Son unas líneas de gratitud, reconocimiento y apoyo a todo el personal sanitario, que está demostrando en estos meses de epidemia que, pese a la falta de protección mínima –falta de tests, de mascarillas, de respiradores– que el Gobierno o la Generalitat debían haberles proporcionado desde el primer momento, se han jugado la vida, y algunos la han perdido. Médicos, enfermeros, auxiliares, trabajadores de la limpieza, el 112, farmacéuticos y cuantos siguen dejándose la piel –la vida en riesgo diario– necesitan todavía no pocas de las medidas de protección que ya deberían tener desde el primer momento. Han sufrido las mentiras reiteradas, con falsas promesas, pero han puesto su cabeza y su corazón en salvar vidas, de modo que los enfermos, a veces moribundos, no escucharan de ellos quejas, sino apoyo total en momentos tan decisivos. Nos faltan palabras de gratitud, pero si en algo hemos de ayudarles es en poner todos los medios para que desempeñen su trabajo en las condiciones materiales propias de un país desarrollado. Están bien los aplausos diarios de los vecinos al personal sanitario, pero también las “caceroladas” pidiendo lo que necesitan.
Tengo amigos y conocidos que trabajan en la salud. Lo que cuentan es conmovedor. Destacan la ética del médico, que es cuidarse ellos y cuidar a los pacientes cada minuto, conscientes del riesgo que han tenido y tienen. Han vivido experiencias irrepetibles, heroicas: médicos mayores que les han dicho a los más jóvenes que se retiraran, alegando que tenían menos años de vida. El miedo y la angustia les acompañan cada día. Han sufrido mucho por su propia familia, porque son muchos –no recurro a dar cifras– los contagiados y sabían que, en su heroísmo personal, estaban involucrando a su propia familia, a veces con niños y personas mayores en el hogar: el heroísmo personal es admirable, pero el que implica arriesgar a la propia familia es de un nivel muy superior.
Por mucho que los gobernantes pidan perdón –la semana pasada lo hizo Ximo Puig, y le siguió la consellera de Sanidad, Ana Barceló-, la mejor petición de perdón es darles el material de protección necesario, todavía deficiente hoy. Es insultante que los gobernantes pretendan tratarnos como a niños: desde el primer momento se debía haber protegido al personal sanitario, a los trabajadores de las residencias de mayores y a los ancianos en las residencias, recurriendo a empresas y entidades privadas si las públicas no sabían o podían. El interrogante es múltiple: ¿incapacidad, sectarismo?
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.