Hernando Pizarro, hermano del conquistador, cayó prisionero de este quien posteriormente lo ejecutó cortándole la cabeza. Esta es la parte mala de coincidir con un personaje de la talla de Pizarro y con sus logros. Por muchos sacrificios que hagas nunca podrás estar a su altura. Siempre estarás a su sombra.
Sus fieles, conocidos como almagristas, fueron los que dieron muerte a Pizarro en su casa de Lima. Este episodio no ayuda precisamente a rehabilitar un nombre que, personalmente creo, hizo méritos para algo más que tener una calle en Madrid.
Los Trece de la Fama
Francisco Pizarro necesitó de tres intentos para llegar al Imperio Inca. El primero fue un fracaso y la expedición quedó aislada en lo que ellos mismos denominaron Puerto del Hambre. Ya se puede imaginar el lector el porqué de nombre tan descriptivo. Es en el segundo de esos intentos donde se produjeron los hechos que vamos a relatar de manera abreviada. Una vez más Pizarro se encuentra sin apoyos y en una situación lamentable. Almagro hace gestiones para aprovisionarlo, y en parte lo consigue, pero el Gobernador exige que Pizarro y sus hombres regresen. No hay más oportunidades para el conquistador. Nos encontramos en la isla de El Gallo. Allí son encontrados por sus rescatadores y allí reciben la orden de regresar.
En esta situación es cuando se produce la escena que da nombre al grupo. Pizarro traza una línea en la arena de la playa y dice “Camaradas, esta parte es la de la muerte, de los trabajos, de las hambres, de la desnudez, de los aguaceros y desamparos; la otra la del gusto. Por este lado se va a Panamá, a ser pobres, por este otro al Perú, a ser ricos; escoja el que fuere buen castellano lo que más bien le estuviere”
Solo trece cruzaron la línea y se quedaron con el líder. No podían imaginar la gran trascendencia que para su vida y para la historia iba a tener su decisión. Son los Trece de la Fama que tuvieron la valentía de apoyar una quimera entonces. Pizarro nunca los olvidó. Es más, cuando negoció sus capitulaciones con la Emperatriz Isabel en Toledo, consiguió para todos ellos el título de Hidalguía “por lo mucho que han servido en el dicho viaje y descubrimiento.”
Gracias a ese documento, si bien hay ciertas discrepancias, se conocen sus nombres:
Cristóbal de Peralta, Pedro de Candía, Francisco de Cuéllar, Domingo de Solaluz, Nicolás de Ribera, Antonio de Carrión, Martín de Paz, García de Jarén, Alonso Briceño, Alonso Molina, Bartolomé Ruiz, Pedro Alcón y Juan de la Torre.
Admitiendo que nos movemos en el terreno de la conjetura no sería descabellado afirmar que, sin la adhesión y la lealtad de estos hombres, la hazaña de la conquista y la gloria de Pizarro habrían sido muy diferentes si no imposibles. Pusieron su vida en el tablero, como se dice el poeta, basándose en una incierta expectativa de riqueza y, sobretodo intuyo, en un sentimiento de fidelidad hacia quien les había llevado hasta allí, a pesar de las penurias de todo tipo que habían sufrido.
Los acontecimientos que siguieron son de sobra conocidos y permitieron, a unos hombres de origen humilde y de escasa fortuna, figurar en los libros de historia y lo que es más importante ser ejemplo de lealtad y adhesión a una causa, que en aquellos momentos no era sino una entelequia.
Inés Suarez
Nacida en Plasencia. Se cree que su oficio era el de costurera. Casó, probablemente, en Málaga. Su marido, como tantos otros, atraído por las historias y supuestas riquezas del Nuevo Mundo se embarcó dejándola a ella en España. Transcurrido un tiempo más que prudencial sin noticias de su esposo decidió ir en su busca. No debió de ser fácil obtener la autorización pero, por aquel entonces, las mujeres escaseaban en las Indias y consiguió embarcar.
Después de mucho trajinar se enteró que su marido había muerto. Probablemente en la batalla de Las Salinas donde se enfrentaron partidarios de Almagro y los fieles a Pizarro. Viuda como estaba hubo de sobrevivir remendando las ropas de los soldados y atendiendo a los heridos.
En estas estaba cuando, es posible que en Cuzco, conociera a Pedro de Valdivia. Cuando este optó por intentar la conquista de Chile incorporó a Inés a su expedición bajo el falso título de sirvienta. Digo falso pues la relación real entre ambos era de amancebamiento ya que Pedro de Valdivia estaba casado, si bien su mujer estaba en España.
