El insulto es una acción que ofende o humilla a una persona. No parece que sea algo defendible, salvo para los líderes de Podemos Pablo Iglesias y Pablo Echenique, el primero de ellos vicepresidente del Gobierno.
Pablo Iglesias ha defendido que hay que naturalizar que cualquiera que tenga representación pública y relevancia esté sometido “a la crítica y al insulto”, especialmente dirigiéndose a los periodistas, y en concreto a Vicente Vallés.
En el fondo, Iglesias parece extrañado de que, habiendo “regado” con 15 millones de euros a las televisiones –incluida la que da trabajo a Vicente Vallés– en plena pandemia por el coronavirus, se atrevan a informar de lo que molesta al Gobierno: si algo molesta ahora a Iglesias es la información sobre la tarjeta de su exasesora Dina.
La Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) ha emitido comunicados rechazando los ataques de Pablo Iglesias a la prensa, equiparando la crítica al insulto, y defendiendo que existan los insultos en las redes sociales.
Es intolerable este ataque podemita, que tiene todos los ingredientes de ser “orquestado”, una vez que el líder lo ha iniciado, y que convendría que los propios podemitas lo zanjen. Es mucho esperar que pidan perdón por sus declaraciones, que deberían hacerlo.
El periodismo es información y esencialmente crítico en sus genes. Ejerce la crítica y la desea, porque la uniformidad de pensamiento sólo es propia de totalitarismos. El periodismo se basa en la profesionalidad, en no casarse con nadie, ni siquiera con un Gobierno que riega con millones de euros.
Si “los Pablos” -Iglesias y Echenique- pretenden amordazar y asustar, me remito a las reacciones de estos días para que caigan en la cuenta de que se han equivocado.
Discrepo también de algún colega que ha dicho que el único límite para la libertad de expresión es el Código Penal. Yo defiendo una libertad de expresión que no renuncie a la buena educación y, en definitiva, a la profesionalidad, que está en un ámbito mucho más exigente y amplio que la estricta comisión de delitos o faltas.
Critico a los líderes de Podemos, y también a un periodismo que, inmerso en incertidumbres laborales, puede claudicar, renunciando a una profesionalidad que siempre tiene, y tendrá, una buena dosis de valentía y de ética.
Es muy tentador –más ahora– silenciar lo que incomoda a los poderes de cualquier tipo, limitarse a la “actualidad manda” cuando en realidad es lo que se nos quiere imponer desde gabinetes de comunicación de partidos políticos o instituciones, distinguir lo que es información de lo que es opinión.
Criticar no es ofender ni humillar. También es útil recordar que no ofende quien quiere sino quien puede. Y que el periodista se equivoca, como todo ser humano, y debe rectificar cuando tiene nuevos datos. Así mismo, el periodismo necesita transparencia, y en nuestra sociedad hay mucha opacidad, por no calificarla como ocultamiento de datos, como venimos comprobando en la crisis sanitaria a causa del Covid-19.
Si escribo que Pablo Iglesias parece “exhausto” por su dedicación, como vicepresidente responsable de asuntos sociales, en estos meses a las residencias de la tercera edad, ironizo expresando su dejadez, no le insulto ni le ofendo.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.