El motivo de estas líneas es mi asombro ante algunos datos de las recientes oposiciones de profesores interinos, escuchando la perplejidad e indignación de algunos miembros de tribunales en esas oposiciones. Pertenecen a comunidades autónomas distintas y asignaturas distintas. También me lo han expresado miembros de tribunales de oposiciones en estos últimos años. Tanto en Matemáticas como en Geografía e Historia, por poner algunos ejemplos, se han asombrado del paupérrimo nivel de los opositores, profesores ya con años de experiencia: “Muchos no han demostrado ni el nivel que los alumnos actuales tienen”, “se ve que muchos se presentan sin prepararse, a ver si hay suerte”, “hasta con un 0,5 en un examen se ha atrevido un opositor a revisar el examen”. Visto el nivel, han decidido dejar sin cubrir bastantes plazas. Me cuentan que muchos interinos se quejan de su situación, pero prefieren seguir de interinos, pues, al obtener plaza por oposición, pueden destinarles a una localidad que no les resulta tan cómoda o adecuada como la que tienen ahora.
Son comentarios duros, pero que proceden de personas que me merecen credibilidad en general, por su experiencia y sensatez. Al menos merecen una reflexión, y ojalá haya lectores que aporten su punto de vista. Los profesores se quejan mucho, de todo o casi todo, menos de ellos mismos: a veces, a alguno le recuerdo que no están nada mal las vacaciones que tienen, que tal vez no son tan mártires.
Tengo especial predilección personal, familiar y social por los profesores. Es justo reconocerles la importancia que tienen para la sociedad. Cuestión distinta es si tienen la calidad, en su mayoría, que sería deseable, pero tal vez no la tienen porque los poderes públicos, la legislación, los padres, no se la facilitan, exigiéndoles calidad. Recuerdo con gratitud y aprecio a mis profesores, con carácter general. En mi familia hay unos cuantos profesores, en los que he visto una preparación permanente y un esmero que me gustaría ver en muchos otros profesionales.
Soy de los que piensan que un profesorado competente es requisito previo para una mejoría social y cultural: las cifras de abandono escolar, las triquiñuelas sindicales y políticas para cubrir puestos docentes, la polémica “ley Celaá” con sus graves deficiencias educativas, son unas coordenadas que recuerdan las dificultades para un profesorado como el que necesitamos, que de verdad tenga calidad, la cultive de modo permanente y la transmita a los alumnos. La educación merece nuestra atención.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.