Al margen de la relación personal, desde el punto de vista de la conquista, siempre le fue fiel como veremos, y le prestó señalados servicios. Pensemos en el viaje a través del desierto de Atacama, el lugar más seco del mundo según creo. Valdivia dividido el contingente en pequeños grupos separados por un tiempo prudencial. La razón de semejante estrategia era permitir que los puntos de aguada, escasos y de poco caudal, se recuperaran tras el paso de un grupo.
A pesar de esa precaución hubo un momento en el que la hueste estaba exhausta y sin agua. La desesperación cundía entre la sufrida tropa. Fue en ese momento cuando Doña Inés- ahora comprenderá el lector la razón del cambio de tratamiento- le ordenó a un sirviente que escavara donde ella le decía. Ante el asombro de todos, en el lugar más inhóspito que pueda pensarse, tras cavar un pequeño pozo brotó agua clara y abundante para saciar la sed de personas y animales. Aún hoy al lugar se le conoce como “Aguada de Doña Inés”.
No se sabe si es historia o leyenda pero conociendo su vida todo es posible. Se cuenta que estando sitiados unos cincuenta españoles en Santiago de Chile, entonces un villorrio de casas de barro y paja, que tenían como rehenes a siete caciques locales, un numeroso contingente de indios atacó el reducto con la intención de liberar a sus jefes. Ante situación tan crítica Doña Inés, que formaba parte de los sitiados, le dijo a un soldado que les cortara la cabeza a los rehenes. El soldado, un tanto indeciso, le preguntó ¿Cómo? Doña Inés le arrebató la espada y uno por uno ella misma ejecuto la orden, para a continuación colgar las cabezas en la empalizada a la vista de los atacantes. Viendo estos que el objeto del ataque ya no tenía sentido se retiraron. Su decisión, si es cierta, salvó a la guarnición.
Finalmente las presiones de la corona obligaron a Pedro de Valdivia a separase de su amante. Se concertó su matrimonio con Rodrigo de Quiroga, hombre de confianza del propio conquistador. El matrimonio fue longevo para aquella época, si bien no tuvieron hijos, vivieron desahogadamente y se prodigaron en numerosas obras de caridad.
Juan Sebastián Elcano
Por favor no crucifiquen tan pronto al mensajero. De todos es sabida la hazaña, la gran hazaña, de Juan Sebastián Elcano. ¿Entonces por qué ponerlo en esta lista? La única razón para tratarlo aquí es que inicialmente, cuando se constituyó la escuadra al mando de Magallanes, nuestro hombre no era ni un segundón siquiera. El mando supremo le correspondía a Magallanes. El resto de los navíos tenía su propio capitán como es lógico. Estos últimos podíamos calificarlos de segundones a los efectos de este artículo. Pues bien, Elcano era un simple contramaestre. Sin duda era personal cualificado pero estaba en la tercera, o cuarta, línea de mando.
Los hechos ocurridos en la bahía de San Julián, en las costas de la actual Argentina, donde se amotinaron algunos capitanes españoles, entre los que se encontraba Juan de Cartagena, segundo en el mando de la expedición, y que fue abandonado en una isla sin prácticamente nada en castigo por su conducta, dieron lugar a una reestructuración del mando. Poco, o nada, afectó a Elcano esta medida en cuanto a jerarquía se refiere.
Con posterioridad, ya en el entonces desconocido Estrecho de Magallanes, no se sabe si por falta de coordinación o por otra causa menos confesable, el capitán de la San Antonio, que se había adelantado a explorar con su nave, al regresar al punto de encuentro acordado y no encontrar allí a nadie, tomó la decisión de volver a España. Otro de los barcos la Santiago, naufraga en la bahía de Santa Cruz. Únicamente quedan tras barcos y en la San Antonio, la que regresó a España, iban la mayoría de las provisiones.
La flota, por una razón o por otra, va sufriendo continuas pérdidas y aún les queda la enorme tarea, por entonces desconocida, de cruzar el Mar del Sur, como lo había bautizado Núñez de Balboa cuando lo descubrió. En esta operación les acompaña la suerte pues el mar está tranquilo, de ahí su nombre de Pacifico, y los vientos le son favorables. No sin grandes penalidades, sed y hambre, consiguen alcanzar tierra firme.
Lo hasta aquí relatado, que no es sino una brevísima descripción de una de las hazañas más importantes llevadas a cabo por el hombre, nos sirve para poner de manifiesto que, hasta ese momento, Elcano no había desempeñado función alguna de mando digna de consideración. Incluso cuando Magallanes muere son elegidos para mandar la flota, o lo que queda de ella, dos portugueses, cosa que es difícil de entender dada la mayoría de españoles que formaban las tripulaciones.
