Los resultados sorprendentes del 2-D en Andalucía están siendo analizados por vía de urgencia en toda España, pues constituyen un aviso de lo que puede pasar en otras elecciones autonómicas y municipales –ya tan cerca, a menos de seis meses-, así como en las generales, sean cuando sean. El bastión socialista andaluz ha caído y ha aparecido con fuerza Vox, dos hechos decisivos, dentro de lo decisivo o relativo que todo es en la política.
No vamos a hurgar en la pifia de la encuesta del CIS, casualmente la que más escaños daba a los socialistas. El CIS era la encuesta que más alegraba la vida a Pedro Sánchez y Susana Díaz: seguro que elaboró con otros criterios esa encuesta, pero José-Félix Tezanos dio a conocer la que más favorecía al PSOE. Por tanto, en tierras valencianas los socialistas están más que avisados ahora: ya no valen las encuestas y sondeos efectuados hasta ahora, porque Andalucía ha mostrado una realidad que los hace prehistóricos, inservibles, irreales. No quieren oír “sirenas halagüeñas” ni CIS.
PSPV, Compromís y Podemos se las prometían muy felices hasta ahora para otros cuatro años más de gobierno. Ahora se han puesto muy nerviosos, desde la noche del 2-D. No les vale el argumento de que la sociedad andaluza es distinta a la valenciana, que lo es, sino que les ha invadido un evidente temor a que el tripartito de izquierdas sea sustituido en mayo próximo por un tripartito de derechas, con PP, Ciudadanos y Vox.
La abstención de votantes socialistas en Andalucía es un aviso serio en la Comunidad Valenciana, aunque aquí gobiernan tras 20 años de gobiernos del PP: en Andalucía el PSOE ha gobernado durante 40 años y parecía ya parte del ADN eterno de los andaluces. La política tiene estas cosas, de imprevisión y voto soberano de los españoles. El PSPV ha dejado hacer a Compromís, con un radicalismo ideológico que ha generado hartazgo, todavía por medir. Apaciguarán en estos meses su afán por derribar cruces –la del Parque Ribalta en Castellón, por ejemplo– y algunas cosas más, pero ya han mostrado sus señas de identidad: imposición del valenciano; apoyo –también económico– al catalanismo; apoyos de líderes cualificados al independentismo; amenazas y ataques a la libertad de enseñanza; imposición sin diálogo de la ideología de género –insisto, imposición sin diálogo social-; y solidaridad “de foto” con el Aquarius para luego derivar inmigrantes a Cáritas. Todo puede pasar.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.