El doctor Justo Aznar falleció el pasado sábado en Valencia, a los 84 años de edad. Me impresionó desde que le conocí, en 1994, no es algo que ahora emerja con motivo de su fallecimiento, y mi reacción es de honda gratitud, como la de tantos otros que le trataron. Un grupo de colegas estaba preparando un libro-homenaje a Justo Aznar, que estaba previsto viera la luz en febrero próximo. Su abnegada dedicación profesional de este médico pro-vida, como es mundialmente conocido –en ámbitos profesionales, civiles y también eclesiásticos-, quedará reflejada en ese libro. En estas breves líneas, opto por recordar otro tipo de facetas de Justo distintos a la bioética.
Es muy loable el ideal de ser útiles, servir. A veces, olvidamos que para ello hay que estar en continuo aprendizaje, y estudiar, sobre todo quienes tenemos trabajos intelectuales. Cuando conocí a Justo, me asombró que todos los días madrugaba para estudiar varias horas antes de incorporarse al trabajo en el Hospital La Fe de Valencia. Ahí radicaba buena parte de su rigor científico, que estudiaba, analizaba, cotejaba. Profundizaba siempre, no se regía por eslogans simplistas, consciente de que la buena intención no basta. Y lo aplicaba a la bioética, sin miedo a la verdad.
Muchos se preguntan de dónde sacaba fuerzas y tiempo este famoso médico. Él no era de los que se excusan en el “no tengo tiempo”. Tenía una gran capacidad de trabajo y falleció a una edad en que muchos dan por acabada su aportación a la sociedad, centrándose en la familia y en el descanso: era incansable.
El cardenal Cañizares destacó el pasado lunes que fue “un hombre de ciencia, un intelectual y santo de la puerta de al lado”, conjugando la ciencia con la conciencia, la fe con la razón, el amor con la verdad, “un cristiano de cuerpo entero”. “Un fiel cristiano, laico, como los quería San Josemaría (el fundador del Opus Dei, institución a la que pertenecía Justo Aznar), como hoy necesitamos, ejemplo y modelo para los laicos”. Sacaba fuerzas de su vida cristiana: no cabe otra explicación en su vida, pues no le guiaron ni el dinero ni el éxito, sino que tuvo que ir contracorriente. Su esposa Vicen, sus 10 hijos y 49 nietos han sido testigos de primera línea.
Como periodista, hay que agradecerle su “dar la cara” ante la opinión pública ante cuestiones bioéticas controvertidas, novedosas. Sabía divulgar. Además, siempre nos atendía, estaba disponible para que le telefoneáramos o pidiéramos alguna precisión. Rigor, espíritu de servicio y disponibilidad permanente para los medios: no es poco.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.