Solo cuando ya quedan dos naves, entre ellas la gloriosa Victoria, esto sucede en la isla de Timor, es cuando Elcano cobra protagonismo. Se toma la decisión de que una de las naves vuelva por donde han venido, cosa que no consigue, y la otra, la Victoria, ahora sí al mando de Juan Sebastián Elcano prosiga su viaje hacia el Indico, Madagascar, Cabo de Buena Esperanza, costa oeste de África y España.
Solo los conocimientos, la determinación, la voluntad inquebrantable, la capacidad de mando de Elcano, y por supuesto el espíritu de sacrificio de la tripulación, permitieron un viaje de proporciones épicas pues a la enorme distancia a recorrer se unía la imposibilidad de realizar escalas. Toda la singladura se desarrollaba por dominio portugués, entonces rivales y enemigos de España. Eran los lusos quienes tenían factorías en las costas y dominaban las rutas de navegación. Por si esto no fuera suficiente, tenían enorme interés en que la expedición fracasara y de esta forma eliminar la más que probable competencia en el comercio de las especias.
Todas las dificultades fueron superadas. Solo la situación límite en la que se encontraban doblegó su voluntad y al llegar a la altura de Cabo Verde, posesión portuguesa, se acercaron con grandes precauciones y disimulo, al objeto de aprovisionarse de lo más necesario. Fueron descubiertos y perseguidos. Se vieron obligados, para despistar a sus perseguidores, a deshacer parte del camino, imagínense la situación. Tuvieron que navegar hacia el sur alejándose de su ansiado destino.
Por fin después de alargar el viaje para no verse sorprendidos, otra vez, por los portugueses alcanzaron las costas españolas un grupo de famélicos y desharrapados marinos que habían protagonizado la primera vuelta al mundo. Prácticamente tres años duró la odisea. Honor y gloria para todos y cada uno de ellos. Los segundones cobraron un protagonismo que el destino, inicialmente, no había previsto para ellos.
Los documentos más importantes que permiten seguir la travesía son el diario de Pigafetta, personaje muy cercano a Magallanes, y el Derrotero de Francisco Albo, piloto que desde las costas de Brasil fue anotando la derrota de la flota hasta llegar a Sevilla.
El primero de ellos, el de Pigafetta, es el más descriptivo pues trata sobre la vida a bordo, sobre plantas, dialectos lo que le ha dado gran publicidad. No obstante, parece ser, que su lealtad a Magallanes le pudo llevar a distorsionar ciertos acontecimientos haciendo cierta apología encubierta del portugués. Prueba de ello es que, desde que Elcano toma el mando de la Victoria, no lo menciona ni una sola vez como si quisiera preservar toda la gloria para quien fue su protector.
Por el contrario el Derrotero de Albo se limita a cuestiones técnicas sobre la navegación, longitud y latitud, lo que ha permitido reconstruir la ruta completa de manera bastante fiable.
A modo de reconocimiento
El término segundones ha sido utilizado, en general, para referirse a aquellos descendientes de familias nobles, o no tan nobles, que poco o nada iban a heredar del patrimonio familiar y menos aún de sus títulos o privilegios. Como fácilmente puede colegirse de las líneas precedentes no es esa la acepción que se da en este caso al término. Los aquí mencionados hicieron méritos más que suficientes para estar en el podio junto a los mejores. No obstante sus hazañas, por una razón o por otra, se vieron eclipsadas por una estrella más poderosa que impidió que brillaran como sin duda se merecen. También hay que tener en cuenta que España, patria de la mayoría de ellos, no es muy proclive a ensalzar los logros y sacrificios de sus hijos. Como hemos gozado de una gran abundancia de ellos nos permitimos el lujo de olvidar a aquellos que murieron en el combate, de hambre, de enfermedad, de fatiga, de pena o de nostalgia por acabar sus días lejos de esa patria, en ocasiones ingrata, a la que soñaban regresar con honores y riquezas, que casi nunca alcanzaron, y a la que sin embargo cubrieron generosamente de gloria consiguiendo con ello que España ocupara un lugar señero en la historia del Mundo. Hace poco escuché, no recuerdo a quién, que la historia del Mundo no podría explicarse sin la historia de España. Personalmente creo que así es.
Es triste que tengamos que agradecer a los de fuera que alaben, y en cierto modo envidien, nuestro pasado y nuestra historia mientras nosotros, depositarios de ese magnífico legado, dilapidamos, y olvidamos, una herencia que nos ha sido regalada sin más mérito que haber nacido en esta tierra y ostentar el título de españoles, que no es poco.