La Navidad de 2020 se nos va a quedar grabada para siempre. El coronavirus ha marcado este año en el mundo, y lo va a hacer de nuevo en las fiestas navideñas. Van a ser unas fiestas llenas de contrastes, aunque también es útil recordar que la primera Navidad es un hecho histórico –no sólo religioso o ceñido a las convicciones religiosas, sino histórico, una realidad para toda la humanidad– plagado de contrastes, como el de que Jesucristo nazca en un pesebre. Hay un sentido profundo de la Navidad, ya en sus orígenes, que puede ser útil desentrañar cada año, todos los años, también en 2020.
Es la fiesta más esperada del año, la más jovial, en familia. Y este año no podremos celebrar la Navidad como otros años, con todas las personas que desearíamos estar. El Papa Francisco ha hecho una reflexión que puede sernos muy útil: en la vida de María y José no todo fueron rosas y flores, y podemos ahondar este año en el sentido de la Navidad. La pandemia puede quitarnos la alegría y hasta la vida, pero también puede ayudarnos a fijarnos en lo esencial de nuestra existencia, descubriendo el núcleo de la paz y de la alegría que afloran en prácticamente todas las letras de los villancicos.
Es difícil comparar el dolor con el que se han vivido diferentes Navidades en la historia. Rápidamente pensamos en las Navidades de las dos Guerras Mundiales. Es inútil y pienso que hasta contraproducente detenernos a pensar si esta Navidad es la más dura que ha vivido la humanidad hasta ahora. Es más fructífero pensar en esta Navidad, que nos toca vivir y sufrir a nosotros, en vez de quejarnos, descubriendo cómo ayudarnos unos a otros, sobre todo a los más necesitados. Todos conocemos personas alegres y que transmiten a los demás esa alegría, y también conocemos personas que están convencidas de que todo lo malo les pasa a ellos, que son los que más sufren: poco positivo se puede esperar si caemos en esa enfermedad de la queja sistemática, que tiene mucho de egoísmo y me atrevería a afirmar que de superficialidad.
Recuerdo un pequeño suceso de ayer, en un hospital de Castellón. Un amigo ingresado, no a causa del coronavirus. El médico le toma la tensión. Sale algo alta la máxima –la mínima, bien– y mi amigo comentó: “Un poco alta la tensión”. Y el médico le contestó con gracejo: “Podría estar más alta”. Quien crea que sufre el que más del mundo, que piense que siempre hay otros que sufren más, y que esa ceguera sólo se cura con la luz de Belén, donde no reina la queja. Apasionante tarea personal, en la que este año hay, sin lugar a dudas, un gran reto. En todo caso, ¡feliz Navidad 2020!
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.